Jona Burghardt (Argentina)
Por: Jona Burghardt
Una ciudad mujer
No son círculos sino simetrías:
Las ruinas de las antiguas raíces, donde
la arena se arremolina, sube,
trepa, trasciende, desafía los cielos,
su azul amarillea, sofoca,
encandila, fosforesce naranja,
enfurece en rojo, entristece morada,
y sostiene la deliberación en negro.
La noche al mediodía, prematura o tardía
para mi historia, tu historia, nuestra historia.
El cuerpo entre los ríos claudica,
se contrae, respira, solloza y resigna,
cierra los ojos y se entrega a la corriente
del raudal de los siglos, los milenios,
los cielos enfurecidos que no abarcan nada
y desarticulan el desmayo, el negro,
late en el violeta, trayecto de placenta deshecha,
se mezclan en rojo fresco, el cuerpo
recobra la luz del naranja, su incandescencia,
las leyes de la consciencia abren sus ojos,
ven rodillas, muslos y un vientre,
mi vientre, tu vientre, nuestro vientre,
raspado, sólo vanas simetrías circulares
de coágulos, hilos de sangre,
rutas que nacen al infinito,
rutas que conducen al aborto,
mis rutas, tus rutas, nuestras rutas,
y la mujer las recorre volviendo hacia la tarde
de una eterna respiración saqueada de norte.
Tantas muertes sin nombre, sin fecha,
como vidas atascadas en la espera
de voces, risas alrededor de una mesa,
mi mesa, tu mesa, nuestra mesa,
donde los hermanos despliegan el mantel limpio,
blanco como el último cuarto de luna,
hoz que cosecha el trigo para el pan,
mi pan, tu pan, nuestro pan,
que acompaña el pescado del río madrepadre
de la cena antes del mañana,
mi mañana, tu mañana, nuestro mañana.
Al Hila, mayo 2012
Adventencia de las gotas
Cuando el aire tensa su cuerda de asfixia
y el sudor de las nubes enturbia el precipicio,
llueve, llueve como siempre ha llovido
y alguien se sienta a la máquina de coser.
El tamboril reúne gotas y más gotas, tibias
lentejuelas embriagándose de puerta en puerta.
Cuando sol y relámpago comparan su luz,
la costurera calca el corte en papel de seda.
Nunca dejes caer un alfiler o una aguja al suelo
o remiendan los ruedos que abarcan el azar.
Hoy llueve, llueve como siempre ha llovido,
pero el agua reniega la caída en cascada,
esquiva el abismo en las baldosas del balcón.
Y de pronto, como una jabalina furiosa que
interrumpe el hilo de la modorra, salta la aguja
dormida en la ranura del piso a buscar el talón en vela.
Caen con vértigo por el abismo las estancadas gotas
como si alguien rasgara los lienzos de un sueño olvidado
librando cataratas de agujas y alfileres de grises fieltros
y llueve, llueve como siempre ha llovido.
Mucho más allá de las montañas
Mucho más allá de las montañas
y de la gran planicie del pasado,
se desploma el abismo del ahora
y más allá de ese límite, la vasta eternidad.
El camino se ciñe sinuoso hacia el mar,
desde el valle lejano a la planicie,
pareciendo perderse en saltos y meandros
hasta la piedra más extrema del acantilado.
Mirando hacia el valle, cada paso fue en línea recta,
girar el cuerpo y dar otro paso no significaría el salto,
sino el empalme del trayecto en la concavidad de la pupila
y el sol nace del olvido y se pone en el mar del recuerdo
Como de la nube, la gota.
Surge y aflora,
se desprende y despeña,
cae en escalofríos,
vendaval de vértigo,
flota en el aire
hasta rodar por la tersa
hoja de acacia,
entre ligereza y peso,
resbalar sin amparo,
suspender un instante
antes de oscilar
y sucumbir,
rebotar en una brizna,
balancear el deseo
de volver a lo redondo,
para luego
desplomarse en una piedra,
sangrar en codos,
rodillas y pómulos,
rodar cuesta abajo,
hacia el acantilado,
todo el precipicio
lleno de luz y mar.
Quiero estrellarme
en la arena y calar
entre los granos
de nácar y coral,
clavarme,
ramificarme, derivar
en mil raíces,
y perderme
en el fondo
de todo.
Mareas
Tendríamos que buscar otros marcos,
distintos a los cercos de lo soñado,
y entonces habría que desenmarcar lo dibujado,
dejar que el vacío figure la marea.
Pleamar de la nada y su perspectiva
en espacios plenos de cielo y esperar
una luz con otro fulgor en sus extremos,
un color con todas las voces de la piedra.
El tiempo tendría que amparar los relojes
hasta encontrar el clavo del antiguo marco,
la bajamar lo mantendría junto al umbral,
y tal vez entonces, al fin, se haría pie
en un fangoso fondo insondable.
Los marcos tendrían que enmarcar
sin los sueños encercados y hacer flotar
olvidos que alguno recuerda.
Lavando cansancios
El enemigo de la luz no es la sombra
ni tampoco la oscuridad,
son los puños en las cuevas
de los ojos cansados de mirar.
Salir a buscar agua al viejo pozo
donde el camino va a lavar la ropa
y la espuma del jabón duro
huele a rieles de trenes atrasados.
Sólo abrir las manos como tabla
de lavar rajada por la sequía
para ver los paisajes tendidos
de la soga tensa entre nunca y ayer.
Enredadera de luz.
Arreglando las lámparas de la escalera de la casa
todo se cae, se cae el destornillador, la tenaza
por la ley de la fuerza de gravedad
y a falta de orden o un ligamento.
Mientras que ni los tallos del lirio
ni los pesados huesos del hombre
se desploman por la fuerza de gravedad
y a falta de hilos para el titiritero.
Una maraña impalpable, la enredadera de luz
Realimenta filamentos viscosos, gelatinas escurridizas inagotablemente
como también se alimenta por innumerables raíces aéreas
configurando con humedad y sequía la desordenada trama,
una fina corteza o el cartílago que realiza cualquier equilibrio.
Jona Burghardt nació en Argentina en 1963. Es poeta y traductora de poesía del alemán y el español. Se trasladó a Europa a mediados de los años ochenta. Vive actualmente en Alemania, donde trabaja en una institución dedicada a la juventud. Responsable de una serie de literatura coreana en Edition Delta en Stuttgart, Alemania, es también coorganizadora, junto al poeta alemán Tobías Burghardt, del Festival Internacional de Poesía Al-Mutanabbi de Zúrich, donde además sirve como traductora e intérprete. Desde el año 2000 pertenece al consejo editorial de la revista de poesía ilustrada El Jabalí (Argentina). Ha dirigido talleres de traducción poética.