Annabell Manjarrés Freyle, Colombia
Por: Annabell Manjarrés Freyle
Ya no me leo el tarot
El espejismo del medio día
me demostró
que el bailarín sofocado,
solo era la humedad.
Y en el sopor de la tarde pude ver
el rostro de quienes
se disfrazaron de Dios y me conjugaron.
Les manifesté mi ignorancia
como única verdad,
y me convertí
en una creyente de pacotilla.
Arruiné todas las predicciones
quemando las cartas,
de tanto barajarlas al azar.
Tomé un puñado de arena…
lo arrojé al mar.
Y la arena fue mi destino
y el mar la nada.
No tiene caso para una criatura de cristal
ver más allá de la noche.
No tiene caso.
Las espadas que me despedazaron
yacen en el suelo con mi sangre primigenia.
Una mujer ajena
es la sangre que me circula con su perfume metálico,
con su oxígeno de manantial que
no supo nombrar a las cosas.
Ya no me leo el tarot, es cierto,
porque se me hizo
destino todo aquello que quise,
junto a la suma
de palabras sueltas que
proferí irresponsable.
De lejos fueron llegando
los espejos que me agotaron
abordándome con el instante,
y sin embargo,
de la verdad del instante
no tuve más
que
existencia.
(Óleo de mujer acosada por el tiempo)
Mi voz en un laberinto
Mi voz se deshizo de la lengua.
Fue herramienta de malas palabras en mi contra.
Me condenó en una constelación
de actos predecibles.
Me mantuvo supeditada
a otros cantos,
pero yo no sé de cantos
o de palomas silenciosas.
No sé de quienes me sobrevolaron
en tardes de playa acompasada
por arpegios,
donde me importó un bledo
separarme del alma y arrojarla a la vida.
Gesticulé en un papel
un grito poderoso,
para matar a aquellos…
los ilustres de la voz,
y compadecerme:
Pobre de mi voz, pobre.
La que se separó del habla
y habló por hablar.
La que aparentó ser una
guardadora de silencios
mientras llevaba la casa
sucia de ruidos interiores.
Pobre de ella, pobre.
La que visitó soles
y atardeció
en las
esquinas.
(Óleo de mujer acosada por el tiempo)
Autorretrato
Soy el dedo que me señala,
la que de las sombras
iluminada brota.
Todo me atraviesa
el agua, la luz, el viento,
la esperanza,
mi hombre,
los sentimientos más oscuros
y los más clementes.
Me voy con los días de silencio
y me quedo en ellos,
abrazo las espaldas de quienes
me las dan;
obligo a los parques
a sacarme de la rutina
y es mi pelo la hierba herida
que pronuncia mi nombre.
Voy a tientas tocando cuerpos
de hombres y mujeres,
voy abanicándome
con mis soberanos matices.
Y me lanzo.
Óyeme como caigo
de mis falsas ilusiones
junto a ese otro que
me enseñó a volar.
(El Espejo Lunar Blanco)
Selva y origen
Estoy sola en mi selva de mujer
tratando de ahogar
el símbolo
en mi selva inconquistable.
Poblada de bestias vírgenes
y espíritus indomables,
poblada de olores a lluvia
(barro en el aire)
y olores a tigres acechando
a mis hembras celosas
Dejo crecer mi pelo en silencio
para encontrar quietud, perdón, y brisa
sobre el follaje muerto
de las palabras.
Desde esta jungla de deseos
desemboco mis ríos
de sangre
y grito
para ahogar todos los símbolos,
para volver a mí
siempre volver.
(El Espejo Lunar Blanco)
Manjarrés
Fundaste el óvulo
de mi eterna feminidad
y luego te fuiste
dejándome el vacío de los abrazos
y ese reflejo de tu rostro en el mío
que aún no he aceptado.
Tienen algo de ti
todos los hombres que he amado
porque después del delirio
solo queda el poema.
Fuimos un solo cuerpo
mi madre y yo
en aquel tiempo
en el que tú perseguías el aroma sexual
de una adolescente
de pocas aspiraciones.
Pero hoy, en el umbral de tu ancianidad
he venido a recordarte
que soy tu única hija,
a la que nunca reemplazarás
en los brazos de ninguna otra.
(El espejo lunar blanco)
Otro prejuicio
Me enseñaron
que la vida de hombre en mujer es perra
y que los años son maestros
de los días aprendices.
Pero hasta el tiempo es un suceso
de la tierra que gira y se desplaza,
el campanario de una catedral,
un reloj caro en el brazo izquierdo,
otro prejuicio más.
(El Espejo Lunar Blanco)
Himno a Santa Marta
Nadie ha venido a salvar a la ciudad dos veces santa.
Los idiotizó el azul.
Se quedaron sentados en los parques
surfeando los maremotos.
Están cansados de las mismas caras en los cafés,
pero se convierten en lluvia
cuando fingen asombro.
Se tragaron el mar y lo vomitaron.
Heredaron la ciudad de las ventanas.
Y la ciudad de las ventanas
tiene un fondo dibujado:
aves que deambulan como bolsas de rayas azules,
y una marina que les cicatrizó mal el rostro.
Nadie respondió por la ciudad dos veces mártir.
Ya no le hacen el amor después del lucero.
Lleva el pelo marginado hasta las rodillas.
Abrió sus piernas al pirata europeo.
Deberías volverte isla, Santa Marta,
desprenderte de este país sin recuerdos,
y elevarte.
¡Allá va un planetoide despoblado!
¡Se arrancaron las raíces de sus árboles agónicos!
Desde las fronteras se observa
una pequeña estrella indefinida
girando
quién sabe,
alrededor de otro fuego.
Annabell Manjarrés Freyle nació en Santa Marta, Colombia, en 1985. es poeta, comunicadora social y periodista, narradora y bloguera. Autora de los poemarios El espejo lunar blanco y Óleo de una mujer acosada por el tiempo, este último obtuvo el primer lugar en el Concurso de Poesía y Cuento Joven 2013 de la Gobernación del Magdalena. Se ha desempeñado como gestora cultural y Jefe de Prensa en varias instituciones. También dicta talleres de escritura creativa. Sus textos han sido incluidos en Labra Palabra y Poema al Viento.
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Columnas en El Informador
Publicado el 26 de abril de 2016