José Luis Díaz Granados (Colombia)
Por: José Luis Díaz Granados
En un bar frente a La Mar Oceáno
A Javier Bozalongo
Una vez, hace cuarenta y cinco años,
me refugié en un café mientras llovía.
Dos hombres jóvenes hablaban de literatura,
Disertaban de temas y de autores
Sobre los que sólo yo pensaba que tenía dominio.
Me acerqué sin pudor y discutí con ellos.
Me recibieron con simpatía, me invitaron
A un café; al rato, todo había concluido.
Me ocurrió muchas veces, en Bogotá,
En La Habana, en Gera, en Leningrado
---donde veía a una muchacha rubia leer en el Metro
O a un joven escribiendo en un café
O a un anciano tranquilo leyendo Moby Dick---.
Algo anotaba yo, me sumergía en sus mundos,
Imprudente, sin pedirles permiso,
Manifestaba algo haciéndome notar,
Como queriendo decirles a todos:
Yo conozco los temas de su interés preciso,
Yo leo, también escribo, por favor,
Dénme paso para seguir avanti,
Yo también he afinado mi flecha
Y he apuntado hacia un blanco
Al que siempre he acertado a equivocarme.
Pero aquí estoy ahora, frente al mar de Almuñécar,
Contemplando su bahía
---tan parecida a la de Santa Marta---,
En un bar donde un hombre joven de barba incipiente
Le lee a su bella novia un párrafo de MacBeth,
Y les digo en silencio: acepten un minuto
De interrupción, pero es que necesito
Que sepan que yo existo, que hago parte del orbe,
Que también he inscrito las huellas de mi alma
En palabras que a lo mejor leerían
Y algo les podría encantar o hechizar o cautivar.
Sí, por favor, no me espanten tan pronto,
No soy Melville, ni Shakespeare, ni Neruda,
Pero algo he soñado para que ustedes sueñen
Y sé que alguna línea mía derrotará la muerte.
Almuñécar (Andalucía) España, 17 de mayo de 2014.
Instanténeas de Jorge Gaitám Durán
Años sesenta, un día, una mañana.
Gaitán Durán, amable, me indicó que Gonzalo
González, el director del suplemento,
Estaba por llegar. Siéntese, espérelo…
No sabía él que yo conocía Amantes,
Su mejor libro, y que había jurado
Dejarme barba, como él, cuando fuera mayor,
Y ser viajero del mundo, como él,
Revelador de Sade y de asombros perdidos.
Lo vi, noches después, en la librería
La Gran Colombia, de pie, recostado
Sobre estantes con libros que alumbraban
La estancia, indiferente, hojeando un tomo
De poesías de Quevedo, mientras discutían
Estanislao Zuleta y el psiquiatra Socarrás.
Lo vi una tarde en la Biblioteca Nacional,
Con una joven rubia. Lo vi después
Con otra muchachita en una exposición.
Lo vi junto a Eduardo Cote y Alejandro Obregón
En el Teatro “El Búho”, callado y expectante,
Rojo, sonriente y contenido, frente a una riña
De brasas de todos los colores verbales
Entre Marta Traba y Oswaldo Guayasamín.
Y lo vi un mediodía caminando de prisa
Por la Carrera Séptima, con su gabán azul
Y unas gafas oscuras pequeñas y cuadradas.
Iba con su elegancia descuidada
Repartiendo fulgores invisibles.
Era el emperador de la poesía. Era el rey,
Era el as, era el relámpago
De la eternidad cruzando la ciudad.
Meses después, un día, una tarde,
Manuel, mi hermano, trémulo, agitado,
Me informó que el rey había caído
De una nave sin dios al mar eterno.
En ese instante helado también murió mi infancia.
Júbilo
No faltarán palabras para cantar el júbilo,
siempre tendré un murmullo.
Para abrir el silencio,
para herir la clausura de la noche
siempre tendré en mis labios un balbuceo,
un canto, una balada,
nunca un eco que roce mi boca o mi destino.
Nunca vendré de nadie para alabar tu cáscara,
sobrarán los instantes para besarte íntegra.
No faltarán las sonrisas
ni goces en las ceremonias improvisadas.
Todo se hará a su tiempo y será pronto.
Ahora abandonémonos a este ocio invisible.
La fiesta perpetua
Mi historia está llena de silbidos y dédalos,
de voces y de veces, de jodidas preguntas,
de estaciones narradas para un inventario
de cicatrices y de resonancias.
Mi historia es una casa que envejece
con sus recintos intactos. Mi historia
es un cuerpo que habita entre estupores
y una boca que incendia las palabras
cuando bebe el amor. Mi historia debe ser
un banquete,
una fiesta perpetua
donde conviven el duende y el disturbio.
Las palabras
El niño Sartre me enseñó su parábola
Una noche, a través de millares
De piedrecitas plateadas.
No cabía en mi cuerpo de diecisiete años
Tanto júbilo claro y oscuro y culminante.
Cada palabra de Las palabras era una piedra
De plata, pero también una gota de lluvia,
Una brasa en la nieve y una uva.
Al amanecer, estaba embriagado de campanas.
Matrimonios
Me casé dos, tres veces. Fue en el siglo
Pasado. Con cada mujer escribí libros, poemas.
Escribí libros y letrillas. Con cada una de ellas
Bebí y viví rones y estancias. Crucé en navíos
Los insondables lagos, extraviados
De todo el mundo y de nosotros mismos.
Éramos fábricas de sangre y de cansancios.
Éramos a la vez perfumes y batallas,
En danzas de alboradas aún llenas de estrellas.
Me casé dos, tres veces. Y tal vez fui feliz
Porque ahora es de miel y leche puras
La tinta con que escribo estos silencios.
Peldaños
Me veo vivir
subiendo una escalera.
En un peldaño hay una espada,
en el siguiente un aguijón,
en el ulterior un gato
y luego veo una cerradura.
¿En qué peldaño saldrá el sol?
Saudades
(Invierno aun golpeando en primavera).
Viendo y oyendo a Charles Aznavour
En La Habana, al filo de la medianoche,
Mientras estallan olas contra el Malecón,
Veo y escucho sordas oquedades
Y siento vuelos y palpo rupturas,
Tantas, que siento que la noche es sol
De cielos rojos y Bogotá es París
De tiempos idos, tiempos aturdidos
Que ahora son sólo sueños, sólo sueños,
Sólo sórdidos sueños o suspiros.
José Luis Díaz-Granados nació en Santa Marta, Colombia, en 1946. Es escritor, poeta, novelista, periodista cultural y profesor universitario. Ha sido comentarista bibliográfico de “Lecturas Dominicales”, suplemento literario de “El Tiempo”, asesor cultural para la Feria Internacional del Libro.
Asimismo ha colaborado como redactor de la Fundación Biblioteca Ayacucho, Caracas, Venezuela (1991) y como redactor de ensayos para la Colección “Guías de Lecturas”, de la Editorial Oveja Negra. Fue miembro del Consejo Asesor para la Profesionalización del Artista, Ministerio de Educación Nacional desde 1991 hasta el año 2000; profesor de Literatura Colombiana en el Instituto Universitario de Historia de Colombia durante seis años; presidente de la Casa Colombiana de Solidaridad con los Pueblos, de la Unión Nacional de Escritores (UNE), del Instituto Cultural “León Tolstoi” y del Consejo Consultivo Mundial de la Unión Hispanoamericana de Escritores (2009); ha colaborado como prelector y jurado en el Premio Nacional de Novela, Ministerio de Cultura y el Premio “Casa de las Américas”, La Habana, Cuba.
Ha publicado los libros de poesía: El laberinto (1968-1984); Cantoral (1992); Poesía dispersa (1994); Rapsodia del caminante (1996); Oficio terrenal (1998); El libro de las visiones (2000). Libros para niños: Juegos y versos diversos (1996-1998), Cuentos y leyendas de Colombia (1999); Cuaderno matinal (1999); Ritos de primavera (2005-2009); El diluvio inolvidable (2007); Los siete mejores cuentos colombianos (2008); El zoológico insólito y otras rimas (2008). Tres libros de ensayo y ocho novelas.
Recibió el Premio Nacional de Periodismo “Simón Bolívar” en 1990.
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Actualizado el 7 de mayo
Publicado el 15 de marzo de 2017