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Alejo Morales (Colombia)

Por: Alejo Morales

Carta de Dylan a su madre

 

Madre, te escribo desde el otro lado de mi cuerpo
donde nadie me ha disparado o herido nunca.
Perdóname, no hice de mi voz un pañuelo
que secase el color rojizo
que hoy llueve por tu cara.

Perdóname, si mi corazón es una colilla
sobre la sombra de un lago
una colilla en mitad de un pueblo que se apaga
pero que no cesa de gritar y mantener el puño en alto
así vacíen toda la genealogía del fuego
en su mirada.

Madre, me enseñaste que Colombia
era una niña vestida con plumas amarillas
en donde cantaban los mil canarios de la paz,
y que sus piernas eran calzadas azules
que la guerra destruyó con sus ardientes martillos,
pero a la puerta de la paz le han crecido canas rojas, madre
canas delineadas por el grito de nuestros nudillos
en un país
que anda sobre muletas de plomo.

Verás, son tiempos difíciles para amar
por eso marcho, porque es el momento que el sol
comience a gritar de amor por los prados azules,
y las gigantescas espigas de hierro
dejen de herir el aire que respiramos.

Marcho, por los gallos que han dejado de florecer
en los brazos de la madrugada,
por los niños a quienes les han volado los pulmones,
como pétalos sobre la arena negra
soltada por siete generaciones,
desde una boca partida
a la que llamamos patria.

Si preguntan quién es nuestro presidente
les diremos que es un muñeco de nieve
que tiene bajo su sombrero nuestros gritos
y bajo sus dedos de trapo el futuro,
ese cielo que sopla sobre el tazón que forman tus manos, madre,
no sé si he vivido lo suficiente, pero he vivido
en cada una de tus lágrimas.

Acaricié la palabra libertad en la celda del espejo
acaricié la palabra amar hasta perder el habla
acaricié la palabra madre
y me partí las rodillas para darle un beso
abracé la eternidad y noté que no tenía huesos en la cara y lloré
hasta dejar una canción de agua en cada piedra,
en cada lata arrojada
hacia el incendio blanco
donde desvanezco.

Madre, por favor,
háblame de ese temblor en tu mejilla
cuando oyes mi nombre brillar
como una etiqueta bajo el agua
en cada televisor,
háblame de las palomas de viento
que se posan en tus hombros cuando ríes,
y de tus ojos, esas muchachas que danzan en círculos
con un vestido negro abriéndose a la luz.

He pulsado las cuerdas de mi imaginación
hasta colgar de tus mejillas bronceadas por la melena de las antorchas
hasta sentir la música del aluminio bendecir la piel que me falta
y las calles que mis pies no llegaron a pisar.
He arrancado mi corazón como un teléfono público
y lo he puesto boca arriba
para que me llames desde las ciudades convertidas en hogueras
desde las hogueras convertidas en dragones
desde los dragones convertidos en lluvia
y pelaje de caballo nacido del llanto de los niños
que llevan los cuerpos de sus padres como equipaje.

Madre, no tengas miedo
he abierto mi corazón a la belleza
camino hacia mi rostro de hollín y tierra
sabiendo que nuestros corazones
son dos piedras
abrazadas
en un muro.

 

 

Ante la última luz del imperio, la noche cae de rodillas

 

La luna se sentó sobre Teotihuacán, llorando en los escalones
donde el hombre puede o no convertirse en Dios,

donde una generación tendida en los alambres eléctricos canta,
donde el silencio es una mano que se cierra,

una mano que señala, una mano que cubre los ojos, haciendo
que los labios se doblen hacia la oscuridad de una boca.

La luna se acostó a morir sobre Teotihuacán. Allí vi su brazo,
sobresaliendo de la piel del río como un pequeño

muelle de luz, y a los hombres hundiendo su cuerpo en ella,Ç
bautizando sus manos para enfrentar a La Bestia,

más allá de la oscura garganta de los coyotes, donde
un sonido de cadenas que no oímos

                                 detuvo
                                       nuestro paso

 

 

Trastes

 

Mi madre limpia el cielo en su vajilla.
A diario, enjuaga el trapo de su alma para limpiar el cielo,
Y hacer brillar el rostro del abuelo
Perdido en los pequeños alaridos de la lluvia.

Mi madre limpia el cuerpo de mi abuela en su vajilla.
Limpia la noche, erguida en la mitad de sus labios,
Y lo que queda de ella misma lo limpia, con el esparadrapo de la oración.

Mi madre limpia mis huesos en la tierra que nace entre sus piernasMie
ntras, dos soles le amanecen en sus mejillas,
Y el pueblo le baja como un río entre las venas
Hasta lastimarle el corazón.

Astillada en el aire, mi madre limpia el cielo en su vajilla.
Limpia, y un coro de niños grita desde el fondo de su pecho
Una canción mordida por el viento, la cual dice
Que en Macayepo, no hay mayor quitamanchas que sus lágrimas.

Con la noche ahogada en su risa
El cielo se hace añicos en los ojos de mamá.

 

 

Defecto de fábrica

1

Cada día despierto
con el peso muerto de un dios sobre la frente,
y unas ojeras del tamaño de puños
que cualquier modelo de Victoria's Secret envidiaría. 
Papá tenía razón
tender la cama, a largo plazo, puede causar artritis severa,
o parálisis permanente
en la mano que uso
intentando escribir un verso que parezca creíble
en la profundidad del aire.

Cada día despierto
con la columna doblada como un gancho
para colgar mi desaliento, por lo que con fuerzas sobrehumanas
debo usar los 43 músculos de mi cara para alcanzar el control remoto.
Antes de dormir, me aplico una mascarilla de 300000 millones de hercios
para exfoliar la piel de los párpados
mientras medito la noción de “enderezarse”, desconocida para mi propio esfuerzo.
Tengo oro olímpico en hibernación y estiramiento de cuello
y las calorías dentro de mi cuerpo apenas alcanzan para mantener erguida
una pestaña.
Cada día despierto
con las ganas de procrastinar
proclamando un estado de sitio
en mis brazos,
ya cansados de remar
contra la nadadora luz de lo eterno.

 

2

Hoy, día doscientos cuarenta y dos del año, el dolor crece a medida
que la barba alcanza a sondar los redobles del corazón.
Una barba larga como un babero,
larga como el burka que cubre el tobillo de una mujer afgana,
larga como la paciencia de mi madre cuando ve que del ombligo me crece
un árbol de naranjas ideal para un desayuno saludable,
pero imposible de preparar para mis dos manos izquierdas.
Este treinta de Agosto la vida camina por mi cuerpo como un predicador 
que recita salmos a las piedras y tartamudea la palabra Dios
ante la primera hogaza de pan que se ahoga en sus labios.
Este treinta de Agosto me alargo en el sofá como en los brazos de mi madre
dudando de si mis ganas de trabajar serían suficientes
para matar en pequeñas dosis a una dinastía de piojos anémicos.
Soy tan inconsciente de mi edad que relincho de alegría.
Porque qué bonito es cumplir 25 años y aun dormir en la cama de tus padres
con la almohada como el torso de una mujer estrangulada bajo el brazo.

 

 

Si yo fuera mujer

 

Si yo fuera mujer
y no viento,
migaría una canasta de pan sobre mi pelo
y llamaría a las alondras
con cinco sonidos diferentes
sólo para verlas picotear.
Si yo fuera mujer
le hablaría a Dios con el tono de una madre
aunque Dios no hable
y nos golpee como a un tambor
en mitad de las costillas.
Si yo fuera mujer
y no viento
le diría a la voz de mi padre
que se detuviese.
Veo dos guerras arrastrándose por su cara
donde cada arruga es un epitafio
que lo lleva de la mano hacia el infierno.
Si yo fuera mujer
aboliría la palabra amor de mi vocabulario,
y dejaría que el mar me llevase como una piragua
al lugar donde el sol amó su propia sombra.
Si yo fuera mujer
y no viento,
con un lápiz luminoso
escribiría poemas en mi cuerpo
y saldría
sin un centímetro de ropa
para que la noche me leyera
con el radio de su ojo
como una linterna que alumbra
el interior de una mina
    destruida
por las desnudas manos de papá.

 

 

A Armero ha llegado la noche (13 de Noviembre de 1985)

Hace siglos que no tiembla el alma de este pueblo
(Escribe un poeta con la tiza
que van soltando las estrellas
en la corteza del árbol
cuyas ramas han soportado
treinta años de su peso)
Sobre los techos sin dueño
se pasea la calma como un gato blanco

Golpean la puerta
Hermana, ¿quién llama?
¿Será la montaña
que viene a traer su ira
hasta nuestra casa? 

No, hermano, es tan solo un dios
que se cayó de las nubes
todo por perseguir
de cielo en cielo
la huidiza cola del alba 

Golpean la puerta
La casa se balancea como una copa
en manos de un borracho ciego
Cuatro focos de luz tiritan
Tienen miedo a las piedras que llueven
Tienen miedo al huracán que duerme
en los pulmones de la tierra 

Hermana, haz sonar la noche
que vienen los bárbaros
con su cabeza en llamas 

Siéntate, hermano, siéntate
que no es Navidad
y viene bajando
la campana encendida de la Tierra
que en cien años
no ha cesado de gritar
en nuestro pecho
la demolición de su torre

Golpean la puerta
Las tablas del piso
agitadas por la tempestad
se levantan como embarcaciones  

Pétalos de vidrio iluminan nuestra casa
que se revuelve como un muerto colgado
en temblorosos hilos de lluvia 

Hermana, ¿quién ha arrancado las raíces
de su largo sueño?
¿Y de quién es la pequeña voz
que rechina
al otro lado de la puerta? 

 

Es la niña
que tiene por globo
el corazón del pueblo 

Golpean la puerta
Abro
Mi hermana se acurruca
en algún rincón
de sí misma

-¿Quién llama?

La Muerte
   vengo a cubrirte
                        con mi risa


Alejo Morales nació en Bogotá, Colombia, en 1993. Es estudiante de Historia en la Universidad Nacional de Colombia, sede Medellín. Participó en el taller de poesía de Biblored Furia de Pájaros en 2015, en el Taller de Poesía de la Casa Silva en 2017, y en el primer semestre de 2018 participó del primer Taller Distrital de Poesía de Idartes. Censista de cabecera y lector autodidacta de poesía, ha participado en los talleres de poesía del Festival Internacional de Poesía de Medellín.

Última actualización: 26/03/2021