Escribir la paz
Por: Diana Carol Forero
Escribir acerca de la paz suele ser habitual para mí. Después de más de una década trasegando los escarpados riscos y escabrosas trochas de la guerra, vengo recorriendo los senderos de la paz hace ya once años. Pero el asunto de la paz está no sólo en escribirla, sino en hacerla parte de nuestro lenguaje cotidiano, de nuestro territorio hermenéutico de plurisignificatividad y semántica. Hace alrededor de seis mil años el hombre empezó a comunicarse de manera escrita, lo que significó la puerta de entrada a un mundo de posibilidades en cuanto al conocimiento y desarrollo mismo del lenguaje, y la transformación del cerebro primitivo de nuestros antepasados. Escribir nos hizo evolucionar, al hacernos pensar y adaptar nuestros procesos mentales al uso del lenguaje.
Así, asumir la paz como un tema de argumentación escrita debe referirnos necesariamente a un proceso de análisis crítico y evaluación racional respecto a la profunda carga semántica que la palabra en sí contiene, a la evolución en las dinámicas sociales que esta implica. La paz, como un vocablo que no nos remite precisamente a la inexistencia de conflictos, sino más bien a la capacidad de tramitar los mismos sin recurrir a la violencia, lo que nos llevaría a un estado ideal en el cual se encontrarían en equilibrio y estabilidad las diversas fuerzas que estructuran nuestra sociedad. La paz nos permitiría, pues, avanzar en diversos aspectos de construcción social necesarios para abrazar el progreso. Muchos países han pasado por cruentas guerras, sangrientos conflictos armados que han dejado devastación al finalizar. Pero esas sociedades postconflictivas se han abrazado a la construcción de paz, a fin de poder avanzar en pos del progreso colectivo, y en parte lo han conseguido. Potencias del mundo como Japón, Alemania, e incluso EEUU, han visto descollar el presente siglo, en medio de grandes avances socioeconómicos, derivados de una transición armónica posible gracias a acuerdos alcanzados a mediados del siglo pasado, tras culminar prolongados periodos de guerras. Sin embargo, esas mismas sociedades se han caracterizado por una constante agresión contra sus ecosistemas, en privilegio del sostenimiento de la economía de mercado.
La paz no puede alcanzarse sin tramitar de manera no violenta nuestra relación con la naturaleza, y ese cambio debe empezar por cada uno de nosotros. Los colombianos, por ejemplo, nos decimos orgullosos de tener dos mares, tres cordilleras, un país con la segunda mayor biodiversidad del mundo, colmado de riquezas naturales, en las que fincamos nuestras esperanzas de salir del subdesarrollo. Sin embargo, tal devoción ecológica es efímera y pasajera, incoherente y circunstancialmente dejada de lado: somos “amantes del ecosistema” imbuidos en un consumismo voraz, que nos lega prácticas cotidianas que atentan violentamente contra la estabilidad y preservación de nuestra flora y fauna, de nuestro aire, bosques y ríos. Una de estas prácticas tóxicas y nada pacíficas con el medioambiente, se encuentra en el uso desmedido de plásticos catalogados como de un solo uso; entre estos se encuentran bolsas, rollos de embalaje, películas extensibles y de burbujas, envases de alimentos, vasos desechables, platos, bandejas, botellas de agua y bebidas hidratantes, envoltorios de comida, tapas, cubiertos, pitillos, mezcladores, copitos, filtros de cigarrillo, entre otros. Usar y desechar todo tipo de productos plásticos a diario causa la generación exponencial de residuos, marcando el comienzo de un largo proceso de degradación (ONU, 2018).
Según datos de la Asociación Plastics Europe, en 2019 la producción de plásticos en el mundo alcanzó los 368 millones de toneladas, nueve toneladas más que en el año anterior. En Asia se produjeron algo más de la mitad de los plásticos del mundo (51%). China, que en 2019 fue el país que más residuos plásticos de un solo uso generó, fue responsable del 31% de la producción mundial de plásticos, fabricando 82 kg per cápita, mientras que Japón, con solo el 3% de la producción mundial, logró producir 88 kg. Sólo en Canadá, Estados Unidos y México, se produjo el 19% del plástico mundial en total, lo que equivale a 141 kg per cápita, la cifra más alta por persona.
Es importante resaltar que el consumo de este material plástico en Colombia es de 1.250.000 ton/año en materias primas, materiales y empaques consumidos y comprados. Además, en promedio un colombiano genera 24 kg al año (DANE, 2018). Según datos de la Superintendencia de Servicios Públicos en Colombia se generaron 10.3 millones de toneladas de residuos sólidos (SSP, 2018). En promedio, Colombia dispuso alrededor de 30.081 Ton/día de residuos sólidos. La cifra promedio de generación de residuos sólidos en un hogar colombiano es de 4.3 Kg/día (DANE, 2018).
Las cifras son abrumadoras, tanto como los terribles efectos que nuestro accionar contaminante ocasiona. Por esta razón, se hace cada vez más urgente establecer conjuntamente y desde cada individuo, un pacto con la naturaleza, que nos posibilite frenar el deterioro medioambiental y generar de manera armónica procesos de construcción de paz integral, estableciendo nuevas prácticas ecológicas que se transversalicen como hábito cultural en los diferentes escaños de la sociedad. No podemos darle más largas al asunto. O nos apersonamos de parar esta continua agresión a nuestros recursos naturales, o nuestros descendientes no tendrán recursos naturales que cuidar. Escribir la paz requiere de un pacto urgente con la naturaleza.
Referencias
DANE (2018). Departamento Nacional de Estadísticas. Cuentas ambientales y económicas de flujos de materias de residuos sólidos.
ONU (2018). Organización de las Naciones Unidas. Plásticos de un solo uso.
SSP, (2018). Superintendencia de Servicios Públicos. Informe de Disposición Final de Residuos Sólidos – 2017.
Diana Carolina Forero nació en los llanos orientales, Colombia, en 1974. Es tecnóloga en gestión del talento humano y psicóloga en formación. De 2014 a 2018 se desempeñó como Apoyo Técnico para los Procesos de Reintegración/Reincorporación de excombatientes, con ACR/ARN, de la Presidencia de la República. Obras: Balada para Piel de Luna, poesía, publicado en México (2014); Fórmula para un Exorcismo de Piel, poesía (2015); El Canto del Fénix, poesía (2020); Al vaivén del chinchorro, cuento (2020), los últimos inéditos aún. Sus textos, algunos de estos traducidos al francés por el escritor Florent Boucharel y al portugués por el aclamado poeta Izacyl Guimarães Ferreira, se han publicado en diversos portales web y en la revista francesa Florilège.
1er puesto en el Concurso Virtual Zonal de Poesía “Mi verso y yo” UNAD ZAO (2013). 1er puesto en el Concurso Virtual Zonal de Cuento “Pensamiento al Viento” UNAD ZAO (2014). 1er puesto en el Concurso Nacional de Escritores SENA “Somos Paz y Reconciliación” (2015). 1er puesto en el XII Encuentro Regional de Escritores El Llano y la Selva Cuentan “Del Llano y la Selva a la Universalidad” (2021).