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Saúl Gómez Mantilla, Colombia

Por: Saúl Gómez Mantilla

I

En cada nota se entrega la vida, mientras las manos, por sí solas, van marcando la armonía de los días venideros. La pieza avanza entre barreras y olvido, en tanto que el auditorio percibe una vaga imagen de quien interpreta el mundo.

La música no embiste, suspendida en la memoria repite los movimientos aprendidos sin que en la ejecución haya pasión alguna.

Abandonado en el escenario, entre un cúmulo de aplausos, la música nuevamente ha encadenado el deseo, arrancarle nuevas notas al vivir, romper con la partitura.

Torpe ejercicio que carcome la entrega, que no  permite ir más allá del pentagrama, de los días en que el tedio,  es un alimento que cobija la memoria.

 

 

II

 

Cada una de las letras que forman este poema surge de un encuentro con el pasado, con lo que se desea olvidar. Por ello, las acciones que no tienen cabida en la palabra, se encuentran bajo estas líneas.

El poema es un canto al dolor, por ese pasado que fue bloqueado, que se ha perdido a lo largo de los años y parece no volver.

En cada silencio de este poema, un niño huye y sueña, no desea descansar, solo correr hasta allí, donde, tal vez por la distancia, olvide quién es.

 

 

IV

 

Una mujer espera mientras desnuda una mandarina, al sabor de cada mordida rememora su infancia. Recuerdos que llegan sin orden alguno, en desbandada, uno tras otro, suscitados por un aroma.

Niños que corren por el campo, sin afanes ni automóviles, movidos por el viento, detrás de un cometa o en busca de una rana. Para ellos el tiempo era el juego de una tarde, la llamada para la cena.

El olor de la fruta trae consigo pasajes olvidados de una vida que se esfuma. En esa banca, en la desolada tarde de un asilo, ella se estremece al recordarse feliz; en qué momento, cómo, la vida se convirtió en ese monótono paso de los soles.

Niños cuya felicidad era correr libres, sin más límites que su propio cansancio y el llamado de sus padres, espantosa voz que marcaba la rutina. Esa voz que era como un trueno, como el que ahora llama para anunciar la noche.

 

 

VIII

 

Para hacer realidad mi obra, para acercarme al objeto de mi escritura, debo sumergirme en el alcohol, pasar los días en la taberna y las noches volcado sobre el papel.

La embriaguez permite dar vía libre a macabros sucesos, fuera de toda moral y arrepentimiento, es el vino quien libera al poeta que vive en mí.

Ya no importan amigos y familia cuando se acerca el final de una novela, serán estos personajes los habitantes de mi hogar, compañeros entre trago y trago, de este divagar entre las letras.

Con una mano escribo y con la otra bebo, una mano sostiene mi vida y la otra me la quita, entre el delirio y el sueño, amanece, encuentro junto a mí a estos extraños seres que me piden dar cuenta de su existencia.

 

 

XIII

 

Una hoja, río abajo, puede ser una señal para el hombre que prepara la soga, que prueba el nudo antes de suspenderse sobre el mundo.

Tras la ventana, un globo que cae en medio de la noche, puede ser para el niño que no puede conciliar el sueño, todo el espanto que escapa de su imaginación.

Un bello sonido en medio del tumulto, la música de unas palabras, un acento, puede ser la esperanza que aguarda el joven en espera de su amada.

Una leve lluvia, en una tarde despoblada, puede hacer que los ojos desesperados anuden el llanto, y viertan en los labios un salado amanecer.

Divino regalo para soportar la vida.

 

 

XVI

 

Todos los escritores tienen un nombre, Seymour, aquel personaje solitario y analítico viene a ser, tarde o temprano, la imagen que devela la escritura.

Sea en un diario, una novela o un poema, el ejercicio sobre el lenguaje tiene un nombre propio que se desconoce, que surge de forma imprevista, cuando al leer se manifiesta el ser que escribe.

Seymour lo sabía, por ello su silencio, su negativa a publicar, a darse a otros ojos que juzgasen como mezquino, marginal, desencajado, a quien se atreve a poner en palabras el alma oscura de los hombres.

Cada escritor tiene un espejo, cada creador se ve reflejado en otro, sabe que le ha sido confiado, según una labor, trazar un camino para alguien que tomará aquella luz y la verterá sobre el papel.

 

 

XVII

 

El desastre de unos ojos que tiemblan
mientras el humo apaga una sonrisa.

Un tren tomado a última hora,
para tarde llegar, al reflejo del propio rostro.

 

 

XXXIV

 

La forma del poema devela al ser que lo escribe, más que su contenido, más que sus palabras, es la imagen visual lo que queda en nosotros. Esos caminos plagados de silencios, aquellos saltos y olvidos, llenan al lector, cubren sus necesidades, sin que éste las perciba.

Un largo silencio entre palabra y palabra es un salto al fondo del poema, un largo aliento para retomar la lectura, sumergirse en las imágenes, ahogarse en aquellas páginas que  como un espejo van develando un rostro.

Al terminar el libro, entre tanto vacío, algo ha sido robado, un verso, tal vez una palabra, ha sido tomada por la mirada.

Una flor amarilla. Ensayo escrito para su participación en el 29º Festival Internacional de Poesía de Medellín. 

*

Saúl Gómez Mantilla nació en Cúcuta, Colombia, en 1978. Profesional en Estudios Literarios de la Universidad Nacional de Colombia. Especialista en Creación Narrativa. Docente y Promotor de lectura y escritura creativa. Miembro fundador de la Red Nacional de Estudiantes de Literatura, REDNEL. Ha publicado los libros de poesía: Ideas de viaje, 2003; Lección de olvido, 2007; Rostro que no se encuentra, 2009; El amor y la palabra, 2012; Áridos paisajes de la memoria, 2017; Otro intento de vacío, 2018.

Ha publicado las antologías de poesía: OPNI, Jóvenes Poetas de Cúcuta, 2002; La sombra y el relámpago, poesía viva de Norte de Santander, 2011; Palabras como cuerpos, poemas en memoria de Tirso Vélez, Edwin López y Gerson Gallardo, 2013. También las cartillas: No pudo la muerte vencerme, Jorge Gaitán Durán 50 años de ausencia, 2013. Sueños cotidianos, Eduardo Cote Lamus 50 años, 2014.

Ha obtenido los siguientes reconocimientos: II Concurso Nacional de Poesía Joven, XI Festival Internacional de Poesía de Medellín, 2001; Premio Estimulo a la Joven Poesía Colombiana, XVI Festival Internacional de Poesía de Medellín, 2006; Primer finalista, XI Concurso Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus, 2007;  Postulado por Colombia ante la UNESCO al Premio Mundial de Poesía Puentes de Struga, República de Macedonia, 2010; Finalista en el año 2017 en los premios de poesía: Biblioteca Mario Javier pacheco, Ciro Mendía, Reconciliación y paz, Tomás Vargas Osorio.

-Entrevista a Saúl Gómez  Entrevista y selección de poemas. Claroscuro
-Antología Festival Internacional de Poesía de Medellín
-Antología  Festival Internacional de Poesía de Bogotá
-Antología Poesía actual de Colombia

Publicado el 26.04.2019

Última actualización: 12/01/2021