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Hugo Oquendo Torres (Colombia)

Por: Hugo Oquendo Torres

 

 

 

Catarsis de la memoria y otros silencios, libro inédito, 2010.

A la memoria de las viudas del Urabá

 

Otros silencios

(Catarsis de la memoria I)

Todo era una sola fiesta antes que llegaran ellos;
mi pueblo acostumbraba a vestirse con coloridas comparsas;
los niños jugaban hasta bien entrada la noche y nunca
estaban tristes. La arena caliente de mi pueblo se divertía
junto con el viento, creando artificios para resolver cómo
                                ensuciarle el vestido blanco a doña Julia.

Mas, cuando nos visitó el silencio, no se volvieron a escuchar
las risas de los niños, ni las carcajadas vulgares de los viejos
que acostumbraban a jugar dominó bajo la sombra del almendro,
                                                      en la esquina de don Hernán.

Cuando llegó el silencio, el jardín de mi casa tornó pálido hasta
quedarse confinado en su profundo mutismo. Tampoco se oyó
más el murmurar de los arroyos, ni la algarabía callejera, ni aun
en los putiaderos más bulliciosos de mi pueblo: La Ochenta,
                                                 El Piel Roja y La Pesebrera.

Cuando el silencio se incrustó en nuestro tiempo, apropiándose
de nuestro espacio, mi familia no elaboró más la natilla y los
buñuelos en la calle de mi barrio. Todo se fue enfriando hasta
el punto que muchos abuelos murieron de soledad, porque se
                                            les fue negado el abrazo de sol.

Cuando llegó el silencio a mi pueblo, mi padre levantó el grito,
pero luego fue silenciado. Cuando nos visitó el silencio en Urabá.
¡Sish!
Todo quedo mudo.

 

Espejismo esposo


(Catarsis de la memoria II)

Tracé mi destino bajo la almohada. Cuando llegue la hora
y me vengan a buscar, di que no estoy. Di que emprendí un
viaje a tierras foráneas y que no regreso jamás. Di que no es
preciso asesinarme, porque ya morí. Di que no es necesario
                      el entierro, porque ya me sepulté en el olvido.

Di que el arroz está maduro, el maíz se está perdiendo, la yuca
se pasó y el cultivo de plátano se lo comen las aves, y no hay
quien coseche porque me fui. Di que me fui hacia la serranía
del Abibe donde nace el sol y la lluvia es ciega. Di, mujer, que
no me fui de pesca. Sólo di que me fui y no regreso jamás,
                                       diles que ahí les dejo su puta parcela.

Me esconderé bajo tu piel. Lloraré y observaré con tus ojos cómo
se llevan mi cuerpo para exponerlo a la tortura. Mi cuerpo, mujer,
no lo hallarás, porque será abono para el arroz, el maíz, la yuca y
el plátano. Pero, continuaré escondido bajo tu piel
aunque mi cuerpo lo encuentres años después en una fosa común.

 

Al asesino


(Catarsis de la memoria IV)

Vos no sos un hombre ni un gran hombre.
Sólo sos una marioneta que se oculta detrás de un metal,
que expulsa ascuas de silencio y miedo,
                                           siendo tu vergonzante careta.

El asesino no es tan asesino. Él sólo estanca el tiempo en
un vaso, por unos breves segundos. Las verdaderas mujeres
y los hombres somos eternos, ni con las ráfagas del viento
 morimos, mucho menos en el fuego del infierno olvido.

Porque con nuestras manos bruñimos la historia, preñando
con nuestro sudor la tierra e imprimiendo con sangre la
esperanza. Vos no sos un hombre ni un gran hombre,
                                                        sólo sos un cobarde.

 

Memoria


(Catarsis de la memoria V)

Cuando los nuestros se van, los que quedamos
padecemos el horror de la muerte, porque al final
aquellos que mueren simplemente descansan del
trance de la vida. En cambio los que quedamos
nos morimos en una eternidad silente,
                         desconociendo la puesta del sol.

El dolor es la bebida que nos da a probar la
historia en una copa llamada cuerpo. Una bebida
de sufrimiento y esperanza. Sufrimiento porque en
el brebaje de la vida, el dolor nos hace humanos; y
en el hechizo de la esperanza descubrimos que
nuestros sueños no han sucumbido en el verano.

En este éxodo humano de éxtasis, piel y sexo,
nuestras lágrimas se transforman en ríos de sal,
mientras hacemos de tripas esperanza los recuerdos,
que como dientes hieren nuestros pies. Puesto que
esos que han muerto viven en nuestra historia,
        a la vez que morimos en el solitario olvido.

La muerte es un pasaje
   y adornada con flores, la vida es un canto fugaz.

 

Epitafio para Latinoamérica


(A la memoria de Mercedes Sosa QELAMD)

Te doy mi adiós, escribiendo versos para luego lanzarlos
al aire como mariposas doradas, lanzarlos al río como
barquillos de papel, pero no me despido de ti.
Quedo en tus labios y me llevo tu historia ensortijada en el
brillo de mis pupilas. Te apreso contra las rocas del tiempo
                          cual débil pez en los tentáculos de la vida.

Soplo en tu cara el narcótico indígena que la planta
guardacaminos ha parido para mí. Luego consagro mis
pensamientos a la llama de tu espíritu y a las raíces que
surcan tus venas, para hacer de mi carne una contigo.
Porque en tus brazos de Pachamama soy cóndor, Andes,
                                             Uipala, suelo,fuego y metal.

Te doy mi adiós pero no me despido de ti:
Mamagrande, Mercedes Sosa.
Mamagrande de Latinoamérica.
Te doy mi adiós pero no me despido de ti.

 

Llana brisa


(Catarsis de la memoria VI)

¿Muerte?, quién dijo muerte, si ella no estanca su mismo espacio.
¿Quién dijo muerte?, si el ser humano ni el deceso lo detiene.
La muerte es sólo dejar de ocupar un cuerpo para pasar a otro
                          universo que te dice: hoy has iniciado de nuevo.

¿Quién dijo muerte?, si nos queda una eternidad por recorrer.
La pesada vida ni aún detiene la gestación de un feto.
                                                                                        ¿Muerte?

Si nuestras palabras transcurren con el viento junto con nuestros
Pasos, y cabalgando en el lomo de una mariposa azul nos
extinguimos en el infinito. Somos tan perpetuos como la misma
                                                                             joven esperanza.

¿Muerte?, quién dijo muerte si estamos vivos, marcando con
                                           nuestros gritos las rocas de la historia,
                                                           haciéndole grutas al olvido.

 

Poética del cuerpo desnudo, Metanoia, Rio de Janeiro, 2014

 

En el principio era el mar

 

Tocar la piel de un árbol,
apalabrar la brisa.
Todo árbol antes fue una sombra.
Una sombra del viejo mar
anclado en su azul.
Hoy la costa brama su nombre,
nombre de salitre,
viento y arena.
Toda piel fue antes el mar.

 

 

Tequila doble


(A Frida Kahlo)

En el hedor torcido de tu música rajada,
nacen muertos los soles
y se erecta la melancolía.
Tu cuerpo fracturado
se incrusta en mis costillas hambrientas.
Como filo de maguey que acuchillan tus sienes,
cerco de púas,
tu boca que engullo a mordiscos.

Absorbo el reverso de tu oreja
mientras remojo tu ombligo con limón.
La tierra seca coagula tu sangre negra,
puñado de alcantarillas,
oro sangrante de los dioses esclavos,
haciendo arder tu carroña desnuda.

Tu cuerpo lacerado,
ciudad en tempestad de cúpulas
y pétalos de senos.
La lengua de los dioses mixtecas
lamen la sal de tu tinaja rota
y beben el tequila doble de tu clítoris.

 

Tesão

Un beso, el paraíso.
Vagina, la eternidad.
Pene, alma que encarna a la otra.
Dios nació de un orgasmo
y de su placer nuestras carnes.

 

A Marcella Althaus-Reid

El color rojo de tus labios carnosos
lo trituro en el mortero de mi dorso;
con él coloreo el fondo del océano de Venus,
el canto de las aves de febrero
y la vagina de Dios.

 

Y el verbo se hizo látex

Jesús en el instante que en el horizonte se desgranaba la
última brasa del sol, después de la misa de seis, se bajó
del madero y entró al confesionario. Tomó de abajo del
reclinatorio su cartera de maquillaje para transformar el
rostro empalidecido. Con una banda plástica disimuló
sus cojones, luego ajustó al cuerpo el pantalón con
lentejuelas que su madre le había confeccionado. Se abultó
los senos con dos formas de espuma; de allí, ocultando la
herida de perro callejero en su costado, se ciñó al corpiño
un corsé negro. Colgó la corona de espinas en el perchero,
              luego cepilló su cabellera y se aplicó lápiz labial.

Después de ponerse las botas de cuero, guardó como
amuleto de suerte, entre su pecho, una navaja y tres
condones. Jesús levantó la mirada y lanzando un grito al
cielo a garganta herida, encomendó su cuerpo al Padre y
vivió. Ahora él, ella, mariposa púrpura que danza entre
bambalinas, bajo los ojos azules de la noche, hasta las seis
de la mañana, cuando acabe su jornada de piel húmeda,
                                                             se llamará Samanta

Ella con la cabellera suelta, salvaje, seduce las miradas
ansiosas del cáliz de su sexo, su pan y su vino. Hoy
querremos comulgar con su cuerpo excitado. En la esquina
de la avenida, cerca al semáforo, Samanta fue abordada
por una camioneta, allí nuevamente fue violada por el
peso de la razón. Una y otra vez fue penetrada con el falo
absolutista de la verdad. Su rostro fue torturado, masacrado
fue su vientre y raída desde su espalda. Se repartieron su
ropa y se sortearon su túnica. La muerte
                                          ha vuelto a tener otro orgasmo

Treinta monedas de plata cayeron sobre el pavimento que
era mordido por la lluvia. Lluvia de agua-sangre se escurre
entre las cloacas de la ciudad, alimentando el silencio de
los ojos. Su maquillaje, serpentina de la aurora, se
difuminaba por el rostro, haciéndose una acuarela con la
boca magullada. Pero ni una sola lágrima de sus ojos de
gata medialuna fue derramada, porque pudo más el coraje
que la locura. Samanta al tercer día, después de la misa de
                                                                     seis, resucitará.
    El carnaval de su lápiz no se ha borrado de su boca roja.

 

Eva

Que la provocación de la palabra trasgreda el cuerpo,
que el cuerpo trasgreda la palabra.
Que el rojo se meta entre las piernas
y chorree hasta tinturar la sombra de tus pasos.
Que nuestros párpados no caigan
cuando la luna muestre sus senos sin mamar.
Guarda que nuestro coito no sea libre de la tentación.
Que no se escape el alma de su celda
para que eterno sea el presidio de Yahveh.
Oh vida, guárdanos de trazar la patrística
como bitácora de la piel.
Deja que el ave asuma su vuelo
sin el retorno al nido de la boca.
Eva vuelve a frotar tu fruta excitada,
mil y una noches.
Y después de este destierro,
muéstranos tu ombligo otra vez.
Amén.


Hugo Oquendo Torres nació en Chigorodó, Urabá, Colombia, en 1982. Es poeta, teólogo y profesor. Ha trabajado con víctimas del conflicto en diversas regiones del territorio colombiano, a través de una corporación social que apoya  comunidades campesinas. Ha escrito cuatro libros de poemas, un libro de cuentos y algunos ensayos de teología.

En sus palabras: “La teología en nuestros tiempos tiene que renovarse, dejar ese hermetismo academicista y abrirse a dialogar y acostarse con otros saberes, porque es la riqueza misma del pensamiento; no se trata de un pensamiento aislado, parafraseando a Edgar Morin, quien habla de los saberes como saberes que se encuentran; no hay un pensamiento aislado, sino una visión de conjunto”. 

Poemas Revista Prometeo
Hugo Oquendo-Torres, teología poética Artículo de Alan González Salazar
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Publicado el 29 de mayo de 2016

Última actualización: 23/11/2021