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Maria Takolander, Australia

Fotografía de Sara Marín
Clausura del 27º Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: Maria Takolander
Traductor: Jorge Salavert

Chimenea


De día hace su oneroso trabajo, 
       solo que despacio,

obstruida por el sudor 
       de carbón, carne, palos y leña.

Es como un personaje del folclor
       —o algo más antiguo—transformada

en un refugio doméstico 
       de adobe y hollín.

*

En las tardes es centinela
       de la ominosa y lenta caída del cielo en la noche. 

Cuando hombres y mujeres están ocultos
       como hogazas de pan
 
y los niños recogidos en sueños,
       el frío de las estrellas empapa los tejados, reluciente.

Antes del alba, los rescoldos en sigilo, 
       la chimenea se abre a la luz extraña.


 
La cama


Una vez fue un lugar más ajetreado.
Las velas ardían hasta ser una menudencia, mientras pulgas y piojos 
eran eliminados con destreza—o aplastados con impaciencia. 
Después los señores, los criados, los niños, las visitas, 
y el ganado favorito
tomaban sus lugares en los jergones de paja 
y colchones de borra bien aporreados. 
El olor y el barullo construyeron una fortaleza.
Toda suerte de cosas sucedía en la tenaz oscuridad—
sermones junto a las cortinas, charlas en la intimidad de la almohada,
las constantes quejas de las cabras, (mucho más)—
hasta que se determinó que el rango y orden
diarios debían ser también la ley nocturna.
El terror sin sol no era excusa para tal multitud.
Después de todo, estaba la ingeniosa frazada,
para proteger a pillos, prisioneros y la realeza 
del abismo del universo 
y la pavorosa peste de su aliento.
Incluso podía repeler a los acechadores nocturnos,
mudos como sonámbulos, mas taimados, 
moviéndose afuera y a veces entre nosotros 
como bien proporcionadas piezas del negro cielo.
No obstante, en una habitación quieta ahora 
como una tumba, completamente desalentadora, 
parecía sensato arrodillarse y decir algo:
antes de acostarme y en la cama descansar,
le ruego yo al Señor mi alma guardar.

No había peligro alguno de descansar como los muertos.
Los gatos enamorados y los gallos histéricos 
nos despertaban mucho antes de una hora decente.

 

Reloj de cuco


Surgió de la Selva Negra,
incrustado de rumores paganos y cuentos de hadas,
y se arrastró hasta aquí, en la otra mitad del mundo, 
antes de colgar sus fortunas en el yeso de París pintado.
Su péndulo conserva el impulso de toda esa distancia a duras penas ganada.
Es tenebroso como la leñera 
y tiene uno de esos parentescos sobrentendidos con el fuego—
del tipo que tienen las criaturas en un libro de cuentos.
No cabe duda que es inteligente,
que oculta algo, igual que la cabeza de un búho camuflado 
en la corteza de un árbol esconde sus barrocas contemplaciones.
Los niños se juntan en derredor, como es costumbre, esperando algo.
Él se ocupa en la fabricación,
y obediente extrude un pajarillo medio formado—que ciertamente no es suyo. 
Ocurre una suerte de grito.
Con torpeza suprime a la criatura, una mera ocurrencia tardía.
Nuestros deseos lo juzgan una locura.
Solamente está esperando a que, por fin, se detenga el tiempo.

 

Cortinas


De día, se hacen pasar por arquitectura,
enmarcando el mundo con sus columnas de gravedad.
Es solo de noche, cuando voluptuosamente despiertas
y liberadas frente al negro cosmos—
en ese frío y cristalino cáncer suyo—
que realizan su magia doméstica:
iluminando velas y pantallas de televisores,
calentando la cubertería de plata para las cenas,
avivando a los niños, que juegan al escondite
con la propia piel en sus afelpadas ondulaciones.
Pronto los adultos acuestan a los pequeños
antes de desvestirse ellos mismos 
en posturas de amor y de locura—
como si el teatro del cuerpo 
debiese arriesgarse a fin de cuentas detrás de un telón.
Finalmente, tienen también el lujo del olvido—
retirarse, como dice la máxima, 
como si el universo se hubiese desvanecido tras un tejido encantado
y fuese algo seguro vivir en sueños.
Al alba, habrá alguien que eche mano 
del cordón de nailon, enredado como una soga.
Su mecánica es fiable.
Una vez más, el día estará tensado a la vista.
 

***

Un manifiesto de la poesía por la paz

 

 

 

Por María Takolander
Especial para Prometeo
Traducción de Jorge Salavert

Este es un manifiesto propio de una utopista—y lo es, sin reserva alguna.

La poesía, en su forma ideal, es más que un mero juego con las palabras; es un modo activo de estar y ser en el mundo.

La poeta es alguien que presta atención a las cosas/los detalles: al pico de un pájaro; a cómo huele el aire justo antes de una tormenta; a las manos de un mendigo en la calle. La poeta es alguien que trata de comprender estas cosas: el asombro, la extrañeza, la injusticia. Cómo hunde un pájaro el pico entre sus plumas para mantener caliente ese quebradizo apéndice de su cara. Cómo una tormenta agita el mundo y la sensación que tenemos de él. Cómo la palma de la mano vuelta hacia arriba ha venido siendo, durante milenios, un gesto de privación. La poeta es, además, alguien que trata de encontrar, laboriosamente, las palabras correctas para decir estas cosas, en vez de dar por el hecho el milagro del lenguaje.

La poeta está viva en el mundo, tanto, que quiere volver a nacer en él una y otra vez, constantemente, y volver a revivirlo todo una y otra vez, sobre todo el extraordinario don del lenguaje.

En ese sentido, podríamos entender la poesía como lo contrario de la guerra. Es lo contrario de la despreocupación licenciosa, de la desconsideración, del desdén por la vida, que permiten que ocurra la destrucción.

La poeta misma, sin embargo, no está en paz. No es alguien pasiva. La poeta se apodera del mundo, lo hace girar de un lado al otro. A veces lo pone bocabajo y le da una buena sacudida.

Con frecuencia, es ella la que termina zarandeada. La poeta es alguien que siente las cosas—cosas que son difíciles de sentir, y que son difíciles de articular. Asombro, intriga, diversión, amor, enojo, perturbación. Como definió el filósofo francés Descartes a los seres humanos en su famosa máxima acerca de su racionalidad: Cogito ergo sum. Pienso, luego existo. Es una visión empobrecida y cobarde de la naturaleza humana, según la cual el sujeto se cree dueña de sí misma y del mundo. La poeta, por el contrario, no teme sentir—aun cuando sea para sentirse vulnerable, ignorante, avergonzada, confundida, vencida, pequeña. Las tormentas y sutilezas del sentir inspirado por el mundo enriquecen su humanidad. El credo de la poeta: Siento, luego existo.

A veces a una poeta la inducen a trabajar de manera directa y programática por la paz. Dirige su atención a una ortodoxia específica, desestabiliza el dogma, re-conceptualiza lo que se presenta como algo ya dado, invitando siempre a un renovado estado de alerta para con el mundo en el que todos nosotros vivimos.

Permítanme darles un ejemplo. En mi país, el gobierno australiano lleva años interceptando las barcas de los solicitantes de asilo y encerrando a los refugiados en centros de detención muy alejados de nuestras costas. Los medios de comunicación no tienen permitido visitarlos ni informar de qué es lo que sucede en estas cárceles. Se anima a los australianos a no pensar en estas personas ni en sus vidas desesperadas. Se les da permiso, en cambio, para que vean programas de concursos de cocina, y para que suban sus fotos a sus páginas de Facebook, ay que inconscientemente celebren su buena fortuna, al tiempo que ignoran la mala suerte de esos otros seres humanos.

Dan Disney y Kit Kelen, dos poetas australianos, se pusieron en contacto con otros poetas del país, y, de manera un tanto milagrosa, con poetas atrapados en centros de detención. Compilaron una antología de nuestros poemas, titulada Writing to the Wire (UWA Press, 2016). Estos poemas son actos de deliberada disidencia. Se niegan a aceptar las fronteras impuestas por el gobierno sobre el pensar y el sentir. Les dan una voz a los que no la tienen. Expresan emociones de indignación, de desesperanza, de confusión, de culpa. Inician una conversación prohibida entre australianos y refugiados alejados de nuestras orillas. Abren una conversación para el mundo entero.

Uno de los poemas de esta antología se titula “Operational Matters” [Asuntos operativos], y es de Les Wick:

Not sure if they’re rags or flags.
On the hillside, looking down at extremity
it’s hard to say. Those tents—
are they tents or just risky children off with the family bedding?

Can I say
that one has marched against enough wars
to know these few boats don’t make one?
Some kind of contra-veteran intuition
suggests our plenty is not under threat but
is their goddiness, those wraps,
a danger to our beaches?
Will the waves taste different?

We thought all this money
would free us from questions.

            ...

No es seguro que sean trapos o banderas.
En la ladera, contemplando lo extremo
es difícil opinar. Esas carpas—
¿Son carpas o niños peligrosos, que salen arrastrando la ropa de cama?

¿Me dejarán decir
que uno ha marchado contra bastantes guerras
como para saber que estas pocas barcas no son una?
Una suerte de intuición opuesta a la de los
    excombatientes
apunta que la abundancia que tenemos no está
    amenazada, pero
¿es su religiosidad, son esos paños
un peligro para nuestras playas?
¿Tendrán las olas un sabor diferente?

Pensamos que todo este dinero
nos libraría de las preguntas.

El poema osa re-imaginar los campos de refugiados no como prueba de una invasión, sino como indicios de pobreza (“trapos”), de rendición (“banderas”), incluso de creatividad (“carpas” construidas por “niños peligrosos”). El poema se mofa de la idea racista de que los refugiados infectarían las famosas playas australianas, haciendo que las olas tengan “un sabor diferente.” Reta la idea de que la riqueza deba evitarles a los australianos preocuparse por los que son mucho menos afortunados que nosotros.

El lenguaje tan fresco del poema fuerza al lector a darse cuenta de la posibilidad de pensar de manera diferente, de involucrarse con el mundo de un modo auténtico y lleno de curiosidad, de sentir algo sobre lo que está sucediendo. Es así como el poema invita al lector a correr los riesgos del poeta. Las palabras punzan la piel y el alma, nos sacuden y despiertan de nuestra insensibilidad y adormecimiento, nos ordenan estar vivos ante las provocaciones del mundo.

La poesía, como afirmé al inicio de este manifiesto tan propio de una utopista, no es un juego. No es algo trivial, pero tampoco es algo fácil. Es un modo de estar en el mundo que rechaza la pasividad, con la esperanza de lograr la paz.


Maria Takolander, nació en Melbourne, Australia, en 1973, de padres finlandeses. Es poeta, narradora, ensayista y profesora de Escritura Creativa y Estudios Literarios en Deakin University, Geelong, Victoria. Sus poemas, relatos breves y ensayos han sido ampliamente difundidos en los periódicos australianos.
Ha publicado los libros de poesía: Narcisismo, 2005; Asuntos fantasmales, 2009 y El fin del mundo, 2014. Su libro de relatos breves El doble, 2013, obtuvo amplio reconocimiento. Ha escrito muchos ensayos acerca del Realismo Mágico.

Publicado el 26 de abril de 2017

Última actualización: 06/12/2021