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Vania Vargas (Guatemala)

Por: Vania Vargas 

 

La luz que sale de la lámpara de mesa delinea
una diagonal de sombra sobre la cama

Camino hacia ella / me siento en la orilla
de espaldas a las fauces de una habitación nocturna
de frente a mi sombra que se proyecta / temible
sobre la pared / como un gigante abatido

Detrás de mí las cortinas se hinchan / se repliegan
delatan al cuarto como una bestia que respira / que está viva
y que brilla por dentro como si estuviera en llamas

En el espejo del fondo soy
un cuadro perdido de Edward Hopper

Desde esta distancia todas las cuencas se ven vacías
todos los rasgos son sobreexposición de luz o sombras
y una persona inmóvil / sola / podría ser cualquiera
o bien podría ser todas las personas del mundo

De lejos / la soledad es otra desnudez
otro estado primigenio / obsceno y sublime /
en el que pareciera que ya todo ha pasado
             que todo está por suceder
que la noche no mordiera / que fuera inofensiva

Desde esta distancia parece que estuviera a salvo

 

 

 

Es de noche / salgo a la calle
y la indigente que duerme
en la entrada del edificio
extiende su mano / me mira sonriente

¿Y tu hijo? / me pregunta
como si tuviera la capacidad
de ver lo que no existe

Yo sonrío / le doy una moneda
murió / le digo / como si habláramos de la rutina

Y ella se ríe con su sonrisa muerta
y clava su mirada en mi sombra pequeña
en mi puño siempre cerrado
como quien lanza / en un escupitajo /
lo que le quedaba de ternura
y nos dibuja una cruz invisible
con la moneda que acabo de entregarle
y tararea mientras sigo mi camino
con la conciencia de mi puño y de mi sombra
que juega con la luz / que por ratos se atrasa
se adelanta / me acompaña / me rodea

Es una muerte pequeñita
y en la medida que va creciendo
se parece más a mí

 

 

 

 

Finalmente llega el día en que uno abre los ojos y decide
que no va a dejarse dominar por la tristeza

Entonces con un esfuerzo imperceptible
que bien podría venir de la voluntad que se creía muerta
levanta la cara / se arregla el pelo / se mantiene erguido

Mira a los ojos de la gente / dice buenos días / cómo le va
logra responder / bien / con la voz serena

Escucha con atención / interactúa
como si le hubiera vuelto al cuerpo el soplo de humanidad perdida
y es hasta que retoma el silencio cuando logra sentir
cómo la tristeza / que no se ha ido
lo mantiene con suavidad sobre sus rodillas

Logra distinguir cómo es ella la que / apenas detrás
habla / con su voz / sin mover los labios
como un ventrílocuo perfecto

 

 

 

Los créditos de un Western italiano se deslizan pantalla arriba
mientras los pasos de mi padre se alejan despacio escaleras abajo

Detrás de la cortina hay un lluvioso domingo en la tarde
muy parecido a los de mi infancia
de no ser porque esta vez
no tuve que levantarme temprano
ponerme vestido / ir a la iglesia

Hoy soy la hija pródiga que celebra su regreso
momentáneo
recostada sobre el mismo sillón a la diestra de su padre
tratando de convencerlo de que no siempre ganan los buenos
mientras jugamos a sostenerle la mirada a Klaus Kinski
y me enseña sin decirlo que la fuerza consiste
en no turbarse en lo más espeso de las balas
porque existen en la vida cosas aún peores
como una mosca caminando por la cara de un cowboy
un hombre comiendo y hablando al mismo tiempo
o un bandido sucumbiendo ante los encantos de una puta

En domingos como este descubrí
que la frialdad es mi ficción favorita
aprendí a ser fuerte

Afuera llueve
la pantalla se queda en negro
el cuarto en silencio

           Stop

 

 

 

El día entero suda / la ciudad tiene fiebre

Enquistado en una de sus esquinas
uno se atormenta sin llegar a explotar

Este espacio está infectado de nosotros
somos una herida
de la que morirá todo lo que vemos
de aquí hasta el horizonte
porque lo que está a nuestras espaldas ya no existe

Entre el cielo y el óxido de los tejados
hay un espacio hecho para llenarlo
en silencio y con los ojos fijos

Bajo ese terreno irregular de láminas herrumbradas
se mueve un mundo subterráneo
se reproduce una especie
que lo invade todo
como enfermedad maligna

Tres millones de personas somos la esquizofrenia
de la ciudad que delira
el murmullo que no se detiene
pedazos de su piel
que se quedan tirados en las esquinas
restos que delatan su desintegración

La ciudad apenas se queja los domingos
delira como el más enfermo de los hombres
que se revuelve en el mismo lugar
y sueña
que apretamos el botón rojo del control
contra nuestra sien derecha

Tres millones de personas somos la pesadilla
el escozor  / el hormigueo que no la deja ponerse de pie
seguir caminando
conexiones que se saturan y se queman
raíces nerviosas que tiemblan un momento y se apagan

En nuestro fondo está lo más profundo de su mal

 

 

 

 

Hoy me senté a armar una brújula
y cuando me levanté
sólo señaló al camino de donde vengo

Miro hacia el frente
mido las posibilidades del punto más lejano
al que alcanza a ver mi ojo ciego
y empiezo a dibujar un nuevo mapa
para pegarlo en el techo
justo encima de la cama
y verlo por las noches
como las nuevas constelaciones
de otro mundo

No preguntés cuántos días ni cuántas horas
encierran los puntos y sus distancias
podría terminar todo hoy mismo y descubriríamos
que no llevaban a más ciudades
ni a encallar en otras espaldas
pero al verlo la gente pensaría que supe qué hice con mi vida
y no que soy la que camina lento por las calles
silbando una melodía que por ratos no sale
mientras toco el mañana con la punta de un bastón torcido
con los ojos hacia adentro
mirando solo el movimiento de lo que no ha muerto y cree
que va en camino a un lugar seguro
solo porque escucha el eco de mis pasos

Hablo de un pueblo fantasma que se formó
con lo que he imaginado a lo largo de los años
hijos / familias / casas / caminos
muros / altares / fortalezas
todo abandonado
por los que fueron y las que fui
personajes patéticos y tristes
que me culpan en silencio de su miseria

Hay noches en las que les aparezco en sueños
cuando duermen al calor del fuego
que encienden con los días
que los recién llegados dibujaron mal

Los miro largo rato
les hablo de la necesidad de mutar
aceptar el naufragio
para que muramos juntos de cualquier otra cosa
que no sea apagarse / arrepentirse
que explotemos con violencia
para probar la memoria de los escombros

Entonces nada se mueve
adentro se hace un silencio infinito
y pienso que hemos logrado ponernos de acuerdo
hasta que llega la mañana
y una vez más
me duele abrir los ojos

 


Vania Vargas nació en Guatemala en 1978. Es poeta, narradora, editora y periodista cultural independiente. Licenciada en Letras por la Universidad de San Carlos de Guatemala. Autora de los libros de poesía Cuentos infantiles, 2010; Quizá ese día tampoco sea hoy, 2010; Los habitantes del aire, 2014, Señas particulares y cicatrices, 2015; Relatos verticales, poemarios reunidos, 2016; y El Pensativo, 2019. En narrativa publicó Después del fin, 2016 y Cuarenta noches, 2018. Ha sido invitada a encuentros literarios en Guatemala, México, Panamá, Nicaragua, Estados Unidos y Dinamarca. Integra las antologías Microfé: poesía guatemalteca contemporánea, 2012; El futuro empezó ayer, apuesta por las nuevas escrituras de Guatemala, 2013 y Ni hermosa ni maldita, narrativa guatemalteca actual, 2012.

Última actualización: 27/09/2021