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Filosofía y poesía

Por: Eugenio Trias

La filosofía usa, como la poesía, la expresión escrita para poderse producir. No basta el habla y el diálogo para consumarse el acto filosófico. O no es eso suficiente (al menos desde Platón). Sócrates es, sobre todo, un personaje de ficción; de la ironía y ficción Platónica tramada en sus extraordinarios diálogos.

La filosofía es literatura de conocimiento. El filósofo es, desde Platón, siempre escritor. La escritura le invade y le penetra. Trama, como pedía José Ángel Valente de todo verdadero escritor, relación carnal con las letras. Le importa la disposición de lo que se produce a través del ensayo y estilo, o el marco formal en que se dan en espacio y tiempo los párrafos, los capítulos, las diferentes partes de un texto.

La reflexión sobre lo textual y lo literario no debe sumirnos en el obtuso logro “posmoderno” de un todo revuelto en el cual todo acaba siendo Igual. Lo importante e inteligente consiste en trazar las diferencias y las distancias; las que median, por ejemplo, entre filosofía y poesía. De filósofos y poetas debe decirse lo que Hölderlin expresó en unos versos célebres: “Juntos están, los más amados, en las más separadas montañas”.

En poesía se destaca en primer plano de la composición la musicalidad de la expresión verbal y escrita, las medidas del tiempo, los ritmos, la rima interna y externa, la elaboración de materia fónica, el brotar de las imágenes que a través de explosiones vocales puntuales van surgiendo del cráter lingüístico.

Pero la poesía aspira, igual que la filosofía, a conocer, sólo que con otras estrategias y recursos. En ésta también se produce un escondido trabajo con la musicalidad de la expresión; también la filosofía precisa imágenes y escenarios; la materialidad de la escritura y de la palabra lo exige. Y no existe palabra ni escritura que no se encarne en la materialidad del discurso o del diálogo, o del texto literario.

Pero lo que en primer plano debe promoverse es otra cosa; y esa otra cosa se nutre, como de su naturaleza física, de la imagen y del sonido, pero estilizando ambas hacia una tensión radical de elaboración conceptual.

Por eso en filosofía el ensayo filosófico, cuando lo es de verdad, constituye el género más complejo y expresivo, ya que el ensayo hace tientos con la escritura y el lenguaje, pero siempre dejando que asomen, y finalmente se produzcan, verdaderas formaciones conceptuales. Conceptos sobre algo tan problemático como esos temas que se nos ofrecen en antinomia con toda su carga contradictoria (hombre, mundo, misterio) a los que hizo referencia Kant en su primera crítica.

En torno al enigma de lo que somos, de nuestra propia condición, o de ese hecho asombroso y descomunal que nos hace ser, además de vivientes, también inteligentes (para lo bueno y lo malo), en ese enigma se gesta la filosofía. Se origina, como dijo Platón, con el asombro.

No hay filosofía sin estilo, escritura y creación literaria; pero tampoco la hay sin elaborada forja conceptual que, de alguna indirecta manera, no desprenda “aires de familia” comunes a la buena poesía; no la hay desde luego sin gestación de tramas y urdimbres conceptuales, por mucho que esa retícula de conceptos se halle siempre, a diferencia de la ciencia, al límite mismo de su encuentro con el misterio; y en consecuencia en la frontera misma de lo que puede expresarse y decirse. La tensión es máxima. El fruto es sabroso. Ya que de esa tensión puede surgir el juego lingüístico y conceptual en el cual la propuesta filosófica se reconoce.

Es falso pensar que el concepto, si es permeable a la experiencia humana, o si sabe ser veraz en el registro de los latidos de la vida, reseque la experiencia y la tergiverse; o que sea incapaz de despertar emociones y hasta pasiones. Creo por el contrario que el buen concepto filosófico logra esto con creces. Y por eso el entendimiento cabal de las mejores propuestas filosóficas produce una profunda emoción (estética y pasional).

La poesía puede proveerse de argumentación filosófica para suscitar su despliegue de imágenes, ritmos y rimas (así en los Cuatro cuartetos de Eliot, donde el unísono argumental de una lección filosófica sobre el tiempo permite la conjugación de Muchas Voces; Muchas Voces y Muchos Dioses, como el Mar).

Pero en filosofía la relación se invierte por necesidad; las imágenes, los sonidos, el repicar de la campana (que anuncia un tiempo anterior a nuestro tiempo de vida), todo ello constituye el material verbal sin el cual no puede levantar el vuelo la voz siempre plural, siempre compleja, en que una propuesta filosófica, unitaria y diversificada a la vez, llega a articularse y desarrollarse.

Fuente: http://www.elcultural.com/version_papel/OPINION/2712/Filosofia_y_poesia

Publicado el 19 de febrero de 2018

Última actualización: 21/04/2020