El momento de la diferencia
Por: Yirama Castaño Güiza
En la víspera de un tiempo que parece no contenerse, como lo hacen las aguas del río o del mar cuando han detenido su paso para desviar su curso o apropiarse de su lecho, este continente tan intenso como diverso, reclama el derecho que le asiste de recuperar su territorio y vivir en paz en compañía de los suyos; a disfrutar la naturaleza, el paisaje y la tierra que le ha sido dada; a compartir con los otros la visión de un horizonte despejado y libre; a expresar lo que piensa y ponerle voz a su palabra; a honrar el legado de los pueblos originarios, proteger la madre tierra y respetar a los otros; en fin, a ser como somos, sin artilugios, y aceptarnos en nuestra diferencia.
Tengo en mi mente la imagen de una marcha de velas encendidas que se repite desde la aurora hasta la profundidad de las noches, los sinfónicos sonidos en los parques, los tambores y repiques en las calles, los artistas tomándose las plazas, las ollas convertidas en instrumentos que acompañan el ritmo de los caminantes. Tengo la imagen de millares de mujeres en las plazas, siguiendo el mismo compas, repitiendo un canto compartido contra el abuso, el machismo, la violación y el feminicidio. Tengo en mi mente la imagen de un país, cuyo cuerpo y mente parece despertar para hacerle frente a la muerte después de incontables años de guerra.
Y esa imagen no es distinta a la marcha iluminada que todos los años nuestras cantadoras y mujeres han repetido en pueblos, montañas, montes y palenques para honrar sus muertos y conjurar dolores, mientras el cardón se vuelve gaita y suena la cera de abejas en los bosques. Desde mi oficio como periodista y poeta inicio este texto con esta pequeña crónica que pretende introducir mi visión sobre la cultura y mi convicción de que allí puede estar una de las semillas de la transformación social que tanto estamos necesitando y que este, precisamente, puede ser uno de los caminos para hacer el tránsito de una cultura de guerra a una cultura de paz y convivencia.
La cultura recoge todo lo que puede ser una sociedad, es su modo de ser y de expresarse. Si bien retoma el origen y la tradición, no es estática, se transforma y evoluciona. Hace parte de nuestra realidad y la condiciona, de tal manera que no somos conscientes de ella hasta que un extraño nos la señala.
El antropólogo Ralph Linton, autor de la obra Cultura y personalidad (1945), se pregunta "qué sabe el pez sobre el agua". Esta imagen me es útil para explicar las limitaciones que tenemos los seres humanos para reconocer la existencia de la realidad o mejor de las condiciones de la realidad.
Son muchas las expresiones culturales y artísticas que nos dan pistas de la identidad presente en nosotros como cultura. Es claro que esas expresiones artísticas y culturales no dan cuenta de todos los elementos sutiles que conforman nuestra identidad. Hay aspectos de nuestra cultura que se han originado en hechos o situaciones, en algunos casos, gloriosos y en otros tormentosos, que se han pegado a la piel hasta hacerse cotidianos y convertirse prácticamente en una condición de nuestra realidad que se acepta dócilmente sin mayor cuestionamiento y, a veces, ha permitido la justificación de la exclusión, la desaparición y la eliminación.
Para mí es precisamente eso lo que le pasó a los colombianos con la cultura de la guerra. Se fue instalando y apropiando de todos los canales y aunando a sus tentáculos más y más actores, creciendo como virus y permeando ámbitos políticos, económicos y sociales, deshumanizando las relaciones hasta cosificarlas perversamente, destruyendo lazos, polarizando, dividiendo, armando un mundo donde no se aceptan los contrarios, se mina la diferencia, torciendo el significado de la cultura de la convivencia y volviendo elásticos los principios éticos.
Creo, sin embargo, que si reconociéramos el poder del arte y la cultura como instrumento de transformación social, podríamos mirar la realidad con otros ojos. La creatividad es sinónimo de diferencia y una manera de expresar el pensamiento. El arte es un canal para la rebeldía y la diversidad. Desde la cultura podemos intentar superar esas limitaciones que nos impiden ver y entender la realidad. Estoy convencida de que el arte y la cultura nos pueden ayudar a cuestionar si realmente "esa agua donde nada el pez, existe".
¿Seremos capaces de explorar esas formas que le dan sentido a nuestra sociedad y revalorar los imaginarios y creencias que la guerra ha filtrado en nuestras vidas? ¿Podremos ver en la cultura la semilla de la transformación y el paso siguiente que nos permita avanzar en la construcción de una cultura de la paz y la convivencia? ¿O por el contrario seguiremos permitiendo a la guerra que sea ella la que nos siga transformando?
A causa de las limitaciones de los seres humanos para percibir nuestra realidad, es que sólo nos damos cuenta de ella cuando se ha convertido en pasado y partir, de manera consciente o no, de ese pasado para construir los presentes y futuros. Parecería que estamos condenados al rol pasivo de ver sin comprender los acontecimientos para reaccionar ante ellos.
Sin embargo, así como las expresiones culturales, el arte y el folklor nos dan aviso de la existencia de nuestra cultura diariamente, a través de cantos, melodías, danzas, obras de teatro, dibujos, pinturas y poemas también pueden llegar a ser el medio que nos permita vernos a nosotros mismos para reflexionarnos y cuestionar el rápido acontecer cotidiano con el fin de tomar acciones en favor de la construcción de nuevas relaciones sociales, basadas en la escucha y respeto a las ideas de los otros, la convivencia pacífica, el diálogo y la solidaridad.
Como lo expresa el filósofo norcoreano Byung-Chul Han (B. Han, comunicación personal, 8 febrero 2018), experto en estudios culturales: “Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual". Han construye un discurso ético sobre la alteridad, la amenaza de lo diferente, la incapacidad que tenemos para combatir "la proliferación de lo igual". Para Han, el sistema en el que vivimos, centrado en la producción y el consumo, "expulsa todo lo distinto".
Quizá sea la cultura de la paz la que nos permita orientarnos a buscar una sociedad más justa, equitativa, inclusiva y sostenible. En fin, a sensibilizarnos con los dolores y alegrías de los otros, a tener una mirada poética de la vida y el mundo, a comunicarnos sin la mediación de los datos; a no permitir ni justificar ninguna clase de dominación, discriminación ni exterminio, a encontrar una forma de resolver los conflictos y coexistir basados en la aceptación de cada una de nuestras diferencias.
Referencias:
Linton, Ralph (1945) Cultura y personalidad. México: Fondo de cultura económica.
Han, Byung-Chul (2018) Comunicación personal, 8 de febrero del 2018. Disponible en línea.
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Yirama Castaño nació en Socorro, Santander, Colombia, en 1964. Es poeta, periodista y editora. Participó en la creación de la Revista y de la Fundación Común Presencia. Hace parte del Comité Asesor del Encuentro Internacional de Mujeres Poetas de Cereté, Córdoba. Sus poemas han sido traducidos y publicados en medios de Colombia y el exterior. Ha participado en los más importantes Festivales de Poesía en Colombia y en Encuentros de escritores a nivel internacional. Libros de poesía publicados: Naufragio de luna, 1990; Jardín de sombras, 1994; El sueño de la otra, 1997; Memoria de aprendiz, 2011; Malabar en el abismo, Antología, 2012; Poemas de amor, -con Josefa Parra-, 2016; y Corps avant l´ oubli, Cuerpos antes del olvido (Yirama Castaño, Stéphane Chaumet y Aleyda Quevedo), 2016.
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