Carmen González Chacón (Cuba)
Por: Carmen González Chacón
LA ABUELA DE MI ABUELA…
La abuela de mi abuela llegó untada con saliva de látigo.
Hizo del trópico su hombre, le dio hijos.
Debajo de una enorme ceiba, aquí árbol sagrado;
regó sus bastardos para que limpios fuesen
como lo haría su madre allá; en memoria de praderas.
A veces no sabía si el llanto nacía allá o aquí
ni por cuál vena tronaba el cantar frente al castigo.
A veces no sé por cuál llega a mí su oración
Ni el lugar donde la encuentro cerca.
La abuela de mi abuela, se unió a la tierra
en la que copuló a cada uno de sus bastardos
en diciembre de mil novecientos quince.
Mamá Francisca; siete sayas y ninguna mayoral.
Ma’ Francisca; siete rayos a la espalda
del negro que te vendió.
Ma’ Francisca; siete los vientos
donde volaron mariposas en la versión de tu muerte.
Los nietos de tus nietos creemos en las marcas
que dejaste a la cara de la tierra
muerte de tus bastardos
oración para expulsar el mal de látigo.
Los nietos de tus nietos estamos en deuda;
Aquí y allá…
Ceiba, memoria, oración, cicatriz, ¡tierra!
Madre Tierra.
El beso de la patria
Aprendí
que una niña mala
debía amanerarse
en sentido contrario a las manecillas del reloj.
Y que el cuerpo de los otros
era para juzgar y ser juzgado
en nombre del reposo y las buenas conciencias.
Aprendí que la mañana es azul, la muerte oscura
y mi estomago grieta.
¡Adiós soledad!
Las niñas malas encuentran compañía en la última fila.
donde las niñas huérfanas.
Junto a las pelotas de trapo
o corriendo por las espinas con las manos vueltas al sol.
¡Adiós soledad!
Las niñas negras aprendimos a ser niñas malas
allá en la última fila
donde nos sentaron viejos principios.
A pesar de todo, las niñas malas aprendieron a vivir
ocultando su paso por la última fila.
Las niñas negras nunca aprenderemos a arrancarnos
la piel de las mejillas…
Nadie nos besó.
Esquife
Había una vez un barquito chiquitico
Que no podía navegar…
Pasaron una, dos, tres, semanas.
Llamaron; Alejandro el de Nelsa,
Almagüer el de Emiliana
Bombillo el del veintitrés…
El mío,
usurero del quimbe y cuarta, vengador de lagartijas,…
nunca llamó.
Pasaron; cuatro, cinco, seis, siete años.
Ahora sé.
Bombillo el del veintitrés me contó
cómo Alejandro el de Elsa
y Almagüer el de Emiliana
lo lanzaron al mar
para entretener a los tiburones.
Y como esta historia
me parece, cruel, angustiosa, terrible…
No volveré a contarla jamás.
Bajando
Las pocas veces
que a mi padre le subía el macho de Guinea
al rostro o a la palabra
Hilda le cantaba casi con dulzura:
Mi madre está en el río
Mi fuerza está en el mar
Yo vengo del arroyo
Y agua pa´ refrescar.
Cuando Margot,
la vecina del trescientos dieciséis,
interior,
la veía bajar con su cordillera de hijos,
abría de par en par su angustia.
Mi madre entonaba su voz:
¡Ay!, comay, basta con eso…
Y raspa la cazuela con nengón.
Que ya el maíz está rallado.
Ven…, vamo a hacer un serencé.
Mas,
cuando Lolina,
la señora del trescientos quince,
bajos,
hecha de sombras y contén
entorpecía su paso
Hilda,
mi madre,
tronaba por encima de
ríos, lagos, afluentes y cañadas…
Su voz tornávase ronca, tenaz:
Si tú tienes lo tuyo,
yo tengo lo mío.
Si tú tienes lo tuyo, lo tuyo, lo tuyo…
Yo tengo lo mío.
Ahora que Olofi la llamó
reconozco su herencia:
Respeto lo tuyo.
Respeta lo mío…
Yo respeto lo tuyo, lo tuyo, lo tuyo…
Respeta lo mío.
Carmen González Chacón nació en La Habana, Cuba, en 1963. Es poeta, periodista y promotora cultural. Dirigió el proyecto Alzar la voz, de mujeres raperas, con el cual fue merecedora del Premio Memoria del Centro Pablo de la Torriente Brau. Labora en la oficina del Festival Internacional de Poesía de La Habana. Publicó su poemario Una muchacha es siempre un privilegio.
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Publicado el 31.05.2018