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Judith Crispin, Australia

Por: Judith Crispin
Traductor: Omar Pérez

 


Fotografía de Jason Blake

 

 

Leves rastros de Henry Jackamara Cook

La ley es un canguro verde que danza
el delgado paisaje de Henry Cook al ser,
en algún lugar del Tanami,
donde vientos de nudillo raspan la roca desnuda
y Henry se está marsupial
en lo extraño de la hoguera.

En Lamajanu, casas de lata bordean la calle.
Nadie está afuera,
nadie.

En el centro de arte, viejas señoras pintan “sueños de semilla”.
La brisa alza la orla de una cortina,
luego la calma.
Es calmo.

Henry ya no pinta. Se sienta solo,
a ver un video ceremonial de los 70´.
Todos los presentes están muertos, menos él.
Y los muertos están en el desierto,
sin rostro tal como el desierto
y tan remotos.

Hace diez años no parecía nada caminar
tres días hasta su país sagrado,
país de granito,
donde grandes lagos de sal exhalan su sed
sobre el spinifex y la arena,
la matraca del sol.

Pero la artritis y las cataratas lo han enjaulado
en el centro de arte,
las luces están apagadas.

Arrastramos sillas por un porche de concreto
para ir  a ver las oscuras nubes horizontales
sellar el cráter en Wolfe´s Creek.

La lluvia despierta en su lengua
las sílabas angulares del desplazamiento.

Y casa es el desierto respirándose en la noche,
borrando las huellas de todos los que anduvieron por allí,
noche es un emú creciendo salvaje en la vía láctea,
y ojos, ojos en las minas de granito.

Un día, me dice, voy a salir andando
a mi tierra y nunca volver.

Al borde de la villa, un canguro abandonado por cazadores furtivos.
El polvo rojo espesa su pellejo, el polvo rojo es denso
en los raybans de Henry,
envarando su pelo blanco en alambre.

Le hago una foto destripando el ciervo,
sus intestinos anudados en marca ritual,
Henry y su desollado hermano, con la luz de espalda
contra los cerros en cadena
y el último sol alzándose.

La ley es un viejo bailando
al canguro gris para que sea
cosiéndolo de nuevo al cuerpo del desierto,
a su propio cuerpo, ocre y gruñido,
un bumerán de caza golpeado en el suelo.

La noche borra este paisaje
árboles lentos, arena,
el pasto ha desaparecido.

Solo los talones de Henry subiendo y bajando
por un trillo rallado de viento,
expresiones de un lenguaje que le pertenece
y al cual pertenece.

Mañana, el manantial del pez gato
le estirará el pelo blanco hasta volverlo elástico,
como cables telefónicos desvaneciéndose en el Tanami.

El fango le devuelve
la lenta memoria fresca de una tierra
antes de las misiones, antes de que la diabetes y el alcohol
redujeran a sus ancestros hasta caber en el cuenco de una mano
como cocuyos, cometas diminutos
atravesando el negro.

Mañana, ensartará de hojas de caucho
en el agujero en su nariz,
y dirá, hazme una foto así, Nangala
soy un hombre bello.

 

 

Sommernachttraum

 

Para Irene Lampert

Te amo
de puro miedo a la soledad,
dijo el Minotauro.
Tal vez no había hablado
mas ella igual lo habría sabido
por el bramido inquieto
hondo en el jardín ornamental.
Lo ve crecer diminuto en la distancia;
una figura de cabeza pesada,
desapareciendo en una erótica de árboles.
Y por un larguísimo instante 
dieron vueltas uno junto a la otra.
Ella, en las avenidas de quemados tilos,
de sombras de antenas de televisión de la guerra fría;
y él, en el Dammerung,
espacios míticos de Goethe y Heine,
tocando la realidad solo como algo profano:
el diablillo prendido al pecho del durmiente
o una figura semitransparente vista en la neblina
por ciclistas mañaneros.
Ella tiene una foto de él
en su propio estudio
mientras pinta nature norte,
media fruta en estilo anticuado,
pero a ella le gustaba cómo caía la luz sobre su mano
y cómo sus cuerpos estaban separados solo
por un jarro de pinceles
y humo de cigarrillos.
El marco de la foto se rompió y no ha sido arreglado.
Llena su apartamento de orquídeas
y discos de la Ópera de Pekín;
pero en las noches
cerca de Teufelsberg, donde no hay minotauros
y el liquen cae como cabellera de anciana,
se acuesta entre cacharros abandonados
a buscar satélites.

 

En Cracovia

Ante la catedral de mil ojos,
un homeless cae de rodillas
ceñido por furtivos pechos de palomas.
Canta casi sin sonido
Panis Angelicus.
Cae la luz y los pájaros,
alzando el aire entre las plumas como si fuera aliento,
usan en vano su silencio para llegar a él.

 

 

Los pájaros

 

                              El mar no es menos bello a nuestros ojos porque sepamos
                              que a veces en él naufragan barcos.
                                                 Simone Weil

 Marea real, enero 1976.
La playa es una línea de marfil entre abetos.
Armado de aeroplano mi hermano corre
con la yerba hasta la cintura,
el sol corretea a su alrededor
sacando estática de su cabello fino.     

De mar abierto, un viento kurruwarri,
pulmones del aliento que nos formó,
que nos tejió juntos en secreto;
cuando éramos magos
y leíamos augurios en las lenguas de arena.
Rastreras y caracoles en el légamo:
el mar regresa sus muertos a nuestro cuidado.

Las coloridas mangas de mamá ondulan
al llamarnos adentro,
el cielo se encorva, se dilatan las nubes
en yunques sobre nuestra tienda,
y recuerdo como el mar se retiraba.                    
                          
Por el cristal trasero de nuestro Chrysler Valiant
las arboledas se van reduciendo a spinifex,
los toros ocres del polvo se levantan,
hombro con hombro, por donde pasamos.
En el microsegundo antes de oscurecer
un pájaro cola de cuña  [ wedgetail] sube en espiral hacia la luz
entre gigantescas nubes.

Es noche. El canal de emergencia en la radio
murmura bajo el ululante ventarrón.
Mi hermano va metido entre los asientos delanteros,
su cara teñida por la luz verde del tablero de instrumentos
está cruzada por la sombra de limpiaparabrisas fuera de control
y en el suroeste, largas hileras de semi-trailers
hormiguean a lo lejos y se desvanecen.

Nuestro aliento encharca de ópalo las ventanillas
vamos mirando en busca de criaturas transformistas
rayadas en ocre y oscuras en el peco
huecos donde no cae la lluvia
(mirlalypa) buscamos agujeros en la lluvia.

A este santuario de viento y silencio y viento
arribamos interminablemente,
siempre detrás de pueblerinos trenes,
serpeando sin fin en los ciclones
nubes de presagio avanzan como rompehielos,
y en los últimos ripios de la luz
los pájaros van volviendo a casa.

 

Soy Freya

Soy Freya de los campos de hielo,
siguiendo un colmillo de narval
por el aire tejido de diamante
pues el narval contrajo el habla en su quijada.
Y si al dormir roza mis caderas desnudas
no me despertará.
En todos los cuartos de nuestra casa
está cayendo nieve.

Soy Freya de los suburbios,
que mira una cabria de cerros rotar su sombra
en forma de caribú,
narices de terciopelo alzándose en el viento
y el crepúsculo es un sendero de brasas entre los tejados,
tintinear de luces de autos en el Bulevar  
donde una mujer encapuchada pasea su perro
en la última luz que se está yendo.

Soy Freya, con la puerta del conductor abierta,
que corre hacia un conejo en la carretera
cuerpo sin marcas,
un ojo mira hacia la luna,
Vega, Europa,
la inmensa indiferencia del espacio,
y él espera en el carro como un extraño,
las luces de la calle inundando el parabrisas,
y ya hemos empezado
a no pertenecernos.

Soy Freya,
pase lo que pase ahora no importará
en el café de nuestra Fimbulvetr
me invitará a un espresso
y me dirá que todo ha terminado.


Judith Crispin  nació en Sidney, Australia en 1970. Es poeta, fotógrafa y compositora. Estudió música en el Conservatorio de Música de Melbourne y en la Escuela de Música de Canberra antes de obtener su doctorado en Composición y Musicología de la Universidad Nacional de Australia en 2004. Siguiendo sus estudios doctorales con Larry Sitsky, Judith continuó sus estudios de composición con Emmanuel Nunes en Paris durante 2005.

Ha recibido un número de galardones y premios incluyendo el Premio Internacional de Composición de Ópera Nancy Van de Vate 2004 y el Premio de Composición en homenaje a Harold Allen 1996 y 1997. De 2002 a 2007 trabajó en un proyecto con Larry Sitsky para preservar las composiciones australianas. Este proyecto ha producido una serie de partituras australianas publicadas por The Keys Press, Perth, Australia. De 2000 a 2004 trabajó como profesora en Musicología y Composición en la Escuela de Música de Canberra, ANU. Judith ha trabajado como profesora invitada en la Universidad Americana del Cairo y como entrevistadora ocasional para el Departamento de Historia Oral de la Librería Nacional de Australia. Actualmente  enseña composición y musicología en la Universidad del Sur de Queensland.

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Publicado el 7 de abril de 2016

Última actualización: 01/02/2022