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Comentario sobre el 26º Festival Internacional de Poesía de Medellín


Comentario sobre el 26º Festival Internacional de Poesía de Medellín

© Carolina Zamudio
Inauguración del 26º Festival Internacional de Poesía de Medellín. © Carolina Zamudio

Por Graciela Maturo
Directora del Centro de Estudios Poéticos Alétheia
Buenos Aires, 27 de julio de 2016.  

No es poca cosa consignar que en Medellín, entre los días 18 y 25 del mes de junio del presente año de 2016, convergieron  alrededor de 110 poetas de todo el mundo,  convocados por la revista de poesía Prometeo, con el poeta Fernando Rendón al frente del comité de dirección y un equipo de colaboradores, para el acto significativo y heroico de leer poesía. 

En tiempos tan inestables para el mundo, y en un país que se ha caracterizado por la violencia durante  por lo menos 70 años –en esos días se firmó, coincidentemente, el comienzo de un convenio de paz entre el Gobierno y las  fuerzas rebeldes instaladas desde hace muchos años en el país-   hombres y mujeres de todos los continentes se reunían para leer, decir o cantar su  poesía.

Dos celebraciones fueron convocantes: la profundización de los ritos de Eleusis, que fueron  desplegados en eruditas lecciones por el estudioso Carl Ruck,  como una de las claves del proceso cultural de Occidente, y el homenaje a Jean-Arthur Rimbaud, el poeta de las Iluminaciones, quien  guió a los poetas ulteriores  a su breve vida hacia un espinoso camino: hacerse videntes. En ambos casos se estaba más allá o más acá de la “literatura” y los procesos estéticos;  se trataba de promover cambios profundos que tenderían a crear  modificaciones en la conciencia de los hombres y cambios culturales que aún  se hallan   pendientes.

Esta atmósfera planeaba sobre el Festival, con  el sostén de cursos, proyecciones, documentales, actos públicos que se extendían a otras ciudades, y al menos dos tipos de actividades conexas: el proyecto Gulliver, volcado a la formación de niños en esta dirección, y el proyecto Gaia, de Carl Ruck, tendiente a instalar una conciencia del cuidado ecológico del mundo que habitamos.

Cabe consignar, además, que en Medellín ha nacido la Escuela de Poesía que dirige el poeta colombiano Jairo Guzmán, notable esfuerzo aglutinante de creadores de distintas generaciones que aportan un considerable caudal poético, teórico y pedagógico desde hace 20 años. Por otra parte, creo preciso subrayar el rumbo  cultural profundo de esa corriente así como del Festival, dentro del cual confluye como grupo organizador.

Todos conocemos la difusión e importancia  alcanzada en la actualidad por la palabra poética, que suele ser  objeto de manipulación,  en todo el planeta, en función de intereses no poéticos.  Es importante constatar que el  Festival de Medellín, llegado a su versión Vigésimo-Sexta, permaneció ajeno a esa tendencia,  interesándose en cambio  por las relaciones entre vida espiritual, filosofía y poesía. En esa dirección transcurrieron los cursos ofrecidos durante tres días por  dos invitados argentinos: Hugo Mujica y quien suscribe estas líneas.  Con nuestros matices y diferencias propias, ambos sustentamos una idea espiritual sobre el lenguaje y la poesía,  y difundimos el enfoque ontofánico heideggeriano que relaciona  a los poetas-filósofos  presocráticos con la poesía de Hölderlin y los poetas del último siglo.

Por su parte el franco-colombiano Nelson Vallejo-Gómez trajo al Festival un mensaje de Edgar Morin - de quien es discípulo y colaborador-   acerca de la conveniencia de incorporar el pensamiento complejo  entre los nuevos paradigmas de la cultura actual, tendiente al universalismo.

En cuanto a las lecturas, numerosas y variadas, de poesía,   nos  fue posible constatar los matices   que parecen diferenciar actualmente a la poesía europea de la aportada por poetas de otros continentes. Africanos, asiáticos y algunos latino-americanos llevaron adelante un mensaje videncial y salvífico, ligado a la confianza en la palabra y  el canto; de hecho los poetas africanos cantaban sus poemas,  poniendo en evidencia una actitud originaria, próxima a la revelación y la comunión musical. Entre los europeos - sin que esto sea un juicio de valor o una negación, pues todos eran de una gran calidad poética-  prevalecía en tanto cierto  aire de fin de mundo, signado por el escepticismo y la ausencia de esperanza.  Nos impresionó, entre otros actos, el presidido por  una poeta suiza que consistía en mostrar un mundo de juguetes mecánicos, acompañados por voces inconexas;  el acto culminó cuando esos juguetes fueron puestos a funcionar simultáneamente: de modo implícito,  sin comentario alguno, se ofrecía  una  imagen del mundo actual mecanizado, con sus dudosas proyecciones.

Pondero entre los rasgos más notables del Festival, el haber promovido de hecho un estimulante  diálogo entre culturas muy alejadas entre sí. Los representantes de pueblos indígenas americanos, así como otros poetas venidos de naciones no occidentales, ofrecieron un marcado contraste  y al mismo tiempo un diálogo en puntos esenciales con  los autores de Occidente, llamando la atención sobre un objetivo que se mantuvo vigente en  el rico desarrollo del Festival: la necesidad de un nuevo comienzo de la cultura a través de la palabra poética.

Quisiera agregar a estos aspectos la excelente organización del evento,  las incontables  atenciones  recibidas por los invitados, y el intercambio amistoso  que prevaleció en las reuniones.  Por todo ello quedo infinitamente agradecida.

A la espera de conocer otros ecos y comentarios  de este memorable Festival,  que para mí ha sido altamente significativo, envío a sus organizadores  e invitados un cordial y fraterno saludo.

Publicado el 2 de agosto de 2016

Última actualización: 04/07/2018