Chantal Maillard, España
Por: Chantal Maillard
En un principio era el hambre
En un principio fue el hambre. Y la necesidad de unirse, de mantenerse unidos para poder subsistir. De ahí que los pueblos tuviesen que construirse una historia común, un pasado con el que fortalecer su identidad. El poeta se encargó de ello. El poeta no era un oráculo, era un forjador de mitos. Entonados, los mitos podían memorizarse y transmitirse. De este modo, unido en la memoria colectiva, el grupo se fortalecía. La poesía, en sus inicios, tenía pues una función política.
Pero fue reemplazada por las teodiceas. Los filósofos se convirtieron en consejeros de los gobernantes y reemplazaron a los cantores y, poco a poco, la poesía fue transformándose en un juego elegante cultivado por los nobles en las tardes ociosas.
Podríamos pensar en el ars poetica como una degeneración del hacer poético. Podríamos hablar de una “estetización de la mnemotecnia”. En este proceso, el poeta tomó prestados a la filosofía (que también era cosa de palacio) ciertos hábitos. Por ejemplo, el autor empezó a utilizar la tercera persona del plural para hablar de sí mismo. Contagiado de metafísica, se ejercitó en lo universal, y ya no con el ejemplo, como correspondía a la poesía épica, sino con el concepto. Ya no se hacía referencia a aquel personaje apasionado o a aquel otro cuya muerte había sido ejemplar, sino que se cantaba al Amor y a la Muerte. Y así hemos llegado a este momento.
Sin embargo, ahora, después de haber tomado conciencia de que la Historia no es ni tiene por qué ser la historia verdadera y que las metafísicas no pasan de ser ejercicios de lenguaje, ahora, después del desencanto y la hibridación de los géneros, puede que la poesía, algún tipo de poesía, vuelva a sernos necesaria. Pero ¿qué poesía? y ¿para qué?
Para volver a entrañarnos. Porque la metafísica no nos ha simplificado la vida ni nos la ha hecho más llevadera. Porque nuestra identidad de pueblo se ha desintegrado en pequeñas cápsulas (unifamiliares, individuales) y seguimos anhelando una unidad mayor. Y sobre todo porque, ahora más que nunca la existencia, de tan acostumbrada, se nos ha vuelto extraña y que probablemente echemos en falta un nuevo “entrañamiento”.
La poesía que necesitamos no es ya la épica de Homero ni la ingeniosa versificación palaciega de épocas decadentes. Tampoco es la poesía metafísica, aquella de la que Aristóteles dijera que es más filosófica que la Historia porque mientras que ésta atiende a los hechos, aquella atiende a lo universal. Y si de poesía mística tratásemos, habríamos de tener cuidado de entenderla al margen de las teodiceas y las teologías, pues el poeta que se desprende de lo que acontece es un metafísico, y el místico que abandona su mudez (mysticós es “aquel que enmudece”) es un metafísico que se ignora y que, desentrañado, canta en el lenguaje de su credo.
La poesía que necesitamos es aquella que pueda hacernos recobrar la memoria del origen, devolvernos la conciencia de lo que a todos asemeja bajo las diferencias y nos permita reconocernos en todo aquello que no somos. El poeta que requerimos es aquel que fuese capaz de ver el aliento que nos atraviesa: no lo universal, la idea vaciada de accidentes, sino la radical infinitud de cada cosa en su proceso. Aquel que tenga oído para captar el ritmo, la vibración de un ente, su sonoridad, su peculiar forma de vibrar, y la capacidad de transmitirlo.
Este nuevo entrañamiento es algo en realidad muy antiguo. Es, en cierta medida, la sympathía (συμπάθεια) de los griegos y la cumpassio de los latinos, pero es sobre todo lo que indica la palabra sánscrita karuna, la capacidad de experimentar en el propio cuerpo el dolor de cualquier otro ser. Es la palabra que utilizó Valmiki, al inicio de su Ramayana, al describir la manera en que se originó el verso sánscrito. Cuenta así el poeta que, mientras paseaba por la orilla del río, vio a una pareja de garzas apareándose en la rama de un árbol. De repente el macho cayó traspasado por la flecha de un cazador y la hembra emitió un grito escalofriante. “Aquel grito repercutió de tal manera en mi corazón –escribe Valmiki– que experimenté la misma desolación que aquella que le había arrancado al ave aquel grito terrible. Esta compasión (karuna), este com-padecimiento, estalló entonces en mis labios en forma de poema. Por ello, a esta palabra nacida de la pena (soka), la llamé verso (sloka)”.
Así como la cuerda de una guitarra que, sin que nadie la toque, vibra al uni-sono: en el mismo tono que la cuerda de otra guitarra al ser tañida, así la voz del ave alcanzó al poeta, y su corazón vibró al unísono.
Algunas doctrinas del hinduismo conciben el principio original como vibración, y el universo de las diferencias como el resultado de la resonancia de esa vibración. El arjé como logos, sonido inicial, antes de las palabras, antes de los seres y sus diferencias. El verbum del inicio. El verbo es la palabra que puede ser conjugada. En un principio fue el verbo, y el verbo se conjugó, y se propagó. Los siglos de los siglos fueron la propagación del primer sonido.
El primer sonido fue un acto: el de respirar. Un respirar sin nadie que respirase. Un acto sin sujeto. Un aliento sonoro. Luego, el verbo se hizo carne: materia. Se hizo audible. Se “materializó”. El mundo: sonoridad vibrante. La materia: densidad del sonido: velocidad vibratoria.
En un principio fue el verbo y el verbo poetizó: la matriz del mundo es el hueco donde impacta el primer sonido y se gesta el primer poema: la primera construcción (poíesis), la primera articulación.
Sí... Puede que esto sea muy bonito. Pero no nos sirve. Ya no nos sirve porque sigue siendo metafísica y porque ahora las palabras son multitud. Los ecos están distorsionados. Los sonidos, como las emociones, se degradan imitándose unos a otros. El kitsch reina por doquier de tal modo que ya nos es difícil saber qué, de lo que sentimos y pensamos, qué es genuino o impostado, qué hemos aprendido y repetido, qué es emoción y qué lenguaje. Tal vez fuese preciso callar. No añadir más palabras a las ya expandidas.
O, tal vez, urdir otro inicio. Decir, por ejemplo:
En un principio era el Hambre. Y el Hambre creó a los seres para poder saciarse. Y el Hambre era la muerte para los seres. Inventaron remedios, buscaron curarse, pero el Hambre dijo “odiaos y luchad unos contra otros”, para poder saciarse. Y el Hambre introdujo el hambre en los seres, y los seres se mataban entre sí por causa del hambre. Y el hambre era la muerte para los seres.
No parece que quepa, hoy en día, otra poesía que la que diga el hambre. Y el terror. La desolación y la extrañeza. Que lo diga para que nos reconozcamos en ello. En comunidad. Con las cosas. En las cosas. Cosas también nosotros. La identidad colgándonos del hombro como una chaqueta raída.
Luego, como un personaje de Beckett, atender al balbuceo, como mucho.
Sobre todo, atender al silencio, ese silencio: la callada inocencia recobrada, antes del logos, el no saber cargado de compasión por los seres que viven con su hambre.
Nació en Bruselas en 1951. Vivió en Bélgica hasta cumplir los treces años. Adquirió la nacionalidad española en 1969. Doctora en Filosofía y especialista en Filosofías de la India, fue Profesora Titular de Filosofía en la Universidad de Málaga, donde promovió la enseñanza de las relaciones del pensamiento y de la artes en las distintas culturas. Ha sido colaboradora habitual del diario El País. Como poeta recibió el premio Nacional de Poesía por Matar a Platón, y el Premio de la Crítica por Hilos.
Es autora de numerosos libros de poemas, ensayos y una cuatrilogía de diarios: Filosofía en los días críticos (2001), Diarios indios (2005), Husos (2006) y Bélgica (2011). La baba del caracol (2014), La razón estética (2017), ¿Es posible un mundo sin violencia? (2018) son algunos de sus últimos ensayos. El volumen India (2014) reúne sus escritos sobre este continente. Entre sus poemarios destacan Hainuwele y otros poemas (2009), La herida en la lengua (2017), Cual menguando (2018) y Medea (2020). En La mujer de pie (2015) y La compasión difícil (2019) apuesta por una escritura híbrida. Matar a Platón se ha llevado a escena y representado en concierto en numerosas ciudades españolas.
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