Ronald Cano, Colombia
Por: Ronald Cano
La anhelada paz de las metáforas
“No ahora, ni mañana, sólo ayer,
un largo ayer inventado por nosotros
para tragar hoy con mañana.”
Robert Graves
El ayer de antaño ha sido arrebatado de nuestro entendimiento por una especie de olvido parcial; de monstruosa proporción si quisiéramos reconstruir al pie de la letra una conciencia de nuestra actual realidad. Este olvido, provocado quizás por el miedo y la ignorancia, se deriva del sometimiento de unos sobre otros, y es la máxima expresión de la inequidad, y la injusticia, de la riqueza de un país en las arcas de unos pocos.
Para aquellos que hoy sostienen el mundo con su juventud y su vitalidad, este ayer, no es más que una herencia de fragmentos escrupulosamente filtrados en los anales de la historia, que divide, y acecha con la nulidad de su dedo índice. Es un pasado manoseado por aquellos que dicen haber ganado todas las batallas y que hoy se ufanan de administrar la soberanía y la propiedad privada de un país, en consecuencia, enfermo de muerte y mentira.
Vamos viviendo y vamos muriendo, y va quedando impreso en los libros de historia universal el palimpsesto de lo que fuimos, el espejismo de lo que somos. En este sentido, el presente se convierte en un momento único, que a falta de un pasado claro, dónde aprender de los acontecimientos dolorosos e indignos, se convierte en el lugar de los eternos retornos donde la humanidad reescribe su pasado con tiza en medio de un aguacero de agua turbia. En este sentido vamos existiendo hacia adelante, porque hacia atrás nunca hay porvenir, no hay escritura suficiente que nos brinde una señal de lo que en realidad somos.
Por ello la poesía es una urgencia histórica, porque devela nuestra verdadera identidad desde un lenguaje universal donde se haya cifrada la condición humana desde el primer hasta el último hombre. A pesar de las vanguardias, los avances científicos, la moda, y los novedosos estilos de vida, la existencia sigue siendo la misma que aparece en los manuscritos de Homero; un misterio de leche, y un hueso de tierra. Somos después del principio y antes del final, más, la especie se prolonga hasta el suspiro aquel que apagará al mundo y su proverbial naturaleza. El elemento humano hace parte de su códice encriptado, la muerte del mundo es la muerte de la memoria.
No comprendemos nuestro “ahora” con las mismas aspiraciones de nuestros ancestros. Aspiramos hacia el futuro de otras maneras, porque nuestras búsquedas se han gestado en un lenguaje hermético, solitario, mortal, cambiable. Las divisiones políticas y culturales nos deja en la entrada de la torre de babel, nos ignoramos en diferentes idiomas, ignoramos lo evidente: todos somos el mismo Ser Humano existiendo desde diferente perspectiva. Cada uno de nosotros es la versión imposible del otro, y ahí es donde radica el único lenguaje, el que no comprendemos porque nos distanciamos aludidos por la dictadura de lo superficial.
El poeta comprende esto y reescribe en sus poemas una historia que no está dentro de la Historia, da vuelta a la tercera cara de la moneda y revela su valor. Cada mujer y cada hombre están retratados en su poética, por ello, seguimos siendo, mientras alguien escriba un poema, los mismos protagonistas de las palabras que traducen al universo. En su oficio, el poeta, o la poeta, habla con su sensibilidad desde ese lenguaje escondido de la naturaleza, no pasa incauto por el mundo, su deber es llevar a los hombres el fuego que roba de los dioses, para liberarlos de la noche eterna.
Hay una comprensión en cada poema, por ello un poema nunca miente, de lo contrario tendría punto de comparación con la narrativa de ficción. A través de la poesía un pueblo puede encontrar su verdad y alinearse con su historia, unirse en una nueva sensibilidad que le permita a cada uno y cada quien un estado de conciencia sobre su existencia en el porvenir propio y el colectivo.
Si antes hubo guerra, si ahora la hay, la reconstrucción de ese lugar de la memoria, aunque dolorosa, porque la sangre hiede en lo que callamos con todos sus espavientos, es urgente, o de que otro modo no podríamos sanar esa sensación de desarraigo a la especie humana cuando el viento habla de muerte. No se trata de recordar, se trata de hacer del conocimiento de nuestra verdad nuestro vector de aterrizaje a una paz anhelada.
La guerra es el ámbito de los que se disputan la historia, de aquellos que quieren estar tristemente solos y ensangrentados de ambición frente al milagro de la vida. Llevan como signo una visión equivocada. En la poesía, la naturaleza a la que estamos convocados escoge la paz como tinta en lugar de la sangre, abre a quienes la presencian, un nuevo ámbito sin ese afán de grandeza que destruye lo verdaderamente grande. De no ser por la poesía no habría lucha ni acción, la imaginación no encontraría un lugar en nuestro destino, y el porvenir de los días aciagos nos acobardaría y nos haría sus esclavos.
Es urgente crear un nuevo país, sí, y que nazca de una metáfora donde todos quepamos, si no es posible ya reconciliarnos, está el mañana, la última vuelta del sol, nuestra mejor oportunidad para unirnos definitivamente a la gravitación universal en un abrazo cuántico.
Ronald Cano (10 de enero de 1983, Medellín). Gravitó en los talleres literarios de la ciudad de Medellín durante los 90s. Su vida alterna entre la lectura, la sociología, y las bibliotecas. Colabora en algunas revistas y publicaciones culturales de su ciudad. Fue ganador del II Premio de Poesía Joven Ciudad de Medellín y el Área metropolitana, convocado por el 23 Festival Internacional de Poesía de Medellín, con su libro de poemas “El Animalista”. Ha publicado en la Revista Prometeo y en la Revista Internacional de Teatro y Literatura Alhucema de Albolote España. Fue incluido en la Antología de poesía colombiana y peruana “En Tierras del Condor” Bogotá 2014. En 2017 algunos de sus poemas aparecen en la revista francesa L’Oreille du Loup.
Antología de poemas Revista Prometeo
Publicado el 24 de mayo de 2017