¿De qué perdida claridad venimos?
Por: Soledad Fariña
¿Cómo fue ayer aquí?
Sólo hemos alcanzado estos restos,
el vaso que ilumina con su lejano y obstinado silencio,
el pájaro herido en el esmalte al alcanzar el fruto.
…
¿Cómo fue ayer aquí?
No hablemos de dolor entre ruinas.
Es más que la palabra,
es el aire de todas las palabras,
el aliento humano hecho golpe en la piedra,
sangre en la tierra,
color en el vacío.
…
Por el mismo camino del árbol y la nube,
ambulando en el círculo roído por la luz y el tiempo.
¿De qué perdida claridad venimos?
Blanca Varela,
Palabras para un canto (fragmentos)
Hay claridad, hay luz, hay tiempo. Entonces, desde esos restos también podemos preguntarnos qué fuimos, qué somos, nosotros sud-centroamericanos, caribeños
El contexto
La mirada política y cultural de los años 60 y principios de los 70, que coincidió en Chile con el gobierno de la Unidad Popular, era hacia una Latinoamérica Unida, sin fronteras. Utopía latente para algunos de nosotros, sus partidarios, aún después del golpe militar. La lejanía de nuestra lengua, en el exilio, la extrañeza de vivir en lo ajeno hizo que surgiera una especial urgencia para escudriñar en lo que somos, o no somos, quienes habitamos esta geografía. El aprendizaje y uso de una lengua desconocida, lleva a apreciar el lenguaje en su complejidad, y puede ser el instante para detenerse en las palabras como aproximación, siempre ambigua, a aquello que se quiere nombrar, y así, pensar sobre aquello de lo que quedamos fuera. A esto contribuye la instalación, en nuestro imaginario, del pensamiento europeo –y su poder interpretativo- como pensamiento universal. Aplaudiendo la racionalidad, si hemos establecido ese pensamiento como nuestro, ¿cuál es la riqueza, cuál es el plus, que de nosotros, latinoamericanos, hemos dejado fuera?
Sé que esa pregunta puede parecer extraña en este siglo de identidades confusas, es más, podría parecer retórica cuando la reflexión general se ha instalado en lo urbano, en la ciudad, donde la aparición de nuevos sujetos y nuevas prácticas piden la inmediatez de nuevos discursos.
A pesar del vértigo de la comunicación inmediata que elude la reflexión, nunca podremos evitar la pregunta del inicio: de dónde venimos, qué somos, qué mestizaje o con-fusión de sangres, de sentidos, de lenguas es lo que nos da y quita identidad. La diferencia de “sentidos” entre la cultura que dominó y la que fue dominada es quizá el eslabón que se rompió en la cadena que podía llevarnos a una verdadera interculturalidad. La traducción podría ser el medio para aproximar un sentido a otro, pero ¿cómo traducir aquello que en un idioma tiene un profundo significado a otro en el que ello no tiene el menor valor?
Yllu
Un fragmento de Los ríos profundos, ese intento suave y desgarrador de José María Arguedas de conciliar dos culturas, podría darnos una clave.
Al castellanizar la voz quechua “yllu” convirtiéndola en “aleteo leve” Arguedas tiende un hilo entre dos formas de expresar realidad
La terminación quechua yllu es una onomatopeya. Yllu representa en una
de sus formas la música que producen las pequeñas alas en vuelo;
música que surge del movimiento de objetos leves.
¿Qué densidad, qué valor puede tener para el pensamiento occidental un aleteo leve? Un aleteo leve solo tiene fuerza en la voz poética.
El tiempo
A la mirada sobre el paisaje y las piedras, resabios de una cultura, Blanca Varela se pregunta por el mundo andino en su complejidad, su sacralidad expuesta en cada monumento, escultura, tejido, utensilio, qué pensamientos hilaban mientras construían, tejían, guiaban ganado, cuál era el eje de su definición, es decir, de su sacralidad. Al observar ese mundo, piensa que es más que la palabra, /es el aire de todas las palabras, y es en esta aseveración donde la palabra poética puede ir tras la huella de la sacralidad perdida, ausente porque no podemos nombrarla, pero presente a la vez tanto en nuestra toponimia como en la multiplicidad de creencias que asoman en el sincretismo de la religiosidad popular.
Emprender, así, un viaje al origen de los valores que se esconden detrás de lo que hoy llamamos "ruinas”. Si a ese origen sagrado no podemos acceder, pues los códigos desaparecieron, seguiremos las huellas que se conservan como monumentos mudos, erguidos en el espacio y plenos de un sentido que hoy no podemos entender.
Pero hay testigos, en apariencia mudos, que no solo son arquitectónicos y monumentales, sino elementos pequeños: cantaritos, pacchas, dibujos en piedra y en cerros, colores, tejidos que podrían contarnos del “ayer aquí". Trabajo de lenguaje, pensamos, trabajo de observación, el nuestro, mirando lo que existe y, desde la mirada, intentar que las huellas “hablen”.
Observar, pero también indagar en textos antiguos para encontrar en alguna pequeña señal el sentido de tiempos pasados e incrustarlos en este tiempo y espacio en el que distintas comunidades habitamos y pensamos, y donde el pensamiento occidental y blanco es el que se impone.
La Primer Crónica de Buen Gobierno escrito en castellano, en el siglo XVII, por el cronista indígena Guamán Poma de Ayala, es en realidad una larga carta dirigida al rey de España. En la descripción de los sucesos hay elementos de su sistema de pensamiento que el autor, en algunos casos, homologa al “cristiano” y en otros establece la diferencia.
Estas huellas escritas en una lengua distinta a la propia pueden ser el resquicio donde encontrar la palabra precisa en “el aire de (todas) las palabras.
Una mariposa nocturna ha entrado dentro de mi. Los fuegos fatuos
me han arrastrado el cadáver. ¿Quizá cuándo vamos a morir?,
escribe Guamán Poma al rey explicando, desde la concepción de su pensamiento, una enfermedad.
Estudiando algunos aspectos de ese libro (que fue encontrado a principios del siglo XX en la biblioteca de Dinamarca) descubrimos que la piedra, el agua, los colores de las plumas de pájaros tropicales están especialmente ligados a la sacralidad. Pero ¿Cómo otorgar voz a esa mirada antigua sobre piedra y montaña, agua, sangre o chicha que bajan por el “kenko” como ofrenda a la tierra?
Aun no podemos descubrir por qué ciertos colores de las plumas de pájaros tropicales están asociados a valores sagrados, lo que sí expone el cronista es el gran valor del tornasol, la razón: los colores o el pincel no pueden imitarlo. Estas plumas, objetos tan apreciados son al final quemados en un ritual sagrado.
Al observar la piedra y su sacralidad visible en Saqsaywuamán, Macchu Picchu, Kenko, Ollantaytambo quisimos adentrarnos en ella a través del ojo: la cámara y la posterior lectura, en la fotografía, de sus contornos, texturas y colores podrían dar voz a esa piedra. La piedra puede hablar, la palabra poética le da voz.
El agua, también sagrada, da lugar a ritos y a pequeños guardianes: culebras, lagartos, ranas y serpientes esculpidas en piedra y esparcidos por senderos en los que su presencia pasa casi desapercibida.
Desde tiempos remotos, el aborigen del Perú rinde culto a las cumbres
nevadas de la cordillera de los Andes, a las lagunas y manantiales,
considerándolos como "pacarinas" o lugares sagrados, como sitios
de origen de ciertos linajes, donde residían los dioses o seres míticos
protectores de la vida…
Culto al agua en el antiguo Perú
Rebeca Carrión Cachot
Pero hay sacralidad no solo en los lugares donde la piedra está esculpida y expuesta. En el largo recorrido de las cordilleras, especialmente en la de los Andes están presente los Apus, montañas que sobresalen de su entorno y cuyo espíritu protege a los pueblos. En la zona central de Chile tenemos al cerro El Plomo y al Apu Huechuraba (Cerro Blanco).
Los cerros de la pre-cordillera chilena encierran lo que aquí llamamos un cajón, angosta extensión de tierra entre dos cadenas de montaña hendida por torrentes que bajan de la alta cordillera y que más tarde serán ríos. La presencia viva y silenciosa de quebradas, desfiladeros, piedras, rocas, cactus junto al agua rápida que baja, puede ser el lugar y el momento para traer a este tiempo la presencia vívida de otro tiempo, otro pensamiento, otra sacralidad, otra forma de nombrar las cosas. No se trata de volver y quedarnos atrás, sino de eternizar el presente que contiene también ese tiempo antiguo. Salir de las ciudades e internarse más allá de los poblados basta para encontrar rastros de esa sacralidad en la naturaleza misma.
Si podemos oírla, la naturaleza nos hablará de otras formas de aprehender las cosas, nombrarlas, enunciar su relato. Formas descartables para las culturas “evolucionadas”. Absolutamente vigentes y parte de su cosmovisión, para los pueblos arraigados.
¿Qué significaría para nosotros, pueblos mestizos, abrir hoy el entendimiento y el oído a formas ancestrales donde la tierra y la comunidad son lo más importante?
Ir tras un pensamiento sencillo, tal vez, o tan sofisticado como el occidental pero distinto, acercarse no como el antropólogo dotado de herramientas elaboradas en universidades occidentales, mirando y observando desde fuera, sino desde una perspectiva inherente, haciéndose parte de aquello observado, tomando el material no como objeto de estudio, sino que buscando la raíz que nos permita empezar a pensar también de otro modo. Aguzar nuestros sentidos, incluir, no excluir aquella claridad-oscuridad que llevamos dentro
Tal vez ese silencio dice algo,
es una inmensa letra que nos nombra y contiene
en su aire profundo.
Tal vez la muerte detrás de esa sonrisa
sea amor, un gigantesco amor
en cuyo centro ardemos.
Tal vez el otro lado existe
y es también la mirada
y todo esto es lo otro
y aquello esto
y somos una forma que cambia con la luz
hasta ser sólo luz, sólo sombra.
Máscara de algún dios,
Blanca Varela (fragmento)
Soledad Fariña nació en Antofagasta, Chile, en 1943. Es poeta, artista visual (video-arte y fotografía), narradora y profesora universitaria. Magister en Literatura por la Universidad de Chile, estudió igualmente Ciencias Políticas en dicha universidad y también Licenciatura en Filosofía y Letras en la Universidad de Estocolmo, ciudad donde vivió algunos años durante el periodo de la dictadura militar chilena.
Ha publicado los libros de poemas: El primer libro, 1985; Albricia, 1988; En amarillo oscuro, 1994; La vocal de la tierra, antología, 1999; Narciso y los árboles, 2001; Donde comienza el aire, 2006; Todo está vivo y es inmundo, 2010; Ábreme, 2012; Pac Pac Pec Pec, 2012; Yllu, 2015; 1985, 2016 y Pide la lengua(Antología), 2017.
-Biografía y poemas Universidad de Chile
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-Hacia una poética de Soledad Fariña. Prototexto y escritura cifrada en La vocal de la tierra Por Javier Bello. Revista Chilena de Literatura
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Publicado el 28.03.2019