Anne Casey, Australia
Por:
Anne Casey
Traductor:
G. Leogena para Prometeo
Singularidad
Al mirar atrás a través de esa devastación magnífica
a este globo azul y endiablado, un domo sostenido en la luz,
el otro nublado por la sombra de donde te paraste;
inmerso como estabas en partículas de luz
de estrellas muertas hace mucho, ¿te asombraste
en nuestro viaje, al parecer eterno,
en ciclo tras ciclo desde la luz
a la oscuridad a la luz? Reflexionando sobre la Tierra:
viendo la “casa” por primera vez en esa vasta
perspectiva a la vez nítida y espectral; esta belleza silenciada
girando lentamente sobre su propia verdad desolada:
la enormidad de su reto persistente—
de encontrar de alguna manera nuestra humanidad alineada
—un alineamiento planetario singular
tan sutilmente evasivo como un
reflejo perfecto de la superficie.
Tan grande y tan mal logrado.
Tan necesario como la luz
que nos alimenta, tan desesperada
por repelar la oscuridad, una vez tras
otra separarnos y rompernos
desde el espectro de alguna realidad alternativa,
el tiempo doblado sobre sí mismo, suspendiéndonos en
otra verdad perpetua y virtual
y los espantos flotantes de
lo que pudo haber sido.
La BBC reporta
por primera vez
en la historia, materiales
hechos por el hombre pesan más
que toda la vida en la Tierra.
Yo soy hija del viento y la lluvia,
la piedra y el pantano, limo estratificado deslizándose
lentamente en el mar implacable
hace demasiado tiempo alejada de los elementos
que me formaron—demasiado lejos
de mi playa infantil—estos huesos
laten para volver a casa, para
alejarse de décadas
de estos riscos insaciables
de vidrio deslumbrador y
concreto aplastador—
pisos y paredes
consumiendo todo
lo salvaje que
alguna vez nos hizo.
La lluvia aquí habla
el mismo idioma
que el mío
aunque cae
sobre terreno
absolutamente
ajeno.
Hemos perdido el sendero
de escuchar
sus palabras.
Donde lloran las gaviotas
Te podría contar cómo toda la tierra parece terminar
en este sitio solo donde la tierra cae
de manera limpia a un tumulto estruendoso—
el rugido incesante de milenios furiosos chocándose
cobalto con escarcha contra tres millones de años
de terquedad de limolita bituminosa vertical,
superpuesta con una violencia verdosa
inconcebible antes de ser vista, donde el cielo se raja
abierto arriba—destilando carbón caliginoso entregado
a la inevitabilidad de iridiscencia, derramando
fragmentos, punzando neblina a fuego lento, llena de llovizna,
todo iluminado desde adentro con una luminosidad de otro mundo
aproximando divinidad, una escena tan nítida y sin embargo etérea,
surreal, impresa en una parte del ser adentro, pero que aparte
podría explotar desde este traje de huesos pulsante, este
manto de carne del mundo de sombras en el acto puro
de revivir esa reminiscencia. Te podría contar
todo eso o podría decir cuánto esta alma
exiliada añora su hogar.
Sueños translucidos
i:
Ser tan completa como la mayor parte de tu ser
compuesta.
Confiar sin saber cuándo aferrarte
cómo soltar te.
Tener la habilidad de resistir la gravedad
en estados fuera de quo.
Ser divisible por luz
una porción visible a dos invisibles.
ii:
Más de dos tercios de ti
ya sabe el camino.
Has existido la mayor parte fuera
del tiempo—
cuerpo a cuerpo: sin cuerpo,
elevándote desde el polvo dentro de la tierra,
desde tierra a raíz a tallo
a hoja: rehaciendo la luz para alimentarte.
iii:
Cargar, bautizar, florecer para albergar
nueva vida,
para darse cuenta
que estamos hechos de pedazos de los demás—
congelados fuera del tiempo, a través del espacio—
la mayor parte de nosotros
ha mirado más allá de todo lo que se sabe
más lejos que los mismos cielos.
Trampas nocturnas
A los doce años, él ya está muy viejo para creer
en monstruos pienso yo mientras nos juntamos,
un enjambre de rostros de colores girando
desde su lámpara de nochero, medusas
ondulando en la oscuridad acuosa, miedo nublando
su brillo ordinario y mi corazón
un colibrí atascado: la pregunta
sin respuesta, mi muchacho de ojos luminosos revolotea por ahí
siempre en la oscuridad—apagado frente
a su asombro diurno: su afán para saludar
la lagartija cola-de-hoja (residente de hace mucho tiempo detrás
de nuestro sofá externo) que hace poco había producido una réplica pequeña,
un pavo silvestre atraviesa la cuerda floja
de la extensión de la cerca, zarigüeyas ojiabiertas
titilan desde las ramas oscuras mientras su hermano adolescente
pasa maldiciendo a recoger basura y a practicar su cinismo
No le veo el sentido, mi profe dice no
lo reciclan de todas maneras… la confianza se deshace como polvo
de tantas pieles de chicharras arrancadas con tanto entusiasmo
desde casuarinas cercanas: centinelas espectrales
esos exoesqueletos gemelos dejados para ver el desvanecimiento
Por favor no arrasen con esto ruegos que caen
sobre oídos sordos—todo un bosque que nadie escucha
destinado a ser llevado en camiones trituradores
bajo las órdenes de nuestro vecino, el Ministro de Estado,
que visitó su colegio para darle la mano a todos
antes de sacrificar nuestros matorrales esenciales—
donde alguna vez brincaba atado a mi corazón,
zureaba mientras evadíamos una tropa
de cacatúas negras que pasaban abalanzándose,
dio los primeros pasos para contar los dragones de agua,
corrió siguiendo el evasivo canguro de las rocas,
se afanó para perseguir polillas
tigre blanco: se detenía para inspeccionar excrementos
de peramélido (con un palo); masticado la cacatúa galah albina
anomalía anémica entre su manada rosada—todos cancelados
para hacer una nueva autopista
can su proviso clandestino: una clausula
de transporte público prohibido—endulzante artificial
de comerciantes tras-escena, mientras que a nuestro alrededor
parece que todo el mundo está en llamas o se está ahogando
mientras nos agitamos contra proyectos de gobierno que aseguran
la destrucción de la estructura viva más grande de la Tierra—
donde de tres salió caminando, perdido en su asombro
y cada año desde entonces, hemos gorjeado juntos
por cardúmenes de mariposas, esquivando tiburones de arrecife
ojibrotados, lanzándose hacia peces loros que se alejan,
a través de gafas nubladas maravillados con almejas gigantes y coral
cerebro donde nadábamos hombro a hombro
con una tortuga antigua, antes de
burbujear de nuevo a la superficie como
su pregunta sin respuesta:
¿Dónde irán Mamá, cuando
todos los árboles se han ido? ¿Y el arrecife?
Miles de alas minúsculas
se saltan un latido mientras me agacho
a besar su mejilla abollonada
queriendo tanto mentirle
decir que los monstruos que arañan
sus ventanas no son reales.
Anne Casey es una poeta y escritora irlandesa residenciada en Australia, autora de cuatro libros de poesía aclamados por la crítica. Periodista, editora de revistas, y directora de comunicaciones de medios durante 30 años, su trabajo aparece en el diario nacional más destacado y leído, The Irish Times, y es ampliamente publicado y antologado a nivel internacional. Anne ha ganado premios literarios en Irlanda, Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Hong Kong y Australia, y más recientemente el American Writers Review 2021 y el Premio de Literatura iWoman Global 2021. Recibió una beca del gobierno australiano para su doctorado en escritura creativa en la Universidad de la Tecnología de Sydney.
Incluida en The Irish Poetry Reading Archive (Biblioteca James Joyce, University College Dublin), The Irish Times, The Canberra Times, Beltway Poetry Quarterly , The Atlanta Review, American Writers Review, Tahoma Literary Review, Australian Poetry Anthology, Griffith Review, Entropy y The Murmur House, entre otras publicaciones.
Editora de poesía de las revistas literarias Other Terrain y Backstory (Universidad de Swinburne, Melbourne) de 2017 a 2020, Anne ha formado parte de numerosas juntas asesoras literarias y ha sido vicepresidenta de la junta de Voces por las Mujeres, un colectivo artístico de mujeres. Es oradora internacional, editora invitada habitual de revistas literarias y confundadora de Prankqueans, un grupo de actuación artística de mujeres irlandesas y australianas que ha sido reconocida dos veces en el Parlamento de Nueva Gales del Sur por su trabajo cultural en Australia.
Publicado el 20.05.2022