Andrés Álvarez (Colombia)
Por: Andrés Álvarez
Duermevela o bregas de la vigilia
Toda la noche nos tasó mal la balanza del cielo y amanecimos pobres de cuerpo y de palabra como dos soles lánguidos ahora una y otra y otra mano penden pesadas sobre el centro ¿de qué cuerpo van para qué cuerpo? en la alcoba sin tregua desfilan por la orilla húmeda estas manos húmedas y pulidas en la rueda del azar
¿qué noche? toda esta noche nos tasó mal la balanza del cielo y amanecimos con el cuerpo ajeno y la palabra mascullada duerme cierra los ojos y duerme un sol lánguido meterá por la ventana sus rayos y palidecerá nuestro cuadro amatorio sin cielo y sin balanza del cielo mañana seremos el diálogo duermes ¿todavía? el poema de la piedra lanzada hacia atrás y la inmortalidad de la alcoba que no necesita del cielo toda la noche todas las noches nos tasó mal la balanza del cielo por las fracturas de la devoción se filtra el peso de la palabra como un líquido amargo ¿y mañana? seremos el diálogo pobre de cuerpo y de palabra ahora una y otra y otra mano penden pesadas sobre el centro entre la divinidad y el fango.
Como una pájara arisca
Sobre mi sombra la sombra tuya es como una pájara arisca que erosiona el árbol para poner su nido y abandona el nido y yo guardo la tristeza pausada del árbol al que se le ahueca el tronco que es sombra que enfría pero que no se toca no se agarra no se arranca como una pájara arisca en su vuelo de ángulos profundos –silenciosos se mueren los árboles de tener el duramen carcomido donde al final no hubo nido donde se pudrieron estériles nidos tejidos de luz de malva– pero la robustez erguida de los árboles no la tengo no está en mi alma no la encuentro en mi palabra Sobre mi sombra la sombra tuya es como una pájara arisca y yo insistentemente guardo la tristeza pausada del árbol al que se le ahueca el tronco.
Contingencia
Cuando nos vengamos a menos, dijiste, los perros van a ladrar al unísono y las campanas sonarán revelando impúdicas sus grietas y una ventisca apagará todas las velas de nuestra habitación Pero cuando por fin nos vinimos a menos –qué fue lo que pasó– la noche permaneció silenciosa y las campanas sonaron iguales a sí mismas, cada hora, y no tiritó si quiera la llama de la más lánguida vela Lo único que nos dolió del mundo fue su indiferencia Lo único que nos dolió, querida, del mundo Lo único que nos dolió.
De: Ese olor de árboles muertos
Ese olor de árboles muertos
Ese olor de árboles muertos
vino con la medianoche:
eras tú y el anuncio de tu estancia
en este lado del río.
Eras tú y la noticia de la guerra,
navegando un camposanto turbio
y sin flores.
Otros cuerpos llegaron a la ramada
y todos se quedaron sin nombre.
Decíamos,
hombre de treinta y cuatro años
–cuatro balas en el abdomen–
saluda el sol con las manos.
Decíamos,
una mano, sola la mano
aguarda un dueño en esa piedra.
Rigor mortis:
río Magdalena.
Ese olor de arboles muertos
vino con la medianoche:
eras tú y la caída de tu infancia
pidiéndonos flores.
Pero aquí tampoco hay flores.
Guerra
Alguien hablaría de la casa vacía
o del alero inclinado
al paso rasante de las bombas,
pero unos tienen los ojos llenos de tierra,
otros tienen la boca seca
por acunar camadas de polvo,
y nadie sabe la lengua extranjera.
Alguien contaría la noticia
del país deshecho
para recibir los dones de la hospitalidad,
si el anfitrión no fuera su verdugo.
Alguien diría algo más
pero sus palabras serían las palabras
de una boca muerta.
Apología II
Perdóneme, muchacha,
pero quiero regalarle abismos:
no lo demás.
Abismos como la sucesión cromática
del cielo.
Los ojos imantados
–en los astros–
derivan las intermitencias.
No las pasiones contenidas.
No la madurez que presumen
entendimientos que no han dado fruto.
Muchacha,
todo arraigo está en los abismos:
no en lo demás.
A una niña recatada
Sobre algún error
se habrán fundado sus geometrías:
es santa
y no le alcanzan las piernas
para disimular su sexo,
es santa entre el rozamiento
que convierte a las niñas en aurigas.
En este cuerpo fértil
algo ya gotea,
en este
cuerpo
fértil,
como los aguaceros de marzo.
Günter Grass para motociclistas
Bajo el rojo incendio del ocaso,
el insensato
buscando arándanos en motocicleta.
Su cuerpo pesaría sobre el pavimento.
Pero la muerte tiene
la levedad de los pájaros.
Poema del enemigo
I.
Mi único enemigo se ha muerto
y yo me quedé solo
en lo de la dialéctica:
la violencia no es partera de la historia;
no hay insurgencia,
no hay contrainsurgencia,
no hay contrainteligencia
si está muerto mi enemigo.
Mi único enemigo muerto
y yo solo, solo
en lo de la dialéctica.
II.
Un día me dijo pequeñoburgués
porque confundí la nada
con el ser, al ser con el ente,
al ser con una mujer
hermosa y fútil
y dialéctica, dialéctica
a quien quería mi enemigo.
Mi único enemigo,
el muerto,
con quien disputaba una mujer.
III.
Érase una mujer
ávida, ambigua y habladora,
ávida de novedad,
irremediablemente habladora:
ese escándalo,
ese escándalo dialéctico,
dialógico, pragmático,
y mi pobre enemigo muerto,
y mi pobre enemigo muerto,
sin disputarme esta mujer.
Andrés Álvarez Arboleda (El Carmen de Viboral, Colombia, 1991). Autor de poemas, ensayos y otros textos literarios. Abogado de la Universidad EAFIT. Magíster cum laude en Literatura de la Universidad de Antioquia. Profesor de la Escuela de Derecho de la Universidad EAFIT. Cofundador, editor y autor permanente de la revista Opinión a la Plaza. Textos suyos, de distintos géneros, han sido publicados en medios nacionales y extranjeros como Ecos: 15 poetas antioqueños (antología), Paisaje inacabado (antología de poesía colombiana), La flor en que amaneces (antología de poesía hispanoamericana), Revista Prometeo, El Espectador, La Silla Vacía, Liberoamérica, La Poesía Alcanza para Todos, Periódico del Festival Internacional de Teatro de Manizales, entre otros. Ha participado en distintos eventos y festivales de poesía; entre ellos, el Festival Internacional de Poesía de Medellín.
Publicado el 10 de abril de 2017