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Joan Kane, nación inupiaq, Estados Unidos

Fotografía de Seth Kantner

Por: Joan Naviyuk Kane
Traductor: Ricardo Gómez para Prometeo

Colonias de pájaros


Todos los hombres conocían un secreto del norte
de un mundo antiguo, una idea menos

perfecta. Para la mujer bicórnea,
es una isla. Si estamos allí, las aves

pierden nuestra confianza, tal vez aprendamos

su idioma. Después de todo, se nos
ha enseñado
        a leer y escribir,

a apartar nuestras manos 
de cualquier otro trabajo
mientras vemos que el agua se retuerce y se hace roca:

a cubrir nuestras heridas,
y seguir vivos luz tras luz.

Por algo me preocupo.
La luna pronunció claramente

su topografía conocida. Nuestras letras
y listas, gramáticas reconstruidas:

reemplazan las formas en las que nos 
agarraron, y luego nos empujaron.

Una buena esposa y sus hijos
configurada para merodear con ordenes indefinidas:

migración lineal en pequeña escala,
su propósito no era náutico, 

sino conflictivo. De aquellos hombres,

sabíamos que nada bueno 
podría yo hacerles nunca. De esta forma

me olvido, y dejo al viento 
(río). Sopla tempestuoso y llora

en mis hombros y muñecas. 


Trabajo de campo

Otro día caluroso –

            los extraños siguen tambaleándose
en el horizonte, trayendo sequía
cuando en vez de eso deberíamos tener aluviones.

Remojo liquen de las nieves en agua 
que recogí del lago
que después de eso, se secó.

Pocos me entendían en el mar,
era como si yo indujera una enfermedad 
que los volvía sordos, y luego se curaba.

Tal como antes, predigo mentiras,
que serán arrojadas del bote 
de tiempo en tiempo.

Sin embargo, espero
poder arreglármelas mientras sus viudos
buscan refugio con sus precavidas 

familias; tal vez una tormenta apilará
pescado a sus puertas, cuando suba la marea roja,
quizás no nos seguirán, pues nos movemos,

luna tras luna, bajo un cielo diferente.



A veces incluso hay cicatrices 


Y despertar noche tras noche en un apartamento,
sedienta, miro hacia la oscuridad por la ventana 
busco algún fulgor de lo que he perdido-

un océano que sostuvo tanto barcos
construidos por hombres que ya están muertos, abundantes
recodos por coronar a través de cascajo, 

la transmisión, un montículo, me quedo ciega- 
Tan sólo veo el cielo.
A veces estrellas brillantes

como clavículas resplandecen antes 
de yo parpadear, y luego descubro que estos firmamentos
también desaparecieron. Otras noches,

algo Atlántico se levanta con la lluvia.
Cuando la tormenta se retire, tal vez
habrá dejado peces destrozados con garfios – plusvalía

para un hijo, y otro – para que los encontraran.
Tal vez ya no pelearé con 
la mente que sólo puede aferrar un

cisne, una liebre, y una figura. 
Tal vez no empezaré a llorar
por mis maneras de marcar

los meses a medida que se acumulan
y caen. Sin sangre. Sin certidumbre.
Es posible que todavía apeste a quemado.

Puede que mis faldas lleven sus manchas
de pasar una trampa para animales tras otra,
el buril, la hilera de perros enganchados

a perros enganchados a una carga de petróleo.



Nunataq (1)

En un aprieto, algunas cosas son útiles.
Otras, es cierto, ella las vuelve ceniza.

Empuja, así –

su cabeza congestionada por la arrogancia,
la infección y la futilidad.

Tal vez así actuó una joven esposa,
cubierta por el sauce enredado de venas 
y la dríada de montaña (2) – 

trasgresión y escombros.
Ella podría hablar del año
en que recurrió al calor y la niebla,

para holgazanear: immurmurat -,
imauraaqtuŋa. De cánula
y nitrato de plata. De pecíolo

y aquenio, a punto de empezar de nuevo.
De verdes que reverdecen. De un hombre

de edad, ajado. De un resplandor confinado –
para disolver y retener aquí, por nada

el suelo / gravilla / cieno que gime
mientras las herramientas de nuestro penúltimo glacial,

un glacial que yo tal vez pronuncie dolido.

Uno desea que las palabras se deshielen 
en la boca, pero en lugar de eso encuentra una lengua, 

un ribete. Por erosión o deposición, erguido
y visible, una fisura en el lenguaje y la bravura.

[1] N. del T. Nunataq es una palabra inuit que se refiere a un elemento expuesto, con frecuencia rocoso, de un risco, una montaña o un pico, que no está cubierto de hielo o nieve, en medio de un glaciar o un campo de hielo.
[2] N. del T. El nombre “Driada de la montaña” se refiere a la Dryas octopetala, una planta de flor ártico-alpina que forma grandes colonias de apariencia almohadillada, muy popular en las rocallas.

 


Tráfico oscuro

Y las nieves amortiguan el sonido de una voz proferida –

                    Pensé que ya la había perdido, que había salido
                            a desatender la migración tardía

y antes de acabarse, el hielo colapsa con facilidad. 
No hay un día en no tenga síntomas.

El consuelo puede convertirse en una práctica
gutural, después de todo, el pequeño gesto

sonoro alojado en lo profundo, antes de deslizarse
hacia abajo sin ninguna advertencia.

No hay nada más que el viento, un aullido
y una caída donde se arroja agua

sobre más agua y allí se siembra.
Un aullido y una caída del viento, agua

                        que encontré tirada 

sobre agua donde alguna vez hubo hielo, 
donde la nieve alguna vez musitaba el sonido

de aquel gritón, que gritaba, para esta oyente
mientras le sostenía la cabeza en sus manos, la cabeza

de esa forma correcta y vacía, un original. 


Luz incidental


Fui para descansar
la mente, y entré
a las corrientes de la preocupación.

Yo no sabía
lo que el cuerpo sostenía.

Pensé que giraría
entre hielo quebrado
y desaparecerían 
        los rasgos
de recelo, de influencia. 

Si yo sólo pudiera traicionar
a la materia bruta.

Si los mares tan sólo no 
hubieran borrado la fractura,
la escala, la llegada fácil.

En vez de esto, nos sumergimos
en nieve suave,

cuatro mujeres ascendiendo
juntas por el profundo surco
que deja el agua 
al volver al agua:

Ayagaduk, Uyuguluk, 
Yaayuk, Naviyuk.

Me sobresalté, de inmediato
consciente de que el lejano camino
se había fracturado, y esto
se debió a la falla
que luchamos por enterrar.

La tierra se levanta
más allá de los agudos
de fuertes corrientes.

El bote que nos
lleva, se levanta en ellos.

Compartimos sangre
con estrellas invisibles.

Esos mares, aumentados,
pueden remover y reflejar –
esos mares, aumentados,

nos parafrasean.



Cuando el mundo era leche


Atrapada entre resuellos, la dura madre del cerebro –
traspasada dos veces, temblorosa también por la imprecisión
del anestesista. Yo

no pude caminar por varios días
sino que me alimentaba, o trataba de alimentarme, mezclando flores
tiesas, blancas y secas como papel

pues no podía levantar un jarro para llenarlo
del agua recogida por debajo de ellos.
Me rodean hombres, o lo harán, todos con la esclerótica

amarilla, vociferantes y sin cultivar.


Joan Naviyuk Kane es inupiaq con familia de Ugiuvak y Qawiaraq. Autora de ocho libros de poesía y prosa, enseña escritura creativa en Harvard y Tufts, es profesora en el Departamento de Estudios sobre Raza, Colonialismo y Diáspora en Tufts, y fue profesora fundadora del programa de escritura creativa para graduados en el Instituto de Artes de los indios americanos. Fue miembro visitante de raza y etnicidad en el Centro para el Estudio de la Raza y la Etnicidad en Estados Unidos en la Universidad de Brown en 2020-2021, y de la Cátedra de Escritura Creativa y Periodismo de Mary Routt 2021 en Scripps College. Su segundo libro, Hyperboreal fue ganador del premio Donald Hall 2012, un premio American Book Award y finalista del premio literario PEN Center USA 2014, será publicado traducido por Editions Caractères en 2022, y una colección de nuevos poemas, Dark Traffic, se publicó en Pitt Poetry Series en septiembre.

Ha recibido una beca Guggenheim, un premio Whiting Writer, el Premio a la Visión Creativa de Artistas de Estados Unidos, el premio Donald Hall, la beca nacional de artistas de la Fundación de Artes y Culturas Nativas y las becas del Instituto Radcliffe, la Fundación Rasmuson y la Escuela de Investigación Avanzada y el Centro Brown para el Estudio de la Etnicidad y la Raza en América. 

Última actualización: 04/05/2022