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Enrique Sánchez Hernani (Perú)

Por: Enrique Sánchez Hernani

Antes que la caída nos humille


Sentado en este café en la mesa rezagada
que da al patio donde danzan en tímida concordia
las dóciles amapolas y las copas de jerez
estoy esperando la aparición de la peste
que se está llevando a mis amigos.
En esta pobre mesa
exhausta y con la superficie llena de huellas
de cuchilladas
pero sentado en una silla todavía intacta
mientras el café se entibia sin remedio
oigo apenas la última canción
de esa banda que alborotó mi juventud
echándole una corona de ajos a la pureza.
Mas ya nada importa tanto
pocas cosas suenan como antes
y yo tranquilamente espero.
Me saco los zapatos arrojo el paraguas
innecesario para la garúa de Lima
me ajusto los anteojos para ver mejor el futuro
y en total levedad
floto por encima de los demás parroquianos.
Compasivos ante mi inevitable destino
ellos me hacen adiós con sus dedos sucios
mueven levemente sus vasos
y me dan encargos para los parientes suyos
que volaron antes que yo.
Yo anoto todo en unos papeles verdes:
a la abuela María decirle que no se desabrigue
y que no pierda de vista el collar de perlas
que usó en su funeral
a la prima Martita pedirle que no olvide
los palillos para tejer bufandas
aunque debe tener algunos inconvenientes
para mover las manos como antes
al tío Eduardo apurarlo a que nos diga
cómo se arregla la escafandra que dejó en casa
ahora que seguro el oxígeno no le interesa tanto
al abuelo Pablo avisarle que su regimiento
por fin ganó la guerra y que él también
es un amado héroe que conocen hasta los niños.
Anoto todas estas y otras tantas
dulces nimiedades
mientras fumo y dejo una estela de humo
para que los amigos no me pierdan el rastro
pues algunos creen que estoy volviéndome invisible.
Sin embargo soy el parroquiano más importante
del café y todos me hacen venias
mientras esperan que me infle completamente
y parta de una vez por al arrugado crepé azul
del falso cielo
llevando los papelillos con los encargos
a las buenas ánimas del firmamento.
Ya oigo los aplausos ya siento
las palmadas en la espalda
todos me desean un buen viaje
y yo me dispongo a volar de una buena vez.
El café se enfría le doy un sorbo
y recién todo esto
me va poniendo sumamente tenso.

 

 

El amor y las matemáticas

 

Conocí una muchacha en un bar cuyo amor
más puro eran las matemáticas
pero cada vez que amanecía se le cruzaban
versos en medio de las ecuaciones
y cuando trataba de resolver un teorema
volaba de la página una metáfora de alas doradas.

Ese amor tan radical le producía dolores de cabeza
mas nunca pudo evitar soñar con Quevedo
cuando debía hacer una evocación de Euclides
y si lo que pretendía era añadir un número primo
a las cortinas que se le abrían por la mañana
lo que obtenía era un verso añadiendo luz
a las primeras horas de su infiel caminata.

Menudo trabajo el de su caligrafía:
una línea trazada sobre la hipotenusa siempre
daba en el centro del triángulo de su desconcierto
dejando caer pétalos carmesíes
entre los signos bien afinados de un verso alejandrino
y una conjetura de Pitágoras le valía lo mismo
que un ensayo de Octavio Paz sobre la revuelta
y hasta un cálculo logarítmico le era tan útil
como la medición de las sílabas en un cuarteto.

Esto la hacía beber sin tregua aunque con algo
de recortada tristeza.
“La vida no es una raíz cuadrada bien hecha
—me decía con su copa de vermut entre las manos—
si no la acompaña un soneto en endecasílabos”
y procedía a brindar mientras de su pecho
brotaban números decimales y también bellos fonemas.

Incapaz de resolver el misterio de su pasión cruzada
la acompañé a tomar su taxi mientras la noche
caía vertical e incomprensible como su problema
y cuando subió a un auto amarillo y muy intenso
me hizo adiós con la mano mientras de sus dedos
llovían números quebrados
y en mi corazón creció este poema sin polinomios
ni multiplicaciones ordenadas.

 


Proletarios del mundo: uníos todavía

                                Para Benjamín Sevilla
 

Cuando un obrero de Pakistán cose unas zapatillas
¿en qué piensa? ¿Se le llena la cabeza
de cordeles pegamentos bulbos de luz
o láminas de cuero sintético?
¿Tal vez cavila en la res adulterada
que sigue latiendo en la pradera
para dar su piel curtida
     humilde y resistente
como un modelo artificial para fabricar calzado?
¿Su respiración afecta la bolsa de valores?
¿O solo modifica el curso de los ríos
que continúan corriendo para lavar
la envoltura de estos vacunos falsificados?
¿Y dónde caben su mujer y sus hijos?
¿En un sobre de pago?
¿En la cuenta de la Seguridad Social
que le dará los fármacos cuando expulse
los pulmones por la boca?
Y después ¿podrá cantar nuevamente
este valeroso asalariado?
¿Verá en el cielo las castas aves del medio día
o solo yardas sin fin de zapatillas?
Lee a Marx camarada
que el viejo filósofo alemán aún no ha muerto
y sigue rezongando al leer el Wall Street Journal
en alguna taberna  muy cerca del fin del mundo.

 

 

Contemplación de los apetitos

 

Amo tu boca en la que se esconde el pez
que cogiste en el río
convenientemente aderezado
y con la pizca de azúcar
que tu lengua le pone encima.

Amo tus labios que se empapan
con el aliño de las ensaladas
por donde navegan pequeños pimientos
pero también algunas estrellas diminutas
y todo un cortejo de miel de tilo.

Amo tu lengua porque simplemente paladea
los arándanos y su avena
porque busca tenazmente las enzimas
con las que transforma las hortalizas
en una vida provechosa
así se cubra de relucientes lagos de saliva
pues creo que de esa manera luce excitante
para la portada de la revista aquella
donde muy pronto aparecerá
mostrando toda su carne esférica
y el esplendor de sus papilas.

Amo esos labios que descubren
tus dientes magníficos
incluso cuando me muerdes
aún cuando arrancas trozos de mí
para mejorar tu dieta.

Amo tu boca cuando pronuncia mi nombre
y lo convierte en un exótico menú
apetito carnal de las últimas horas del día
todo en ascuas todo con azufre todo a vapor
sin ninguna nube que enturbie
mi contemplación de la sangre que gotea
desde mi boca hacia la tuya.

Mas no tolero la sevicia con la que aceitas
mi turbio corazón cuando te apetece
lánguida deidad de la furia digestiva
pues insistes en usarme como un bocadillo
en los insípidos convites
donde haces rodar mantel abajo
a todos los seres sometidos a tu canibalismo.
 

 

Almanaque de suicidas

 

Cuando un tordo se elimina
volcando la corola de la flor
que sostenía en la garganta
y discretamente se evade de la fila
de los seres vivos
nos estrangula un poco a todos
con esa brutal ceremonia.

El ave nos compromete con su silencio
con su semblante adusto
con ese gesto inconforme de los que nunca
tocaron con las manos el firmamento
y nos arroja encima su falta de luz
causada por el revuelo de las cosas perdidas.

Con su mueca impronunciable y trágica
nos embarca unos metros
en el vagón sombrío que jala el propio estornino
hacia el despeñadero final
al que todos le tememos
nos mete un ala en el escote
y nos aprieta el grito que demora en salir
y también el último silencio.

El tordo nos compromete
a usar un traje negro para siempre
añadiéndonos a su oscuro linaje
nos unta la cara con su ceniza
y nos obliga a comer los despojos
de su postrera cena.

Y si el fenecido vertebrado decide cantar
desde su herida sanguinolenta
las tazas de café se quiebran
los relojes dan vuelta contra la corriente
y un tenso ulular se escapa
de lo profundo de la fractura
de los muros.

Nosotros —de esta manera
       empezamos también
a morir entre tímidos arpegios. 

Todo rueda entonces hacia las sombras
y con su aire fétido
nos dan una ojeada hasta los ángeles caídos.
El universo se contamina y hiede
y lentamente se descompone el día
dentro de las macetas
donde sin ningún remedio se marchitan
poco a poco las dulces petunias
que prestaban su tintura y aroma
a nuestros años bisiestos.

Cuando parte el tordo arrastrando tras de sí
los andamios de su pureza
baja el brillo de la luz austral aún al mediodía
se inclinan todos los fanales
y como una figurilla de ónix y basalto
se nos queda mirando
desde el hoyo más entrañable de la casa.

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Enrique Sánchez Hernani nació en Perú en 1953. Es poeta, ensayista, sociólogo, periodista y editor. Pertenece a la denominada Generación del 70. Fundó, junto a otros jóvenes poetas, el grupo La Sagrada Familia, en 1977. Ha publicado los libros de poemas: Por la bocacalle de la locura, 1978; Violencia de sol, 1980; Banda del sur, 1985; Altagracia, 1989; Pena capital, 1995; Música para ciegos, 2001; Vinilo42 poemas del rock’n roll, 2006; Quise decir adiós, 2011; Cuaderno extranjero, 2016; y la antología Catálogo del maestro de obras, 2017. Ha publicado además un libro con sus crónicas y perfiles literarios, La manía de escribir, 2017. Sus poemas han sido incluidos en diversas antologías nacionales e internacionales. Ha leído su poesía en múltiples eventos literarios y festivales de poesía en Perú y en el exterior.

 

Última actualización: 27/05/2023