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Dinah Roma, Filipinas

25º Festival Internacional de Poesía de Medellín
Fotografía de Gabriela Gil

Por: Dinah Roma

Los cuatro primeros

                           (En memoria de las víctimas de Haiyan, 8 de noviembre, 2013)

i.
Solo puede ser de espera. Esta hora, marcada contra el resto de las
horas de imaginar el fin. A través de la costa escarpada vendrá, del
océano abierto, desde su superficie donde se alza toda destrucción. Donde conspiran el vapor del calor y las nubes. Desde allí donde los orígenes dejan ver una renovación. Serían arrasados por lo que es familiar y extraño. Perdidos en las mareas de palabras con las que la tierra gobierna aquello que puede asesinar.
Acurrucarse en una esquina, encomendarse a la muerte, susurrar el deseo de no morir, no en esta hora, no mientras los vientos baten el
corazón. No cuando los labios están aún secos y podrían balbucear de miedo.
Los tejados se sueltan. El agarre se tensa. Afuera oscurece, así todos
serán puestos a prueba.

ii.
Así todos serán puestos a prueba. No por sus pies en su premura por
el rescate ni por sus brazos ofrendados al mar. Sino por aquello que es llamado hogar. Lo que ampara y cubre. Lo que sigue perdiendo aquello que concede para sobrevivir. Árboles desgarrados, miembros sorprendidos en muerte, sol apagándose en la calma del ojo. La tierra desnuda su renovado barbecho y  engendra con abundancia lo que perece. Pero primero lo que nos despierta ante el alba. No hay aquí crueldad, en la quietud tras la tormenta, entre los muertos que quedan
a secarse, examinados en busca de marcas, de ropas llevadas la noche cuando todo fue puesto al desnudo. Solo lo que sobrevive y se mueve.

iii.
Solo lo que sobrevive y se mueve. No son vistos como cuerpos. No
son vistos. Desperdigados por los caminos, no son vistos. Han venido
de todas partes. Han venido de ninguna parte. Son los enmudecidos
testimonios para los vivos. Para que les caminen por encima, para que les recen,
para que los bendigan. Flechas hacia el próximo paso, el escape. Ningún puente tan largo como el ancho de sus miembros. Nos cargaremos a nosotros mismos, lo que sabemos de
la carne, por ellos, a través de ellos, testigos de la tierra en putrefacción, aquello
que sucumbe a la instancia. El sol brillará sobre ellos mientras
todo lo demás empieza a moverse. Alejarse del caos, del detrito. De vuelta a
la vida. Sin embargo permanecerán, incluso sepultados, tarjados. En sí mismos permanecerán. En gestos que por siempre nos enseñan que somos tanto de los muertos como de los que mueren.
 
 
iv.
Somos tanto de los muertos como de los que mueren. ¿Qué hay de los desaparecidos? Los que atormentan. Rostros para siempre sumergidos en agua. Cuerda que no es cortada sino que nos hala de regreso al mar, adonde podrían haber ido. Hacia  otra costa, aldea, isla, otra oportunidad de vivir. ¿Qué impulso del corazón puede cerner a los muertos de los desaparecidos? Por tres días, una madre
yació con sus hijos. Sin querer perderlos de vista. Una de sus niñas
está desaparecida. Ella cocina, lava la ropa, las pone a secar al
sol. Así era la vida para ellos. Antes de esto. Persiste, como
debe ser, junto al pensamiento de que la niña aparecerá. De entre los muchos miles, desaparecidos. El mar está en calma. Olvidado. Las tumbas son cavadas más hondo, cada día.
El sol es más feroz. Las negras bolsas son retiradas de las calles. Negras bolsas en las que los cuerpos son sellados. Las calles están más limpias. Pues la vida no puede esperar tanto por los muertos. La descomposición afirma a los vivos.
Cada día se levantan andamios. Las paredes pronto serán casas. Ella
luchará por aquellos que sobrevivieron el contrato con este mundo. ¿Pero su pequeña? El pensamiento abruma la vida en ella. La hará
mirar al mar cada día, le recordará que las aguas mucho permanecen
aún alrededor de ellos, tal como la primera hora cuando las olas y el viento llegaron para todos, desecando su razón, empujándolos al borde
de la plegaria, contra el viento y el agua, que sobreviven, contra viento y
agua, contra cuerpos de viento y agua.

 

 

Lo agonal

Como en un manual, morir procede
en fría lógica. Cuando dispara
su aguda manera, el cuerpo simplemente se deshilacha
hacia algún fin mientras la muerte opta
por dónde comenzar: el corazón, cerebro, los pulmones,
cada uno presagiado por una sinfonía de causa.
Las partes fallan, en agonía, cesan
a favor de un descargo
de ligereza.

 

 

Desde el dolor más punzante, liberarse
es preciso. La gravedad ralentiza la sangre
para un retorno a los elementos –
los que se debilitan exhalan por la vida, las austeras
palabras. El aliento, que en su retirada,
aflige la carne en su pasaje
hacia la flora del sueño.

Nada es arbitrario.
La muerte tiene sus propias prioridades.

Así entiendan cómo Martha, en su pena,
reta a Jesús respecto a la muerte de su hermano –
Si hubieras estado aquí, él no habría muerto.
La bondad desafía la pérdida pactada.
Creed, y ella de mortal alcance
fracasa entre el misterio mayor
que es de la carne.

Pues ¿quién era él para preservar
al mendigo agonizante de morir?

Por tres días, el alma de Lázaro se suspendió,  
al cuarto el hedor de la plaga comenzó.
Pues la muerte es cierta y llorar
es su sonido.
 
He ahí que cuando él recoge la brillante vara
rompiendo la olorosa oscuridad, y se alza y arrastra
hasta la boca de la cueva, los sudarios desplegándose
en un elogio de la luz, en el umbral
donde es visto, y vive, siente
horror en su maravilla.

¿Desde qué se ha levantado
para que otro hombre vuelva a caer?
La historia termina en el margen
De nuestros restos. En su finito ser
y divino, un hombre abandona a otro
en sufrimiento. En su finito ser
y divino, el hombre se atormenta
ante cómo nada desbarata la muerte.

Este es el milagro.




“Las hojas otoñales”

 

 Cuando fue tiempo de embalsamarla,
me rehusé a entrar en el salón de los escalpelos.
¿Qué más hay que cortar con precisión
que vacíe al cuerpo aun más allá de la muerte?
¿Qué mueve a las manos hacia el terreno del arte
para drenar la sangre, infundir nuevo rostro a la forma,
y dar tono a la piel para una vista final?
Al caer el sol, salió ella en vestido floral,
no escogido por mí sino que fui incapaz de doblarlo y guardar
mientras moría, en intervalos de aguijones y drogas
para detener el reflujo, aun cuando maldecía
como solía hacerlo, con toda la rabia que podía determinar
la determinación que había tomado yo, la que presté a sus batallas
y reclamé al verla marchitarse
para reconfortar a los vivos. Ese cuerpo
gradualmente ictérico abracé
en estupor de ambas –en su fracaso
y en mi rendición, cuya tibieza menguó
con la canción que cantaba en el fallido recuento
de una tarde en su juventud–de un hombre, no mi padre,
que saltó a su vida e hizo vacilar su corazón
respecto a un futuro que al final me engendró

 

                                   Las hojas otoñales vagan por mi ventana
                                  Las hojas otoñales de oro y escarlata

La voz no conocida por cantar
en la cadencia de estaciones no invitadas

                         Veo tus labios que el verano besa

En sus más gruesos labios y mejillas había demasiado color,
lejos de la elegancia que se empleó en perfeccionar,
la belleza cantaba para animarnos a través de las décadas
del padre único que conocí solearse
en el ritmo tanto como en la gracia
de esta mujer, embalsamada para el adiós,
llenándome con la canción de

                                Las bronceadas manos que yo solía sostener

 

La liturgia

a partir de “Six Apologies, Lord” de Olena Kalytiak Davis

No digas que no lo he intentado, Señor.
No digas que no me he magullado las rodillas
suplicando una vez más piedad.

¿No has escuchado el jadeo
en la noche mientras mesaba
mis cabellos para no rasgar

la carne? Mucho esperé por que
te convirtieras en Amor Encarnado,
Señor. ¿He vuelto a confundir cielo

e infierno? ¿Dónde están los campos lujuriantes
del Cantar de los Cantares? ¿Sus éxtasis,
festines? Mi garganta está seca
de cantar. Tu Palabra,
Señor, estaba junto a mi corazón. La Promesa
De Salvación, El Reino,

La Recompensa–

El camino para escapar del fuego.
Rechiné los dientes, Señor, hasta que conocí.
“Sosiégate”, dijiste. “Y sabe
que soy Dios”. Lo sé. Estoy tranquila.
Conocer, y Estar Tranquila. Solo la plegaria
tendiendo mi alma mientras el mundo paga

por su corazón mortal–cada día, Señor,
desconociendo el ascenso
desde la crucifixión.

 

Una suerte de recordatorio

 

La neurociencia insiste en que descansa
frágil en la región del arco blanco
donde un racimo de músculos
se flexionan en oscura gracia de memoria
hasta que los rostros se vuelven a fundir con sus nombres
en sílabas y silueta.

Un tiempo preciso cura
la herida hacia otra presencia–
El fantasma de un miembro. La mente
atormentando la carne como cuando el brazo
busca lo que una vez estuvo allí,
o de lo que puede recordar
de sí atrapado ahora
por la ausencia.

Esta fría ciencia tienta
el alcance del cerebro para mandar
allí donde pensamiento y gesto colisionan
cual rastro de tendones hacia claves sepultas
tras senderos neurales, aquellos en que olvidamos
confiar en los fallos cotidianos
de nuestra desatención

Luego descubre
dónde conspiran espacio y vacío
en lo resultante del amor o la pérdida

o cuando alguien simplemente se va,
y despertamos a otro lugar
que también nos habita.

 

Hoja, como poema de amor

 

Un estremecerse–la brisa acicalando
una hoja. En un momento, el árbol es inadvertido.
Solo eso es fuente a su cuidado,
al riesgo que al debido tiempo será su destino.

 

Sus hojas dan forma
a lo que lo rodea,
suspendidas y sostenidas
por aquello que las hace hojas–
una quietud tras las lluvias
un esmalte de sol
cuando lo oscuro cede al verde
en la consolación de las estaciones
y las piedades del camuflaje,

dejando atrás lo que es capaz de engendrar en savia
los entresijos de raíz y capullo
al respirar hacia el mundo
a cada momento tiembla ante la meta de caer.

 

 

Reminiscencias de Rumi

 

1. Danza de la Luz del Día

 

Si fuera el deseo el que hace girar los planetas
en sus ejes, amado, he ensanchado
el anillo de las galaxias. Si fuera la bahía
la que separa las aguas, he traído
los océanos hasta su borde.
Si las alas de los pájaros fueran profetas
en los cielos, he volado expandida
en sus encantos.

Pues no hay nada
que me gustaría salvo decir–

Ven a mí. Ven a mí místico.
Revélame más allá de mi propia fraseología.
Atiende las zarzas ardientes en mis palabras.

Pues ante ti, amado, soy
río veloz en tus miembros
el rubí entre las piedras
el eco en la cima del monte
la raíz a la hoja que cae.

Seré la brasa ante el sol.
Así que abrázame esta noche mientras giro
derviche alrededor de tu corazón.

*

De ciclones y poesía

 

Por Dinah Roma
Traducción de León Blanco con la colaboración de G. Leogena

 

Mientras escribo este ensayo, espero que también este año el súper tifón Hagupit haga su arribo sobre la densamente poblada Manila. Hace trece meses, escribía igualmente mis miedos en mi portátil a medida que Haiyan, el tifón más mortífero jamás registrado en la historia, destruía las islas de Leyte-Samar, nivelando la ciudad de Tacloban, y matando a miles de personas en unas cuantas horas angustiosas. Sólo en mi lugar de nacimiento, una pequeña isla llamada Basey (Samar) -más de 300 cadáveres fueron encontrados la mañana siguiente.

El mundo entero observaba, mientras imágenes de cadáveres y restos comenzaban a circular por la televisión. Aquellos de nosotros en la Manila urbana nos sentíamos impotentes y enojados. Nuestras vidas nunca fueron las mismas de nuevo.

Cada año, los tifones se vuelven más feroces, y la existencia de nuestro archipiélago está más en riesgo a medida que experimentamos los efectos nocivos del cambio climático. Mi relación con la naturaleza ha cambiado a lo largo de las décadas. La naturaleza ya no es un ente pasivo, un cuadro idílico, para ser forjado en la cadencia de los versos en alabanza de su belleza. Ahora es una fuerza desatada en busca de venganza por lo que ha tenido que soportar de excesos humanos.

Como poeta de hoy, canto tristemente la desaparición de las grandes musas: las montañas, los océanos, los árboles, el viento, las nubes, los paisajes y las personas. Nacida en la implacable isla de Samar, - el sendero del tifón del país, conozco demasiado bien los estragos del agua. Sé muy bien de los cuerpos regados por todas las carreteras tras las olas que han lavado la tierra. De las familias expulsadas de sus casas.

Esta ha sido mi memoria, y el futuro que se despliega ante nosotros.

Nuestro presente viaje sobre la Tierra demanda un imperativo moral, que requiere el firme compromiso de las ciencias y las artes. Dónde y cuándo la línea entre los dos campos se ha trazado, es asunto de discusión. Puede ser en los pasillos de las grandes instituciones de educación, donde la eficacia del conocimiento se encuentra numérica, verificable.

Pero la crisis que enfrentamos se remonta a la época en la que mitos e historias regían nuestras vidas, cuando los movimientos en el cielo tenían sentido a través de la presencia de los dioses. Era cuando el miedo significaba que los seres humanos éramos culpables, responsables de nuestros errores y codicia. Los poetas recitaban y cantaban por encima del estruendo de los gritos humanos. O el silencio. Sus palabras eran ofrendas a los cielos. Traían lo indecible a la vida para que pudiera ser testificado de nuevo.

Martin Heidegger afirma, "Ser poeta en un tiempo indigente significa asistir, cantando, a la huella de los dioses fugitivos. Por ello el poeta, en el tiempo de la noche del mundo, pronuncia lo sagrado". Que las ciencias-con su virtud de ser medibles-tambaleen ante el masivo estado de destrucción de la Tierra, indica cómo la balanza se inclina para otro tipo de pensamiento. El desafío tiene que ser llevado a una frontera emocional donde podamos aprovechar de nuevo  las profundidades de nuestra memoria colectiva, la sabiduría mítica y cantar la tierra de nuevo en plenitud. En ese espacio intuitivo del cual la poesía extrae su poder, aprendemos cómo destilar visiones que podamos discutir en la matizada textura de la esperanza, la empatía y el amor mientras transmitimos las preocupaciones que tienen que traducirse en acción.

En años anteriores, se han producido más antologías de poesía para documentar los estragos de los tifones que han azotado a Filipinas. Los poetas se vieron a sí mismos no como artistas individuales, sino como ciudadanos del mundo implicados en catástrofes que dictan el tipo de vida que viviremos. Nos encontramos de nuevo obligados por la identidad y la comunidad.

Necesitamos ayudar a la tierra a sanarse y superar sus heridas. Y la poesía nos permite sumergirnos en ese reino donde el mundo puede hacerse familiar y habitable una vez más. Con fe, ella de nuevo puede hacer que nuestra Tierra, nuestra única herencia, sea el regalo que realmente es.


Dinah Roma (Filipinas). © #25FIPM. Photo: Sara Marín
Dinah Roma (Filipinas). © #25FIPM. Photo: Sara Marín

Dinah Roma   nació el 28 de febrero de 1968 en Samar, Filipinas, lugar conocido por sus aguas azules e implacables tifones. Estudió japonés en Japón cinco años, donde obtuvo una maestría en Cultura Comparada. Es poeta y profesora de Literatura y Escritura Creativa en la Universidad de La Salle, Manila, donde es presidente del Departamento de Literatura. Autora de tres libros de poesía: Un festejo de los orígenes, 2004, ganador del Premio Nacional al Libro Filipino de Poesía en inglés, 2004, y otros dos importantes premios; Geografías de la luz, 2011, cuya colección central ganó el Premio Carlos Palanca de Poesía en Inglés, 2007 y fue uno de los finalistas en el Premio Nacional de Filipinas Libro 2011 de Poesía; y, su más reciente libro, Nombrar las ruinas, 2014, editado por Vagabond Press, editorial literaria independiente australiana, en Sydney, Singapur y Manila.

Sus obras exploran los espacios liminales entre lugar y  lenguaje, donde las posibilidades de travesía son múltiples. Mientras su primer libro celebra sus inicios en el arte poético, el segundo persigue andanzas más audaces que fusionan sus motivos favoritos de viajes y epifanías. Se inspira en las ricas tradiciones de Asia para trazar el transcurso del viajero a través de paisajes y territorios, pueblos y culturas, el tiempo y la memoria. Su tercer volumen inicia sobre una nueva huella al reflexionar sobre el aspecto de las ruinas: sus paisajes internos y externos-en nuestro día a día. En ella reflexiona sobre la destrucción del cambio climático en su país, frecuentemente devastado.

Donna Miscolta's When the de la Cruz Family Danced Review by Dinah Roma
Presentation of book Naming the Ruins Vagabondpress.net
Poems Mascarareview.com
Poet Dinah Roma launches third book Gmanetwork.com
Two articles By Dinah Roma. Axonjournal.com.au
Poems Softblow.org
Dinah Roma reads from Naming The Ruins Youtube Lit Singapore
Poemas Perroberde.com

Publicado el 19 de marzo de 2015

Última actualización: 19/12/2021