Erradicar violencia, construir paz
Por: Arabella Salaverry
(Incidencia de la creación artística)
Podríamos utilizar el término paz desde lo que afirma o lo que niega. En sentido positivo, nos referimos a la paz como un estado de tranquilidad y quietud; desde lo que niega, la paz no es guerra o violencia. Otro acercamiento lo propone El I Ching, libro oracular, pero también cosmogónico y filosófico. Plantea que lo opuesto a la paz es el estancamiento. Para alcanzar la paz es necesario transformar el conflicto, no suprimirlo. La paz será pues un continuo que se está creando en forma permanente en tanto se vayan resolviendo los conflictos.
Pese al carácter más bien simplista de este acercamiento, nos puede proporcionar un punto de partida para pensar en las diversas aristas de la paz. Parto de una reflexión sobre mi país, Costa Rica, que ha alimentado en su imaginario el concepto de país pacífico, pacifista. Efectivamente, Costa Rica en los últimos setenta años ha estado exento de conflictos armados, y esa condición ha permitido el diseño de ese rasgo definitorio del ser costarricense: un pueblo y un país de paz; que sin atenerse por completo a la verdad, ese rasgo ha permitido construir ese imaginario colectivo. Al respecto, y desde un análisis más bien sobre la idiosincracia, nos dice la escritora costarricense Catalina Murillo: “Porque éste, como ya se dijo, es un país condenado a la paz. Y la paz, es lo que tiene: un precio alto y mudo. Algo de sabiduría habrá, o por lo menos astucia, en evitar los enfrentamientos de modo sistemático, en negarse ante todo a la violencia, aunque sea sin negociar. Algo de bueno tendrá, sí, pero lo cierto es que lo que no se paga con sangre, se paga con bilis, o con esta especie de abulia nacional. En este país se ha logrado un hallazgo: ha encontrado su caricatura la paz”. Una caricatura que sirve al menos para acercarnos a un modelo aspiracional, agrego.
Pero en este supuesto reino de la paz que es nuestro país todo es relativo. Hay un autor que nos propone insumos para otra aproximación. Ciertamente, los acontecimientos que nos han marcado no han sido tan descarnados, ni tan cruentos como en otros países de Latinoamérica. Aún cuando Costa Rica no ha sufrido los embates guerreristas padecidos por el resto de la región, no quiere decir que como sociedad la costarricense haya estado exenta de manifestaciones de violencia, entre ellas la represión. No la represión ejercida desde los estamentos militares. En Costa Rica se fue cambiando por otro tipo, la diseñada desde la educación estatal, que, a partir de la década de 1880 sustituye paulatinamente la presencia del ejército como aparato represivo y tiene injerencia en “la formación de un consenso que tiende a introproyectar como propios de todo ciudadano los designios de la élite dominante”. Cito a Álvaro Quesada en su valioso artículo “Enajenación y Nación”. El aparato ideológico entonces sustituye al aparato militar, primará sí la manipulación de la conciencia, más efectiva que la represión militar, desembocando no en la confrontación armada, sino en la identificación de la ciudadanía con los sectores dominantes.
Aunada a esta realidad se convive con otra, la violencia económica, que se manifiesta actualmente en la desarticulación del estado benefactor, (edificado a partir de la consolidación de conquistas sociales alcanzadas también a la tica, sin procesos ajenos a la paz-) más difícil de detectar que la otra, la armada, por irse gestando de manera casi invisible y sostenida en el tiempo.
A partir de los años setenta, con la implementación de a poquitos del modelo neoliberal, se ha vivido un proceso de aculturación. Nuestros pueblos han estado sometidos a procesos sistemáticos de pérdida de identidad, de asimilación a modelos foráneos, además del ataque frontal a los logros que signifiquen justicia social. Otra forma perversa de violencia de la cual no ha estado exenta Costa Rica.
Como consecuencia del nuevo modelo económico, nuestros países han ido perdiendo el reconocimiento de su propia identidad, desdibujada desde el estamento de la educación. Los modelos copiados desde afuera se imponen.Otra agresión.
Si los escritores son el pulso de una sociedad, es evidente que en su obra se reflejará aquello de lo que la sociedad adolece. Lo interesante es que, la mayoría de los escritores que en Costa Rica han trascendido el cerco cultural, nuestra condición de isla no siéndolo, han sido aquellos que han examinado esa realidad solapada, o explícita, se han metido con ella y la han plasmado en sus obras. Pienso en don Joaquín Gutiérrez, en Carlos Luis Fallas, Calufa, con su Mamita Yunai, o la presencia de Yolanda Oreamuno, escritores del siglo pasado. O en Carlos Cortés con obras como Cruz de Olvido, Daniel Quirós con sus “supuestas” novelas negras, y digo supuestas porque han trascendido esa clasificación, aún cuando mantengan rasgos del género, son un espejo crudo y desnudo de aspectos presentes en nuestra actual estructura social, lamentablemente permeada ya por el narcotráfico y la narcopolítica; Alfonso Chase, nuestro Alfonso Chase, siempre alerta y dispuesto a la denuncia y a la reflexión política, autodenominándose “poeta político”, después de haber transcurrido el camino de la reflexión ontológica. Es decir, escritores que han tenido un impacto significativo en el país y fuera de él se han ocupado de arrojar luz sobre estas temáticas.
Esta circunstancia pareciera indicar que el escritor podría transformarse en un actor importante en el proceso de la construcción de la paz en la medida en que sea capaz de desplegar la mirada atenta, la mirada inquisidora sobre su realidad y llevarla a su obra. Incidir cuanto menos en la creación de una toma de conciencia tan necesaria en la búsqueda de la resolución de los conflictos.
En tanto nos sea posible explorar la realidad, analizarla y transformarla en sustancia y vigor para el proceso creativo, -ya sea la evidente y terrible de las confrontaciones armadas, de la persecución y los asesinatos políticos, o la embozada resultante de la imposición de modelos económicos perversos que nos conducen a la deshumanización, a la pérdida de identidad- podremos contribuir a transformarla. El trámite hacia la paz pasa entonces por el movimiento, la búsqueda de alternativas. Esto implicaría contribuir en su construcción a partir del concepto que propone el I Ching: ausencia de estancamiento.
Y en la medida en que desde diversos estamentos de la sociedad, -incluyendo a los creadores- se contribuya a una “movilización” de conciencias, podríamos considerar que aportamos para transitar los pasos necesarios hacia la construcción de la paz.
San José, Costa Rica 20/01/2020
Arabella Salaverry nació en Managua, Nicaragua, en 1946. Posee nacionalidad costarricense. Es poeta, dramaturga, narradora y gestora cultural. En 2016 Obtuvo el Premio Nacional de Literatura Aquileo J. Echeverría. Estudió Artes Dramáticas y Filología en México, Venezuela, Guatemala y Costa Rica. Algunos de sus libros publicados: Infidelicias; Impúdicas; El sitio de Ariadna; Llueven pájaros; Erótica, Erotomanías; Continuidad del aire; Violenta piel; Búscame en la palabra; Dónde estás Puerto Limón; Breviario del deseo esquivo; y Arborescencias.