Yansy Sánchez Fernández (Cuba)
Por: Yansy Sánchez Fernández
La tala
La tala indiscriminada ha llegado hasta mí. Yo tenía en mi cabeza un árbol como tener la razón. Yo tenía la razón hasta que la tala indiscriminada me hizo perder la cabeza, perder el árbol que era mi razón de ser. Mi madre decía que no sembrara árboles en la cabeza, porque terminan por crecer y hacerse tan visibles, que alguien de seguro querría aventurase a derribarlos. “Los árboles hijo, se siembran en la tierra, como los hombres”; pero aquel era tan lindo, tanto lo celebraba, tanto, que fue creciendo, creciendo, hasta que se hizo extraordinario, y duro contra el árbol no se hizo esperar el talador, duro contra mi cabeza hasta que por fin cayó y fue grande mi ruina.
Perro negro a plena luz
En medio de la carretera, insalvable el perro insalvable, fracturas en la vertebral, mi ocurrencia reconstruía su cadáver. La masa informe aún sugiere animal voluptuoso. Qué pena para esos automóviles a gran velocidad que no lo hubieran visto qué pena; pero cómo justificar el topetazo, a plena luz, con toda esa anatomía sugiriendo el pare. Cualquiera, a la verdad, puede quedar en blanco unos segundos. El chofer quizás nunca quiso matar a un animal. El chofer, que aprende también por referencia, se impedía vengarse de un amigo. Le habrían dicho quizás: esto te arrancará la rabia mijo, sería para ti una limpieza, le habrían dicho. El chofer que aprende también por referencia, prefirió quedarse en blanco frente aquella aparición, el perro incólume en medio de la vía: su chivo expiatorio perplejo a plena luz, frente al claxon y las velocidades; el perro, que nunca aprendió por referencia, pagó su aprendizaje con la vida.
El precio del alpiste
En el Hotel Sevilla era la primera vez que yo veía pajaritos húngaros, quiero decir: gorriones. La jaula metálica, suspendida, favorecía la contemplación. De tan lejos, encerrados allí con todo el alpiste y algo de apetencia, los pájaros húngaros exploraban su contraste con otros pájaros, que ágiles, sagaces por el incierto, sustraían de los bordes de la jaula el alpiste. Torpes de gordura, apenas se enojaban, apenas disentían, quedaban absortos considerando el vuelo: aquel desplazamiento inadvertido; parecían reducidos a la envidia. Tras la reja, como dos cristos, permanecerían allí, tan quietos, con todos sus colores, admirando la opacidad del plumaje enemigo: los pájaros del parque que volverían después, supongo, con la misma insolencia, la misma presunción de creerse juntamente dignos e ignorar el precio del alpiste.
Mala praxis
Por alguna razón siempre asocié los kimonos a la guerra. De pequeño, en el justo momento de combate, me vestían de un ejemplar para principiantes. Conforme a mi destreza cambiarían sus colores, conforme a mi adicción, recalcaban, para el arte de golpear sobre el tatami. Nunca tuve un kimono color negro. Albergo desde entonces alguna frustración: “¡tú no sirves para esto, muchacho!” las palabras del maestro con su negro kimono restallante. La verdad, experimento cierta emoción, una secreta afinidad por los que van de negro hacia el combate, tan bellos. Me divorcia la emoción por los kimonos de los golpes recurrentes del maestro. Propinar contra el maestro un golpe y una linda margarita a los que van de negro hacia el tatami, tal vez así conciliaría; pero no pude. Dar contra el maestro un golpe no pude, frente a su negro kimono color negro no pude, frente a su amplio cabello rozando el cinturón: dojo o tatami, no podría. Por si acaso, sigo en guardia. El maestro del kimono color negro me golpea, donde no espero me golpea, descubre bajo la manga una sonrisa. En verdad, tiene razón el maestro, yo no sirvo para esto.
Cuando los Rolling están pienso en ti
Pensé que si le hablaba de los Rolling ella pudiera perdonarme. A la verdad, no me gusta ni el rock. Yo levanto pesas con cierta disciplina, con cierto instinto de supervivencia; pero mi novia es blanca y a ella le gusta el rock. Entre otras cosas, dice: es que somos diferentes, mijo. En el concierto de los Rolling yo debía aprender esas diferencias. Las mujeres que bailan rock todas se desnucan con su pelo. A la verdad que no me gusta, no pudiera entrar a mi edificio con esas murumacas, pero en los Rolling la recuerdo diferente, sería muy sincero si le hablara en ese instante que ellos cantan Satisfation, sería gentil con esos gordos que se lanzan, que hacían hardcore sobre mí como dijeron, porque los Rolling me recuerdan a mi novia, pudiera sacarlos de concierto a esos gordos, dos repeticiones con su peso: uno arriba, dos abajo y fuera, que vayan con su hardcore hacia otra parte; pero no: los Rolling me recuerdan a mi novia y sé que ella jamás pudiera perdonarme.
El ermitaño
Quien dice entre la soledad o entre los cerdos, por ejemplo, ¿un hombre encontrará lo semejante? ¿Olisqueando bajo fango y sobre el aire? Y el que dijo sobre el aire pudo decir también: el viento, o sobre un potro quizás, ¿un hombre encontrará? En la tristeza de un buey, ¿un hombre encontrará lo semejante? Lo que semeja ¿cómo lo asociará con la palabra? ¿Levantará con brío la cabeza? ¿Dará fuerte contra el suelo una patada? ¿Largará un bramido extenso? ¿Agitará su pequeño rabillo como se agita por pequeña una lombriz? Acostumbrado entre las bestias y la soledad, el hombre solo hará lo que conoce. Entre el bramido y la palabra una coz; entre la coz y la palabra una música; entre la música y la palabra, su cabeza. Los hombres de sociedad siempre lo cuestionarán; sin embargo, si aparecieras tú, ¿no entenderías con la palabra amor?, si aparecieras, ¿no entenderías lo que dice?
Yansy Sánchez Fernández, nació el 31 de julio de 1981 en Cuba. Graduado de Letras en el 2008 por la Universidad de la Habana, donde también fungió como profesor hasta el 2017; no obstante, desde hace un año, se desempeña como profesor-investigador en el Centro de Estudios Sociales Cubanos y Caribeños José Antonio Portuondo (CESCA) de la Universidad de Oriente. Entre sus principales premios y publicaciones se encuentran: Premio Pinos Nuevos (poesía), 2005, con el libro Maldita sea, el cual fue editado por Letras Cubanas, en el 2006, Finalista en el premio de poesía La Gaceta de Cuba, 2007, Premio Beca de Creación de la Gaceta de Cuba (poesía), 2014, Premio Paco Mir (poesía), 2015, Premio Dador (poesía), 2016, Mención en La Gaceta de Cuba (poesía), 2017, Premio Beca Ciudad del Ché (poesía), 2017 y, más reciente, Premio La Gaceta de Cuba (poesía), 2018.
Ha publicado además el libro Té para los barbaros (poesía), ed. Santiago, 2006. Figura en: la Revista de Poesía Cubana Amnios no. 2, antología Rosa Caribe, poesía de Venezuela y Cuba, ed. La Mancha, Venezuela, 2011, antología Distintos modos de evitar a un poeta: poesía cubana del siglo XXI, ed. El Quirófano, Colombia, 2012, revista literaria La Noria, no. 4 Santiago de Cuba, 2012, antología La calle de Rimbaud, ed. Aldabón, Matanzas, Cuba, 2013, revista La Gaceta de Cuba, 2014.
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Publicado el 31.05.2018