Manuel Bolom Pale (maya-tsotsil, México)
Por: Manuel Bolom Pale
Desde mi celda
La libertad,
si fuera un eco,
se repetiría seguramente
en el gorjeo de los pájaros.
No existe mayor comparación.
Desde mi celda oigo
como el viento es áspero
si trae los resquicios de las hojas.
Si es verde, el monte ha mejorado
en su postura de jazmín
la oscuridad no solo se conoce
al filo de la oscuridad.
No es cerrar los ojos
ni caminar la noche.
La oscuridad total,
la más cegadora,
es la que más se ve.
Un hombre puede hablar
sin saber cuál es el cuerpo.
En las paredes de mi celda,
que parecen acercarse
a mi cada día,
he querido decir mi nombre
y se ha agrietado el eco.
Los ancestros han puesto en mi celda
un pedazo de esperanza.
Oración del carcelero
Madre,
protégeme del aullido de la noche,
de la oscuridad:
Cucaracha que circula entre mis huesos.
Miro a los ojos la lobreguez y veo mis ojos negros,
solo, unido por el frío que apenas roza la envoltura del espíritu
eterna pausa, tiempo que nada sabe ni quiere, pero dura como la piedra,
solo, y amando sobre el lecho de la pausa, como se aman los muertos.
Aquí, en la falda de las alturas, ante la muerte
y la boca del tiempo,
junto a huertos de sueños arrancadas,
hacemos lo que hacen los prisioneros,
lo que hacen los desempleados:
alimentamos la esperanza.
Un país preparado para el alba.
Nuestra obsesión por la acumulación
nos ha enloquecido:
no hay noche en nuestra noche
que desnudando la carne del harapo;
el enemigo vigila,
el enemigo nos alumbra
desde la bóveda oscura.
Este espacio durará
hasta que confesemos lo que no hemos hecho.
Qué larga es la ribera de la noche,
qué larga es.
No hay estrellas en el matorral de los recuerdos,
tan oscuro ya ni la luna puede verme
en este encierro, la vida se torna tiempo:
memoria del principio,
olvido del final.
La vida,
la vida,
la vida aquí se pregunta:
¿Cómo resucitarla?
Él dice al borde de la muerte:
No me queda un rincón que perder,
libre soy a un palmo de mi libertad,
el mañana al alcance de mi mano...
Pronto, me adentraré en mi vida,
naceré libre, sin origen
y tomaré por nombre la oscuridad...
Aquí, en los altos del muro,
en la escalera sin fondo,
no hay tiempo para el tiempo,
hacemos lo que hace quien se eleva hacia Dios:
olvidamos el dolor. El dolor:
que se adhiere entero con los puños cerrados
con los ojos cerrados,
con las lenguas erradas.
Van a mecerme
la soledad de esta noche
desde el silencio de mi garganta.
La policía calcula la distancia entre el ser
y la nada
con los puños.
Calculamos la distancia
entre el propio cuerpo y los golpes...
con un sexto sentido.
La única que queda en estas cuatro paredes
es la memoria.
Traer la infancia en esta noche que ha vuelto a llover.
ha vuelto a llover esta noche un agua persistente y vastísima
los cúmulos de dolor
que gimen con su nocturna carga de barros y vegetales
en cada resquicio de mi hueso.
La lluvia sobre el cemento
canta su presencia y me acerca del sueño
hasta dejarme en un crecer de las aguas de alivio,
en la noche fresquísima que chorrea
por entre la bóveda de los recuerdos
y escurre por las venas aprisionadas.
Todo irá desvaneciéndose en el olvido,
el manar rojiza de la savia
por la herida corteza de mi cuerpo,
será asunto más memorable que el dolor.
Gilberto[1]
Se echó al monte como un conejo,
ya no como hombre.
Vas a ver que cuando Gilberto caminaba,
primero era aire, después era pájaro,
después sombra de su sombra en él.
Acurrucado en brazos de la madre de los tiempos,
es un gorrión temeroso
del infierno de la tierra: papá, protégeme decía su niña,
que salgo volando, y mis alas son
demasiado pequeñas para el viento… y está todo turbio.
Gilberto,
quiere volver a casa, no tiene
las llaves, tampoco un papel que diga que es su casa.
Quiere irse a tapiscar su milpa
con la ayuda de su mujer: llévame
a casa, papá decía su hija, que quiero correr en la milpa
y desgranar los recuerdos uno a uno…
en el río, bajo la gran ceiba…
Que no se muera todo, que no se muera…
Gilberto,
se enfrenta a un ejército, sin piedras ni
palos, no escribe en los árboles: «vida»
–aún no tiene vida
que defender, ni un horizonte para su niña.
En su casa nace eternamente
su nombre muerto.
¿Cuántas veces renacerá, criatura
sin tierra… sin tiempo para la espiga de su memoria?
¿Dónde soñará si se queda dormido…
si la tierra es dolor… y casa?
Gilberto,
ve su muerte lento y necesario, pero su hija
se acuerda de un pájaro que vio antes de ayer,
una gran pájaro negro se abalanza
como si le tuviera odio
al pequeño pájaro.
Y se echa a llorar
y la ven sus compañeros morir.
Gilberto,
ángel pobre a ocho metros de distancia del fusil
de un soldado de sangre fría. Cae
como la mañana,
como un grano de maíz,
su asesino debería haberlo pensado
dos veces: le voy a dejar hasta que sepa deletrear
esa palabra v-i-d-a.
Gilberto,
duerme
en el regazo de la madre tierra
como un pequeño grano de maíz rojo.
Gilberto,
Tu ch’ulel, el cargador de tu espíritu
que suba ya
a los trece peldaños del universo
como un pequeño dios.
[1] Por defender su tierra, una bala penetró en su ojo derecho causándole la muerte inmediata, siendo su esposa e hijos testigos de la ejecución. El Ejército no permitieron separar a la niña que llevaba en la espalda del cadáver de su padre durante varias horas después de asesinado.
Celda 18
Va creciendo los nervios en las paredes de la celda,
se escucha enraizarse las diarias arrojadas extremidades
como lianas era en otro tiempo verde
y el cielo
un bosque azul, amor mío,
¿quién lo ha cambiado esta noche?
Y me parece que he tenido siempre
a la memoria esta pared.
Nada he traído a la fuerza; todo
fácil se vino a mí, como una herencia de niño.
Se vino pegado la canción de las madres en la revuelta
de la carretera.
Mi corazón era en otro tiempo un pájaro azul
en el nido de mi amor
y tus palabras eran, en mi mano, amor, jícara de palabras,
¿quién los ha matado esta noche?
No entiendo nada, amor mío.
Han detenido las madres que cantan en medio
de la carretera.
Están como antes, todas las oraciones vespertinas
en su corazón y la escucho en la pared.
Te doy todo, seré para ti sombra y luz
te daré la palabra en capullo y lo que quieras de mi cuerpo,
un pequeño jardín de pájaros,
y me encaminaré hacia ti como todas las noches,
entraré por la ventana, en sueños, y te lanzaré un corazón sangrante.
No me riñas, tardaré poco, porque estoy detenido en cuatro paredes.
El jardín de pájaros estaba siempre cantando, amor mío.
Cincuenta golpes, al nacer el sol,
para expulsar mi palabra.
Cincuenta golpes, amor mío, no me riñas.
Sé que cuando muere un hombre
envejecen de golpe las palabras.
Tiempo de desgracia
Un domingo se posó una lechuza
sobre la rama de un árbol de tizne,
frente a la casa de mi abuela.
Ella sostenía que hay un clima de miedo en la región.
En pleno día, mataron al comisariado
de la comunidad colindante.
Su mujer lloró postrada a lado de él
y sus hijos corrían como aire
cruzando montes.
El asesinato al grito de “despojo”
le dispararon 5 balazos, después huyeron
en una camioneta negra rumbo a la ciudad.
Dicen que lo mataron por no dejarse sobornar
y porque le gustaba las cosas derechas.
Lo mataron a traición, porque de enfrente
el comisariado hacía temblar hasta los árboles.
Condenado a morir
No tengo cosas que me posean.
He escrito mi testamento con mi sangre:
—¡Confían en mi palabra, moradores de mi cuerpo!—
He dormido ensangrentado y coronado con mi mañana...
He soñado que el corazón de la tierra era mayor que
sus venas
y más claro que sus ríos y mi castigo.
He creído que una neblina me
lame lentamente,
como si yo fuera un Chipe con el viento por alas.
Y al alba, un hombre grita.
Me despierta de mi sueño y de mi lenguaje:
Vivirás en otro cadáver.
Modifica tu último testamento.
Se ha retrasado la fecha de tu muerte.
¿Hasta cuándo?, pregunto.
Esperaré a que muera más.
No tengo cosas que me posean, respondo,
he escrito mi testamento con mi sangre:
—¡Confían en la palabra,
moradores de mi cuerpo!—
Y yo, aunque fuera el último,
encontraría las palabras suficientes...
Cada poema es un cuadro.
Pintaré ahora para las golondrinas
el mapa de la primavera,
para los que pasan por el campo, el mangostán
y para las mujeres el ámbar...
El camino me llevará
y yo le llevaré a hombros
hasta que las cosas recobren su imagen
verdadera,
luego oiré lo real:
Cada poema es una madre
que busca a su hijo en la noche,
cerca del rio sagrado.
Cada poema es un sueño.
He soñado que soñaba.
Me llevará y le llevaré
hasta que escriba la última línea
en la piedra de la tumba:
—Me he dormido para renacer,
mantengan una luz encendida, que siempre voy a volver—.
Y llevaré sus palabras a nuestros ancestros
para que sueñen como los demás
desde lo alto de la montaña hasta el ojo del agua.
¿Hasta cuándo?
Contempla tus días en la soledad
y observa el paso de las hormigas:
si pudiera, pausaría su sonido
para aplazar la maduración del maíz.
Él sale de sí mismo agotado, impaciente.
El tiempo de la espiga ha llegado.
Las espigas son pesadas, las segaderas oxidadas
y el país
se aleja ahora de la tranquilidad pretendida.
El verano en el sur me habla de
mis sembradíos en mi tierra.
El verano de mi tierra me habla
del más allá de la naturaleza,
pero mi camino hacia la deidad comienza
desde un camino en el Sur...
¿Me hablas, padre?
- Ellos han puesto la palabra hasta
que mueras y dejes esta tierra, hijo.
- ¿y por qué tanta partícula de odio
macerado en sus corazones, padre?
- Y se ha muerto todo.
- ¿Cuántas veces morirá lo nuestro, padre?
- Ya se ha muerto. Han cumplido con su juramento:
Han disparado con fusiles a los pueblos que los consideran enemigos.
Han puesto a nuestros corazones amorosos a bombear una fibra de odio, hijo.
- ¿Pero entonces, padre, nos quedaremos aquí a ver
como el fuego quemándonos por dentro
como un cuchillo letal que suplica nuestras viseras,
bajo la ceiba del viento,
entre las montañas y los caminos?
- Hijo mío, todo aquí
se parecerá a algo de allí.
Imposible aferrarse al aire
todos tenemos algo que decir a los demás
y nos callamos por las noches,
y la estrella eterna de lo parecido
nos consumirá.
- Padre, aligérame del peso de tus palabras.
- He dejado las puertas abiertas al arrullo
de los pájaros,
he dejado mi rostro en el ojo del agua,
he dejado a las palabras charlando a su antojo,
sentadas en nuestras mecedoras,
he dejado a la oscuridad en su penumbra,
envuelta en huipil de mi esperanza,
he dejado al sueño engendrando al sueño
y he dejado a la paz sola,
allí en el polvo...
- ¿Estabas soñando en mi vigilia, padre?
- Levántate, recoge tu cuerpo. Volveremos, hijo mío.
Manuel Bolom Pale nació en Jocosic Huixtán, Chiapas, México. el 22 de julio de 1969. Originario de la nación maya-tsotsil. Es poeta, docente, traductor, ensayista, filósofo, gestor cultural y psicólogo social. En 2004, obtuvo el Premio en narrativa Y el bolom dice…; en 2005, el Premio de ensayo indígena Pueblos y palabras; en 2008, el Premio de Poesía indígena Pat O’tan; en 2016 el Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Mexicanas, y ese mismo año el Premio al Arte Indígena de Chiapas. Coautor de los libros de poesía: El enemigo de la semilla, 2004; Hay que llorarla para que brote su canto, 2009; Conjuros, 2011; Silencio sin fronteras, 2011; y ¿Quién habita esta montaña?, 2014. Otros libros de poesía: Svaech mutetik/Sueños de pájaro, 2015; y Skinal xikitin: k’opojel yu’un nupunel/ Fiesta de la chicharra: un discurso ceremonial para matrimonio, 2018.
Autor de los ensayos: La perdida de rol y estatus del anciano indígena, 2012; Belleza indígena, 2012; Los intelectuales indígenas, 2012; Vocabulario de la lengua tsotsil, 2013; Saberes y conocimientos tsotsiles en la educación intercultural, 2014; Huellas del tiempo: la colonización y pueblos indígenas, 2014. Publicó también: K’anel, funciones y representaciones sociales en Huixtán, 2010; y Chanubtasel-p’ijubtasel, Reflexiones filosóficas de los pueblos originarios, 2019. Pertenece al cuerpo académico de Género e Interculturalidad, a la Red de Etnoecologia y Patrimonio Biocultural, del Consejo Nacional de Ciencias y Tecnología de México. Miembro de la Red América Latina, Europa, Caribe (ALEC), y de la Asociación Filosófica de México A.C. Es becario del Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA).
Publicado el 11.04.2021