Shirley Villalba, Paraguay
Por: Shirley Villalba
Oasis
Las arenas suben al desierto, como el agua en vano al viento.
Y es cierto. La sed es un oasis para quien busca estar sediento.
Catarsis
Desaguo el agua de mi sombra.
Y me diseco en lluvia.
Quejidos
la noche ladra mi nombre como un perro que extraña a su dueño
como un perro que aúlla su hambre
como un perro sin casa
así, me ladra la noche
Sabiduría de cántaro
Arcillo mi sed
y me desnudo de agua
y me refresco de luz
y me sediento de bocas
y me bebo.
Sombra de vino
Anochezco.
Y me derramo en copas.
Y me bebo tinto.
Y me sangro.
Y me coagulo en sombras.
Nochedades
Beso de la sombra, que me sangra.
Vientre de la copa, que me vierte.
Boca del vino que me bebe.
¡Ah! Labios rotos
de la ebria noche.
Encuentro
enlábiame tu rostro en la boca
y deja que tu lengua me vea
y núblame la piel con tus besos
y encuéntrate conmigo
en mi sombra
Aguacero de luna
cuando sus manos mojan mi sombra
la humedad me traspasa
y escribe en mi sangre
un camino de luz
que se hace noche en mis venas
y me bautizo por fuera
y me baño por dentro
y me aguacero de luna
La codicia
A las víctimas de la masacre de Curuguaty
la médula, las tripas, la carne
las agudezas de la sangre
todo, todo, se lo comió el hombre
pero el hambre
lo siguió devorando
Cenizas y flores
En memoria de Rainer María Rilke
no tiene madre, este sentimiento de lento vacío
y es mi pecho un hijo de pezón hambriento
no tiene padre, este corazón de solitario estruendo
y es mi frente un niño de envejecida alegría
no tiene edad, este transcurrir sin tiempo
y está trasnochado de nostalgias mi cuerpo
y apenas soy un libro de cenizas y flores
escribiendo un rostro sobre mí nombre
El tajeador
soy una tajada de pisadas
que vaga de cuchillo a calle
y duermo donde la noche me derrame
la plegaria lumbrera
del rosario de mi madre
a veces me persigue la sangre
como una tenaz asesina
que gime perdón en mis venas
pero no hay cruz
ni comunión que me absuelva del hambre
¡hambre de pena!
pena, de saberme vivo en la muerte ajena
y pensar que no tengo ni Dios ni rencores soló esta honda herida
que a veces me perdona su dolor
cuando mis manos se cobran su ofrenda
Camaleón en dos actos
el animal de la sombra que me alumbra
salió a buscarme esa noche
y me halló en los ojos de una luciérnaga
y permaneció ahí
hasta agusanar de mariposas el sol
Cavilaciones del fuego
Especial para Prometeo
Si algo se puede agregar con respecto a la poesía y su función pacificadora, si fuese posible decir alguna cosa, alguna insignificancia, como para confrontar la escritura misma con sus propios restos y ahondar en esa maquinaria interna de la existencia, y escarbar en la tradición y en las distintas expresiones. Y de esa manera, ir sin presunciones ni ideas concretas, solamente ir -como yendo- hacia el fuego.
Es desde ese aspecto indeterminado, contundente e inflamable de la poesía, desde el que me interesaría abordar algunos puntos, con respecto a su oficio, acaso, pacificador y otras veces contradictorio.
En las calles, la lucha por lo humano desafía los constantes atropellos del poder, lo hace por medio de la palabra, la pintura, la música y otras formas de poesía.
Todas las voces se dan ahí afuera. Eficaces o no. Nunca lograremos entender a cabalidad, la influencia real de esas manifestaciones espontáneas e inequívocas del instinto colectivo, que emanan -quizás- de ese residuo ardido, del que estamos hechos.
Hay algo enorme y secreto en aquello que desconocemos. El mundo de la poesía siempre ha dejado “su marca humeante” en el semblante de la gente y lo ha hecho
-inagotablemente-, desde la clandestinidad de su condición de fuego invisible.
El mundo y el hombre. Primeras cavilaciones.
I-
El mundo es hostil, sí. La poesía también lo es.
El hombre es un soldado, el poema le carga el arma cada mañana.
La poesía es cruel, sí lo es, pero no más que la vida,
ni la estrofa de sangre que reclama.
II-
¿En realidad, qué es la poesía frente a la sangre?
Si contra la muerte, no hay pena que mate.
Una vez que morimos, ya es tarde.
Tan tarde, que amanece.
Las palabras cobran una significancia, recién del otro lado de la verdad o de la mentira. Y están dispuestas a defenderse, sin proteger a nadie que no comulgue con ellas.
-Le pregunto al poema. -¿La paz, dónde queda?
¿Dónde?
-¿Dónde la guerra? Un pan violento, de ojos de infante.
Una metralla canta su estrofa macabra, salen las tripas, como salen las almas,
no todas van al cielo, ni todas en dirección al limbo, cabalgan.
¿Qué es la guerra? -¿Esa es la guerra?
¿Acaso una idea, henchida por un Dios infame?, -¡Tal vez. Pero no!
-Te lo he dicho mil veces y a su vez, me lo ha dicho mi madre, que la guerra es el hambre.
Un hambre, que sólo el hombre conoce.
El poder transformador de la palabra es y ha sido en todo tiempo, alimento ambivalente para quién está desenfundando un arma, o una mente. En ambos casos habrá un disparo, pero sólo en uno de ellos, como resultado, habrá vida.
Una paloma que trae la paz, en el pico. - ¿Eso es poesía?
La respuesta está velada. Sin embargo, desde alguna vez y para siempre. Sería imperioso hacer la guerra sin manos, sí. Hacer la paz sin cabeza. Sería preciso levantar la voz punzante de la sombra, esa voz que nos nombra y nos clava su rostro calcinado. Y saltar a lo más recóndito de los llantos: al nacimiento de la risa de un niño.
-¿Pero dónde la batalla? -¿Dónde la paz?
-¿Dónde la risa? Un reproche se levanta del nido. Y picotea y picotea.
Ante toda arbitrariedad, la resistencia de la voz conciliadora, se presenta como el aire.
Aire-combustible-lumbre del recinto primero.
Agua del cuenco de las manos. Agua de la carne. Sudor postrero de una madre.
Parto. Canto de los pasos. Vuelo.
¿Acaso, inhalar del humo sagrado, es el único camino?
La salida se abre como una moneda arrojada al tiempo. Nos hallamos en un campo minado. Alguien nos mira. Nos lanza una pira y todos nos arrojamos al olvido. A un olvido, que guarda la totalidad de los recuerdos.
Siglos de dominación y de guerras. Es la historia del mundo. La única que conocemos. La única que conozco.
El grado de desprotección del ser humano, ante todas las barbaries, es similar a la ferocidad que éste debe enfrentar cada día, cuando emprende el retorno solitario, a su sí mismo.
El hombre en su afán de libertad, aún sigue escrutando su primer destino, que es el del fuego.
-Se abre un ruego. Él, camina descalzo sobre las piedras quemadas de la memoria: el dolor de las brasas, se cierra bajo sus pies. Ya no hay salida, llega el soplo habitado de la hoguera. Alguien se quema solitariamente-continuamente en esa huella-.
Él, no es más que un ave arrancada del sol. Y es el humo, la señal que predice el arribo a su verbo.
Porque desde siempre y para siempre, en cada uno de nosotros, hay un comienzo que pertenece a las cenizas, e inevitablemente es del viento.
Shirley Villalba nació en Coronel Oviedo (Paraguay), el 17 de septiembre del año 1974. Penumbra hembra -Editorial Arandurã-, fue su primera publicación independiente y recibió Mención de honor, en el Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Asunción en 2006. En el 2015 publicó Animal marcado, bajo el sello de la Editorial Arandurã y recibió la Mención de honor, en el Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Asunción en el año 2016. Parte de su obra se encuentra en la antología La voz mediterránea.
-Poemas Arte Poética:
-Poemas de Shirley Villalba Círculo de Poesía
-Leyendo a Shirley Villalba en Penumbra hembra Ensayo crítico de Enrique Marini
Publicado el 27 de marzo de 2017