English

Paz mundial, un pacto con la naturaleza

Fotografía de Marco Giugliarelli y The Civitella Ranieri Foundation

Por: Kayo Chingonyi
Traductor: León Blanco para Prometeo

Especial para Prometeo

Cuando pienso en el tema del Fstival de este año, “Paz mundial, un pacto con la naturaleza”, me inclino a leerlo desde mi punto de vista particular, y supongo que un estado se basa en el otro; que no podemos lograr la paz mundial sin conectarnos simultáneamente con nuestros paisajes, o quizá debería decir reconectarnos, en el caso de la vida en el Reino Unido. Pareciera a veces, como si la maquinaria del capitalismo tardío estuviera involucrada en un proceso de oscurecer la conexión íntima, la conectividad de los seres vivos, su interdependencia. Una de las principales armas de esta labor capitalista, es borrar nuestros vínculos con las antiguas formas de administración de la tierra. Desde mi vida en el Norte Global, sería negligente si no reconociera que la abundancia relativa de la que disfruto, va en función de los recursos saqueados en el sur global; si no saqueados, entonces “comprados” por mucho menos de su verdadero valor. Nací en Zambia, nación alguna vez rica por sus materias primas, especialmente el cobre. Pero cuando fue posible extraer cobre a bajo precio y exportarlo para convertirlo en algo más valioso (por ejemplo, en componentes para productos electrónicos de consumo), el comercio del cobre se volvió cada vez menos justo para sus obreros esenciales, ya que las corporaciones multinacionales buscaron sacar provecho. Este es un lugar primario de nuestra división como seres humanos; la brecha entre aquellos para quienes fluye el capital y aquellos de quienes fluye.

Desde donde escribo, también hay una brecha entre nosotros y nuestros colegas animales no humanos y aquellas formas de vida infinitamente variadas que podríamos situar en la categoría de “naturaleza”; una categoría que a menudo concebimos como algo a lo que debemos volver, olvidando que incluso nuestro ritmo corporal está gobernado por una lógica primordial que se remonta a nuestro yo animal fundacional. Nosotros mismos como indivisibles de la naturaleza. Y así, el tema de este festival, que entiendo como una invitación a que formemos un pacto con la naturaleza para disolver las distancias entre nosotros, lo considero poderoso y profundo, porque gira en torno a un llamado a la conexión inherente de las cosas, así que no se trata de salir a la naturaleza. Si esta nueva era de la pandemia nos ha enseñado algo, y estoy convencido de que aún quedan muchas lecciones por descifrar, una de las cosas fundamentales que hemos aprendido como sociedad humana es que necesitamos, en un sentido crucial, sentirnos genuinamente o quizá debería decir, orgánicamente conectados. En nuestra prisa, nuestra astucia, nuestro intelecto, hemos buscado atajos a la conexión por medio de cables y alambres; del flujo de información digital. Todo lo cual, y sólo puedo hablar de mi propia vida, expandió el mundo y a veces lo encogió. Muchas de las comunidades que ocupo en espacios virtuales, son caja de resonancia de mis pensamientos ya existentes y esto es un atajo porque elimina el difícil proceso de interacción en el mundo. El mundo es impredecible, caótico, hermoso de maneras asombrosas y a veces se siente demasiado abarcante, para contenerlo en nuestros cuerpos. Virtualmente, algunos de sus bordes pueden suavizarse mediante filtros y algoritmos.
        
Considero que, para mí, en mi vida, “un pacto con la naturaleza” comienza con la comprensión de que el mundo natural no puede ser dominado. A pesar de toda la supuesta capacidad intelectual de nuestro tiempo, aún estamos aturdidos por sus misterios. Podríamos sondear las profundidades de estas cosas desconocidas por generaciones y aún no encontrar respuestas. Entonces los términos de este pacto con la naturaleza, tienen que incluir concesiones. Un pacto implica voluntad de ambas partes, un pacto implica respeto mutuo, un acuerdo. No es un negocio o una ganga, sino más bien un reconocimiento de interdependencia. El valor de la colaboración, sobre la explotación. Me parece entonces que podría aprender mucho de aquellas comunidades que mantienen una conexión viva con la naturaleza; con lo que somos ahora. Hay una paz duradera a la que podemos acceder al dar espacio a tales formas de conocimiento centradas en la naturaleza. Sostengo que la paz, como muchas cosas en esta vida, comienza, por así decirlo, aquí adentro, no allá afuera, con la aceptación de la interdependencia de toda vida en este orbe flotante de gas y roca y tierra y agua.


Kayo Chingonyi nació en Zambia en 1987 y se mudó al Reino Unido a la edad de seis años. Es autor de dos plaquettes, Un poco de elegancia brillante, 2012 y El color del grito de James Brown, 2016. Miembro del programa Obras Completas por diversidad y calidad en la poesía británica. En 2012, recibió el Premio Geoffrey Dearmer y fue Poeta Asociado en el Instituto de Arte Contemporáneo (ICA) en 2015. Su primera colección completa, Kumukanda, ganó el Premio Dylan Thomas y un Premio Somerset Maugham. Kayo ontuvo una beca en residencia en el Centro para la Nueva Escritura de la Universidad de Manchester, antes de unirse a la Universidad de Durham como profesor asistente de escritura creativa. Es escritor y presentador del podcast de música y cultura Decode en Spotify, editor de poesía en Bloomsbury, y su colección más reciente, Una condición de sangre, fue preseleccionada para el Premio Forward a la Mejor Colección, el T.S. Premio Eliot y el Premio Costa de Poesía.

Última actualización: 25/04/2022