Paz mundial, Paz con la naturaleza
Por: Celia A. Sorhaindo
He estado luchando para escribir este ensayo. Sentándome cada día a enfrentar el documento en blanco. No soy escritora de ensayos y ya se han compartido tantas palabras sabias y maravillosas en el sitio web del Festival Internacional de Poesía de Medellín. La poesía es mi forma literaria preferida en tiempos como éste, cuando no tengo palabras; cuando tengo muchas preguntas y ninguna respuesta; cuando tengo que reflexionar acerca de mis pensamientos. Desde hace algún tiempo, el mundo se ha sentido increíblemente fracturado e inestable, precario y divisorio. Se ve que estamos divididos de muchas maneras diferentes y en muchos niveles distintos. He estado pensando mucho en si existe, en efecto, una falla fatal que atraviesa a los seres humanos. En cuanto sentimos cierto orden o equilibrio en nuestras vidas, o en el mundo, las cosas parecen desmoronarse de nuevo, normalmente por algo que hemos hecho para precipitar este desequilibrio. ¿Siempre ha sido así? ¿Siempre será así? ¿Es la vida, el vivir, sólo un proceso entrópico cíclico natural de constante caos y luego orden, una y otra vez? División y dualidad parecen estar en la raíz de nuestro propio ser: la palabra individuo contiene división y dualidad, aunque su etimología signifique indivisible; y poco después de la concepción, el óvulo fecundado sólo permanece como célula única durante un día más o menos, antes de empezar a dividirse. Sigo mirando la palabra paz (peace) y pienso que si la dijera en voz alta, sonaría igual que pieza. No sé hasta qué punto este juego sonoro de las palabras inglesas peace y piece se traducirá al español, pero supongo que esta extraña cualidad del lenguaje y las palabras existe en todos los idiomas. La complejidad de las palabras: cómo pueden usarse para comunicarnos eficazmente con los demás, pero también a menudo confunden; cómo las palabras pueden unirnos o mantenernos divididos. Quizá esta observación del sonido de las palabras me esté diciendo que mi ensayo sobre la paz tiene que empezar con una pieza. Y quizás las primeras piezas con las que tengo que empezar son las fracturas y divisiones creadas y existentes dentro de mí misma, dentro de nosotros mismos. ¿Quién no está herido y necesita sanar? ¿Quién no ha estado en uno o en ambos extremos del desamor, herido?
Cuando tenía 8 años, en 1976, mi familia y yo emigramos de nuestra isla caribeña, Dominica, a menudo llamada La Isla de la Naturaleza, a un pequeño pueblo en Inglaterra. Fue un enorme choque cultural, ambiental y climático, del que sólo recientemente he tomado plena conciencia. Pasé del calor al frío en varios niveles; de la comodidad de la comunidad, la familiaridad y el sol, al racismo, la falta de pertenencia y la nieve, y la ingenua de entonces no tenía ni idea de muchas cosas. Pero ya era una lectora ávida, y más que nunca el mundo de los libros se convirtió en un sitio seguro donde refugiarme. Uno de los libros que estudiamos en el colegio fue Howards End, del escritor de ficción inglés E.M. Forster, y por alguna razón, la siguiente cita resonó profundamente y se ha quedado conmigo hasta el día de hoy, como unas significativas palabras de sabiduría.
"¡Sólo conecta! Ese era todo su sermón. Sólo conecta prosa y pasión, y ambas se exaltarán, y el amor humano se verá en su apogeo. No vivas más en fragmentos. Sólo conecta, y la bestia y el monje, despojados de la separación que es la vida para cualquiera de ellos, morirán".
Estas palabras no sólo hablan de la importancia de la conexión humana; de conectarse con los otros con compasión, comprensión y empatía, con amor, sino que quizás antes de poder lograrlo adecuadamente, primero tenemos que enfrentarnos con valentía, reconocer y conectar los elementos opuestos dentro de nosotros mismos; nuestras bestias y monjes interiores; nuestra prosa y pasión. Más recientemente he estado leyendo algunos escritos del psicoanalista suizo Carl Gustav Jung. Sus puntos de vista sobre la importancia de la “integración de la sombra”; traer las partes ocultas, reprimidas o negadas del Yo a la conciencia; parecen decir algo similar a aquellas palabras de E.M. Forster. Además, las recientes teorías de la física cuántica parecen estar acercando la ciencia y la espiritualidad, y quizá un día las enseñanzas de los líderes espirituales, gurús, chamanes, ancianos indígenas, la de nuestros sabios y sabias a lo largo de la historia, de que todo está conectado, de que todos estamos conectados -todos vinculados- será probado por la ciencia.
Hace unos días, un amigo me envió un video de YouTube, con un discurso pronunciado por el jefe nativo americano Oren Lyons, en 2007. El jefe Lyons hablaba del Gran Pacificador, un antepasado que había enseñado los principios para la paz de la nación a los jefes de la época, hace cientos de años; principios como la justicia, la equidad, la imparcialidad, la unidad, la humanidad y la responsabilidad. También habló de la ley de la naturaleza; una ley más allá de nosotros que no tenía piedad alguna; una ley que había que acatar o sufrir las consecuencias. Dijo que era “hora de despertar a todo el mundo”. Ahora vivo en mi país, Dominica, y en 2017, 10 años después de este discurso, experimentamos esa inflexible “ley de la naturaleza”. Dominica, y otras islas de la región, fueron golpeadas por un devastador huracán categoría 5. El huracán María fue el más fuerte registrado en tocar tierra en Dominica y los expertos en medio ambiente lo consideraron como otro llamado de atención del cambio climático; un llamado contra el que las pequeñas naciones insulares en desarrollo como la nuestra, están en gran medida indefensas. La vida después del huracán fue increíblemente difícil y complicada; una época de dualidad y extremos opuestos de experiencia y emociones. Vimos lo mejor y lo peor de la naturaleza y de la naturaleza humana. Mi libro de poesía, Guabancex, nació de los escombros del huracán María. Llamado así en homenaje a la memoria de los pueblos indígenas del Caribe (Dominica sigue siendo orgullosamente el hogar de nuestro pueblo indígena Kalinago), Guabancex era el nombre que el pueblo taíno daba a su entidad espiritual femenina suprema, asociada a todas las fuerzas naturales destructivas y que significa “aquella cuya furia lo destruye todo”. Pero además del lado destructivo de Guabancex, también se le consideraba la diosa de la transformación, la supervivencia, la renovación y el renacimiento.
Escribir poesía, una vez que las cosas volvieron a tener cierta apariencia de “normalidad”, me ayudó a hacer las paces con diversos aspectos de la “Naturaleza” que observaba en mí y en los demás; la compleja mezcla de sombra y luz; lo destructivo y lo constructivo; los elementos Yin y Yang de los entornos humanos y no humanos, internos y externos. La poesía me permitió una comprensión y una aceptación más profundas, aunque no completas, de la sorpresa aún presente dentro de la calamidad de lo que habíamos sobrevivido -lo que seguimos sobreviviendo como individuos y “pueblos” colectivos a lo largo de la historia ancestral.
La paz mundial total parece un reto abrumador e increíblemente desalentador que abordar, y el concepto de paz con la naturaleza podría interpretarse como que nos vemos separados de la naturaleza en primer lugar. Pero quizá la paz, el equilibrio, la quietud -la gracia- sean nuestros estados originales del ser; nuestro recurso de razón; nuestro vientre original, nuestro corazón, nuestro hogar, del que todos nos separamos o escindimos, y por el que estamos tratando de probar y seguir nuestro camino de vuelta, y al que podemos llegar en algún punto de inflexión en el tiempo. Y quizá un punto de partida podría ser, en primer lugar, lidiar con los fragmentos de nuestro yo, para hacer las paces con nosotros mismos. Al igual que la división de las células acaba por dar lugar a la formación milagrosa de una vida humana única, quizá la reunión de nuestras piezas, la curación de nuestros traumas, nuestras heridas, nuestros agujeros y fracturas, el equilibrio de nuestros propios opuestos internos, pueda conducir a un nacimiento en la plenitud y la paz para, y con, nuestros seres divididos. Y quién sabe qué acto revolucionario podría ser hacia la Paz Mundial y la Paz dentro de la Naturaleza de la que ya somos parte intrínseca. Que la quietud de la Paz y la acción del Amor estén contigo y contigo y contigo... Que la Paz esté con todos nosotros, hermosos, fractales, sombras y luces, piezas del caleidoscopio del ser.
“Ella es amiga de mi mente. Ella me reúne hombre. Los fragmentos que soy, ella los reúne y me los devuelve en el orden correcto”. - Toni Morrison
Celia A. Sorhaindo nació en la Mancomunidad de Dominica. Emigró con su familia a Inglaterra en 1976, cuando tenía 8 años, regresando a casa en 2005. Sus poemas han sido publicados en revistas caribeñas como PREE, The Caribbean Writer, BIM y Moko Magazine. También en Los Poetas responden de la revista Rattle, Mslexia, Wasafiri, Anomaly, New Daughters of Africa Anthology, Verse Daily, y próximamente en Magma Poetry (editorial Obsidian) y en la revista literaria Illuminations.
Es co-compiladora de De nuevo en casa: historias de migración y retorno, publicado por Papillote Press y su libro de poesía, Guabancex, fue preseleccionado para el Premio OCM Bocas de Literatura Caribeña 2021, y fue publicado en 2020, también por Papillote Press. Otro de sus poemarios, Normalización radical, será publicado por Carcanet Press en 2022.