El cuerpo como territorio de un yo desconocido
Por: Andrés Galeano
Yo solo creería en un dios que supiese bailar.
F. Nietzsche
Dios no ha muerto, sólo se desconectó del Facebook. Podríamos buscarlo, pero fracasaríamos en el intento, nuestro WhatsApp no deja de repicar. Podría ser la chica, o el chico que nos gusta. Podría ser ese amigo dispuesto a soportarnos, al menos por esta noche. Es imposible no contestar, no enviar nuevos Sticker, no decirlo todo en medio de un “Ja Ja”, a veces “jaja” y otras veces “ja”. Sería mejor no movernos. Sería mejor pensar un poco a dónde nos ha llevado este siglo XXI, en relación con nuestro cuerpo y máquina de uso para transportarnos, sentir y coexistir en el mundo.
Hace poco oí decir a una amiga, me siento encarcelada en mi propio cuerpo. Me fue imposible no pensar en Platón y en su teoría de las ideas, para la cual somos eso, ideas puras que caímos a este mundo de apariencias quedando encarceladas en estos cuerpos de carne y hueso.
Le dije pues que su batalla estaba perdida, que no había nada que hacer al respecto, en tanto el cuerpo, así como yo lo veo, no es más que la condición sine qua non para cohabitar este mundo en condición de vivos y dentro del margen de la tercera dimensión. Así pues, este cuerpo que nos lleva y que nos trae, vendría siendo el auto por el cual nuestra conciencia, alma o psiquis se almacena y se transporta de un lado a otro para poder existir de un modo corpóreo y molecular; convirtiéndose así en requisito y condición ineludible.
Después de esta retahíla cuasi filosófica, mi amiga terminó por asentir mi posición con estoicismo, encontrando en mis ideas aciertos tan crudos como cuestionables; aun así yo, no quedé tan conforme, todo lo contario, esta respuesta automática abrió una amalgama de reflexiones en torno a la relación mente-cuerpo, dicotomía filosófica que trabajaron bastante los filósofos de la ciencia, pero que, con el paso del tiempo, se ha enriquecido gracias a las transformaciones socioculturales en pro de la identidad de género y el apropio de la sexualidad; como también al auge tecnológico y virtual, que ha venido volcando nuestra relación con el mundo y con otro de un modo bastante polémico.
Esta sumatoria de nuevos contextos en torno a la relación mente-cuerpo, me ha generado el interés por crear un ensayo que postule y enuncie reflexiones en torno a esta dicotomía, siempre en constante evolución.
Hasta qué punto somos fruto de un azar genético. Caímos a este mundo a través de estos cuerpos, estuches o fundas que serían determinantes a la hora de significarnos frente al mundo que nos tocó vivir. Ser atractivo o poco atractivo según los estándares de belleza de la cultura a la que pertenecemos, es un factor decisivo para la aceptación Psico-Emocional y para nuestro autoestima; pero este rasgo y esta belleza o fealdad, no fue elegida por voluntad o decisión propia, fue el fruto resultante de la sumatoria y mixtura de los cromosomas de nuestros padres biológicos. Bajo esta condición genética el azar empezó jugando una partida importante en nuestras vidas.
Si somos la conciencia (alma o psiquis) y nuestro cuerpo es el vehículo, qué sucede cuando una persona, por un accidente o enfermedad sufre de amnesia y vuelve a quedar en modo tabula rasa, sin saber dónde vive, cómo se llama, en qué trabaja y quién ha sido en lo que lleva de vida. ¿Qué pasaría con esta persona? ¿Dejaría de ser lo que es? O peor aún, ¿estaría condenada a ser una nueva persona, dependiendo al nuevo contexto donde se encuentre?
¿Será el cuerpo solo un vehículo de nuestra alma o psiquis? Podríamos afirmar que las postguerras han suscitado grandes movimientos, escuelas y reflexiones para la humanidad, un caso ejemplar es toda la línea existencialista francesa que se fraguó después de la segunda guerra mundial, no solo en la filosofía, también en el teatro y la literatura. En nuestro caso como colombianos, la guerra que nos ha asediado durante 60 años nos ha dejado muchas cicatrices, pero también aprendizajes, uno de los apuntes más valiosos es la resignificación del cuerpo y la memoria.
Ahora, debido a los múltiples vejámenes que nos ha dejado la guerra por medio de sus diversos actores del conflicto, Estado, paramilitares y guerrillas, podemos acentuar que el cuerpo tiene memoria, que una acción por pequeña que sea, en alguna parte de nuestro cuerpo o de nuestro espacio territorial, cobra vida y se mantiene en el cuerpo, puede en su favor cicatrizarse más no borrarse del todo. De aquí vendría pues todo un trabajo de resiliencia, de cómo convivir con mi herida pudiéndome adaptar en un nuevo contexto
Hasta qué punto el cuerpo define o categoriza lo que somos. ¿Qué es ser hombre? ¿Qué es ser mujer? Si ser hombre es nacer con genitales y con toda la indumentaria masculina, qué sucede cuando un tipo a sus 40 años decide hacerse un trasplante completo e incorpora todo el genotipo femenino, ¿deja de ser hombre y pasa a ser mujer? ¿o sigue siendo un hombre con cuerpo de mujer? E igual para el caso contrario.
Este siglo XXI debido al auge tecnológico, a la difusión de las redes sociales, al auge de las tribus urbanas y a la globalización como tal, ha generado, por una parte, una expansión de cultura en las nuevas generaciones, donde reina el hedonismo y el culto al fetiche; y por otra parte, una liberación sexual, desprovista de prejuicios culturales, donde la homosexualidad y la bisexualidad se han liberado y sistemas de relaciones de pareja como “el poli amor” se han hecho masivos y apetecidos y aceptados.
Esta cuestión del cuerpo, en relación a nuestro yo, viene siendo más compleja de lo que parece, y con el paso del tiempo se viene complejizando más, en tanto la ciencia y las nuevas tecnologías operan en función de suplirnos necesidades y vanidades en torno al cuerpo; los tatuajes, las expansiones, las cirugías, los trasplantes, todo altera lo natural, ¿pero qué es natural? Pienso que, si no fuimos participes de elegir qué quisiéramos ser, al menos nos queda el consuelo de hacer con nuestro cuerpo lo que queremos hacer, sabiendo que esto repercute de manera directa lo que somos y lo que demás ven de nosotros.
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Andrés Galeano nació en Pereira, Colombia, en 1979. Es poeta, cuentista y guionista cinematográfico radicado en Bogotá. Licenciado en Filosofía y estudiante de magíster en Comunicación. Autor de los libros: Poesía suicida para nunca matarse, 2010; Besos de sal, 2016; Misión Gobethlandia, 2017 y De lo que soy, 2017.
Cuentos y poemas suyos han sido publicados en diversas antologías literarias. Fue Ganador de la V Convocatoria del FDC del Ministerio de Cultura con el guión RESURRECCIÓN, 2005. Ocupó el segundo lugar en el Concurso Nacional de cuento Relata con el cuento: El día que perdí la oreja izquierda, 2014 y actualmente es tallerista en escrituras creativas para diversas editoriales de Colombia.
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Creado el 25.02.2019