Daniel Montoya, Colombia
Por: Daniel Montoya
Que tu choza sea el mundo
Aún no está terminada
la choza
faltan las nubes
falta la noche y el jardín
faltan los nidos
de los pájaros
La herencia del cosmos
Hay una hora en que la canción de los grillos
hace brillar las estrellas
una hora en que la gallina se yergue
como su antepasado dinosaurio
el fresno percibe las plumas húmedas
del vencejo y lo deja posar en su rama seca
hay una hora en que las estrellas
escriben sus memorias en la arena
una hora en que el fruto que cae
se convierte en una casa
y las hormigas llevan sus huevos
a la orilla del río
hay una hora en que la araña desteje
la trampa y fabrica un lecho
los pájaros sienten los lentos ríos de fuego
que corren debajo de la tierra
y el cielo entra en el cascarón
que dejó la chicharra
hay una hora en que las especies
se anudan al hilo de la vida
una hora en que comprendo
la herencia del cosmos
una hora en que no estorbo
La araña de agua
La araña de agua se asoma a la superficie, toma aire y, como por arte de magia, hace aparecer la burbuja. Desciende con la burbuja, mete adentro la presa conseguida y por último entra ella.
Debajo del agua, dentro de la burbuja, la araña pasa desapercibida para los depredadores de la superficie. Acomodada en su frágil oasis se toma su tiempo para chupar la presa. Es la única araña que sabe que una casa se construye todos los días.
Y la burbuja la espera. Es la única casa que espera que su habitante termine de comer.
La mosca jorobada
La mosca jorobada encontró
la manera de poner a salvo sus huevos
de las hormigas coloradas
(que todo lo devoran en la selva).
Diseñó una estrategia peligrosa:
desde el aire persigue a las hormigas
y en una maniobra rápida, exacta,
inocula su huevo en el lomo
de alguna hormiga distraída.
Con las semanas, el desarrollo del huevo
hace que a la hormiga no le lleguen
los mensajes químicos de sus
compañeras y se aleja de la colonia.
Vaga sola hasta morir.
Cuando la larva rompe el huevo,
se alimenta con el cuerpo de la hormiga
hasta continuar su desarrollo.
De esta manera, la vida perdura
cuando aleja a un bisonte
o una hormiga de la manada.
El sembrador de la luna
Para qué queréis minas de cobre
para qué queréis minas de oro
para qué queréis minas de plata
para qué queréis piedras ocultas
para qué queréis excavar la roca
si tenéis una tierra blanda
y las aves siembran las semillas
Las tortugas buscan el río
Como caballos en una subasta
examinan a los esclavos en el mercado
enfrente de la casa recién alquilada
en la plaza principal de Cumaná.
Su piel brilla por el aceite de coco
que les obligan frotarse en el cuerpo
desnudo y de atlético silencio.
Como caballos en una subasta exploran
con brusquedad sus dientes,
meten los dedos en sus bocas y hurgan
rabiosamente buscando llagas,
buscando secretos o palabras indecibles.
A las mujeres les palmean las nalgas.
A los niños les golpean las piernas
con una vara untada de sangre.
Ellos, quietos, dejan hacer.
Cuando el cielo se oscureció, ellos
continuaron de pie, ahí, en silencio;
cuando la tierra tembló (por primera
vez para mí); cuando una lluvia
de meteoritos colmó el cielo de colas
blancas y llameantes; cuando
empacamos los baúles en las barcas
con cuatro mil especímenes vegetales,
ellos siguieron ahí, en silencio.
Mientras el caudaloso Casiquiare conecta
el Amazonas y el Orinoco; mientras crecen
los campos de maíz, caña e índigo;
mientras una nube de garzas, flamencos
y patos salvajes sobrevuelan el lago
Valencia al atardecer; mientras las serpientes
de nueve metros se arrastran
en el bosque y las palmeras con flores rojas
y los cangrejos azules y amarillos
son batidos por el mar y por el viento
ellos siguen ahí, de pie, en silencio.
No importa que los vendan y vengan otros,
siempre serán los mismos como lo son
las hormigas y las chicharras,
como los son las abejas y los primates.
Siempre serán mujeres, niños y hombres.
Mujeres de nueve años, las más
apetecidas por los traficantes desde los
tiempos de Cristóbal Colón,
o veinteañeras sin críos pero con abundante
leche (y le oprimen con fuerza
las tetas para comprobar los hechos).
Hombres macizos para exprimir
en las plantaciones de plátano y en el campo.
Y niños ágiles para estos vientos.
Generación tras generación han estado
aquí, de pie, sin poder seguir su curso,
como esos huevos de tortuga en las playas
del Orinoco que nunca llegan al río:
los misioneros los recogen y elaboran
con ellos finos aceites para iluminar
sus viejas iglesias
atestadas de hongos y termitas.
Daniel Montoya nació en Puerto López, Meta, en 1984. Es poeta, docente y narrador. Licenciado en Lengua Castellana de la Universidad del Tolima y Máster en Neuropsicología y Educación de la Universidad de la Rioja, España Pertenece a la Red Nacional de Escritura Creativa, Relata-Literatura, y a la Red Académica Colombiana de Instituciones de Educación Superior Redlees.
Ganador del XLI Premio Iberoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez, España (2021). Premio de poesía Juan Lozano y Lozano, Ibagué, 2020. Finalista en el Premio Nacional de Poesía Ciudad de Bogotá, 2020. Ganador del IX Premio de Poesía Granajoven, Granada, España (2018). Finalista en el 34° Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, Colombia (2016).
Ha publicado en algunas antologías de cuento y poesía. Ha escrito los poemarios El libro de los errores, 2018; Políptico del aire, 2018; Manual de Paternidad, 2019, y Los apuntes de Humboldt, 2021.
Publicado el 16.02.2022