Ana María Rivas (El Salvador)
Por: Ana María Rivas
Mother
«Oh madre oscura, hiéreme
con diez cuchillos en el corazón».
Pablo Neruda
I
Madre: ¿has escuchado tu voz los últimos años?
¿sabes acaso que has perdido
tu nombre
tu edad
y tus sueños?
Te cambiaron los ojos por dardos
los dedos por gusanos
y los pies por estacas.
Te llamo madre porque no sé decirte de otro modo.
No puedo llamarte mujer ni anciana ni monstruo.
El café desborda en la cocina
y te has quedado dormida frente al tele.
Han pasado siglos
y tus huesos siguen habitando la sala,
la tierra en la boca, el veneno en tus párpados.
Madre, ¿dónde guardaste las píldoras del insomnio?
En estos días necesito
coserme los ojos y esperar la muerte.
II
Mi madre es un pez sin océano ni estanque,
ojos de ceniza en la habitación de mi memoria.
Ella soñó parir a muchos hombres
que postraban sus rodillas
adoraban su vientre.
Mi madre mató a sus hijos.
Y por cada uno se clavó una aguja:
Era tan grande su estirpe
que no fue más mujer sino acero
y entre carne y sangre
se volvió una espina.
Mi madre volcó su imperio de cruces en mi falda
impuso sus manos en los hijos que aún no tengo
y les dio veneno porque odia las ratas.
III
Madre, cántame una canción de cuna
donde quepan las distancias del mundo
y el rostro donde se queman los espejos,
cántame noches sin amanecer que me separen
de la fe de enterrar mis manos en los astros
Téjeme una mortaja por vestido
hazme trenzas en el cuello
y sujétame a las vigas,
méceme, seré tu péndulo
una muñeca amplia oscilando entre los muebles.
IV
Madre, olvidé decirte que nadie tiene una madre.
Cárcel
Una marea de hombres corre
con el viento de los campos.
Muerden, despedazan,
hacen de mí una piltrafa entre el fuego.
Caudal de huesos son ellos en mis manos
huesos que apuntan, señalan, golpean
martillos de calcio resonando en mis oídos
forman una hilera frente a mi
caen sus restos,
me acorralan, me amordazan.
Queman.
Al otro lado,
los ojos de la multitud me señalan
ríen a carcajadas, hunden
sus dedos lascivos en las rejas.
Esta cárcel circular que es el tiempo
ha hecho de mí un animal herido,
eterna, colgada del árbol de las sombras.
Todas las risas se repiten
Todos los tiempos,
los gestos
los rostros
Toda la sangre estancada entre mis manos.
Esta imagen sólo es el recuerdo:
La cárcel es este cuerpo en el que habito.
Una mujer
Cuántas veces huimos del mundo,
Cuanto tiempo nos quemaron las manos:
ejercimos largamente el oficio
de parir, hacer la cena, criar las bestias.
Nos confinaron a ser adorno,
en la sala de señores importantes.
Mordimos la lengua ante el insulto,
contuvimos el puño, ante el golpe.
Nos rendimos a limpiar los estantes más bajos,
Y les chupamos su maldad entre lágrimas.
Nos royeron el cuerpo,
nos dejaron desnudas,
en basureros, veredas y cañales.
Fuimos violadas todas.
Por el padre, por el hijo, por los hijos de sus hijos.
Y nadie dijo nunca nada.
En la hondura del silencio,
nos zurcimos las heridas.
Nuestro corazón era un remiendo
que se abría siempre,
una y otra vez.
En noches más oscuras nos quemaron las alas.
Coleccionábamos yerbas, hacíamos brebajes,
para curar a quienes fueron nuestros delatores.
Nos hallaron ejerciendo el amor entre el fuego,
alzamos la voz y nos creyeron dementes
Y por brujas y desviadas nos quemaron en la hoguera.
Eran todos varones, hijos legítimos de Dios.
Ceniza sobre más ceniza,
fuimos una con el soplo del viento.
Borraron nuestros nombres de las enciclopedias
ignoraron nuestros pasos en los periódicos importantes
guardaron nuestros restos en amplios cementerios
donde nunca hubo una tumba,
un nombre,
una mujer.
Un perro en el estante
Usted quiere una mujer con un perro en el estante.
Gesto amable,
palabra de miel
y manos ligeras.
Quiere un cuerpo dócil,
prudencia en el modo
y vestir de iglesia.
Yo sólo sé reír de sus hábitos
y fluir
en mi propio caudal de tiempo.
Sé ofrecerle este cuerpo húmedo
cuyo único fin es transitar por la tierra.
No sé conversar sobre apariencias:
Yo busco la semilla de la imagen
y la hago florecer entre mis manos.
Hablo de la niebla que apaga las ciudades,
del reloj atrapado en su silencio:
digo cuchillo en lugar de la palabra.
Hablo del día
que vuelve a su puerta
y me toca los ojos para que despierte.
Y yo soy ese cuerpo que se instala en sus pupilas
soy la herida que se abre en su garganta.
Usted quiere una mujer con un perro en el estante.
Una casa amplia
Y dos hijos,
para jugar en el jardín.
Yo no tengo jardín, ni perro.
Mi vientre es un valle estéril:
Aquí sólo sangrará la luna.
Yo me visto del fuego que profiere mi lengua,
me visto del tiempo que creo entre mis manos
Frente a usted, yo desnudo mis ojos.
II
Amanezco.
Limpio el polvo que dejaron los días.
Adivino que este tiempo estuve dormida:
cultivé una historia marchita desde su raíz.
Historia de la canción de fuego
I
Tú brotabas del aire como un espasmo entre las hojas
brotabas del silencio que origina los ciclones.
Pero tu cuerpo era una canción de fuego:
Ardías en los límites de la tempestad de mis manos.
No llamabas a un huésped del viento,
sino una amante que supiera de la espera,
de mirar por las ventanas y disecar las multitudes
de estrellas y de nombres que asomaban a buscarte
y guardar,
ramos de flores marchitas
para colgar sus cuerpos en la puerta de tus ojos.
II
Hay un cuerpo de metal bajo mi cuerpo
Tú lo forjaste en tu corazón incandescente
Aunque tu lengua era un eterno crepitar
tu corazón era hierro forjado de espinas.
Amabas las espadas nacientes de tus manos
y hundías sus filos en la soledad de mi cuerpo.
III
Un canto de hombre lunar
hace temblar los pilares del tiempo
su voz se multiplica y golpea
las paredes de mis manos de hierro.
Aunque tu origen
era el aire y la escarcha
tu vocación fue siempre el incendio:
peregrinar mujeres y volverlas ceniza.
Ahora encuentro tu epitafio en mis manos,
tu beso es, solamente un despojo,
porque el hierro de mi lengua se ha vuelto una guadaña
y mi voz sólo hiere el aire con tu nombre.
Cómplices
El templo está por arder:
nuestros labios se rozan y encendemos el fuego.
Y qué felices somos,
desnudas, frente al altar de la muerte.
Ven hermana, asómate al espejo:
contempla la belleza con que creció tu semilla
recorre los campos hacia el sur de tu cuerpo,
deslizaré mis dedos sobre tus montes.
Muerdo tu cuello y te escucho crepitar
lamo tus dedos que encontraron otro norte.
yo soy tu viña, tu sed y tu vino
y habré de derramarme en ti.
Cierra los ojos y siente,
cómo nos acercamos al eclipse.
Niña mía, muévete en mis manos,
haz que tu vientre florezca en mi lengua.
Oráculo
Dame unas alas de pájaro para el viaje
sujeta bien mis manos,
y lléname de cera.
No temas,
sé muy bien mi destino:
el sol derretirá mi vuelo
y yo caeré incendiada sobre el mar.
Ana María Rivas nació en Santa Tecla, El Salvador, el 18 de junio de 1995. Formó parte de la extinta Escuela de Jóvenes Talentos en Letras patrocinada por la Universidad Dr. José Matías Delgado. Fue miembro del Taller Literario Altazor y de otros talleres de poesía en los últimos años. En 2016, recibió el primer premio en la categoría de poesía en el concurso “La Flauta de los Pétalos”, certamen de literatura hecha por mujeres, a cargo de la Universidad de El Salvador y el Centro de Estudios de Género. Parte de su producción figura en la compilación literaria “Sextante”, en el área narrativa. Sus poemas han sido publicados en “Torre de Babel Volumen XV, Antología de la poesía joven de antaño”, “Las muchachas de la última fila”, antología de poetas salvadoreñas, en la revista “Cultura N°121”, de la DPI entre otras revistas virtuales. Egresada de la Licenciatura en Artes Plásticas de la Universidad de El Salvador.
Links a Ana María Rivas:
-Voces de la poesía salvadoreña. Ana María Rivas Planetmusicradio.com
-Poemas de Ana María Rivas en Literariedad:
Publicado el 12.03.2021