Paz mundial, paz con la naturaleza
Por: Lourdes Ferrufino
“Todo el mundo habla de paz, pero nadie educa para la paz. La gente educa para la competencia, y la competencia es el principio de cualquier guerra”.
Pablo Lipnizky.
Reflexionar en torno a qué es vivir en paz es una actividad que me persigue desde que soy consciente del año de mi nacimiento: 1992. Para cualquier persona salvadoreña este dato es fácilmente recordable porque está asociado a un evento clave de la historia contemporánea de nuestro país, la firma de los Acuerdos de Paz. Este suceso se conmemora año con año, y, con el tiempo he visto que se realiza con más o menos júbilo, dependiendo de quién ostente el poder.
Por mi parte, apenas me he asomado a los umbrales de la historia de El Salvador, un país joven y con un historial más sangriento del que debería tener. Aún me impresiona el pensamiento decimonónico que imperó sobre la visión del indígena y cómo se le estigmatizó, representó, instaló en la mente de la población. Desde el principio, la violencia permanece en la historia oficial que conocemos y en la que indagamos por nuestra cuenta. Podría decirse que es por ello que heridas como la Masacre del 32 y la del Mozote aún hacen en nuestras memorias, aunque no las vivimos, podemos palpar las secuelas dejadas y que seguirán incrustadas en nosotros.
A los nacidos en los años noventa nos enseñaron que nacimos en el mejor momento porque el país cerraba un capítulo bélico y horroroso. La esperanza pasó a ser la nueva consigna que repetían nuestros padres y abuelos. Había un aire a renovación que pronto se deshizo. La guerra civil salvadoreña trajo más violencia, una de carácter pandilleril que recibió en su seno a jóvenes, sector por siempre olvidado por los gobiernos de turnos. Estos muchachos que crecieron en un clima de violencia y aquellos que participaron en la guerra ya no supieron qué hacer en esta nueva etapa del país. No sabían cómo canalizar la ira, cómo relacionarse con los otros, mucho menos que esos otros tenían derechos humanos que los hacían igual de vulnerables que ellos.
El Salvador está marcado por la cultura de la violencia. Normalizamos todo tipo de actos que atenten contra la integridad física y psicológica de nuestros conciudadanos. No supimos -y parece que seguimos sin querer saberlo- que existen otras formas de vinculación. Sin embargo, nadie nos ha educado en la paz. Se han vertido ríos de tinta sobre el asunto y el currículo nacional habla de ello, no obstante, en la cotidianidad, casi nadie confía en el que se sienta a su lado en el transporte público o en el extraño que te habla por supuesta casualidad. Podría ser paranoia o prevención, pero lo cierto es que cada quien prefiere la desconfianza y la soledad porque volcarse o comunicarse con el otro parece un acto terrible de ingenuidad.
A veces recuerdo los titulares de los periódicos de San Salvador donde te dan instrucciones para que no te asalten o algo peor, en el centro histórico. Este contenido que genera muchísimo temor e inseguridad en la población también obedece a intereses políticos de dichos medios, pues según quien gobierne esa ciudad, así la querrán mostrar al mundo, sin embargo, para nadie es secreto que San Salvador es, como dicen los amigos poetas, una olla de presión. La inseguridad y la criminalidad están a la orden del día y los titulares contabilizando los muertos del día son también, parte de la cultura de la violencia en que vivimos.
Entonces ¿cuándo nos han enseñado a vivir en paz? El sistema educativo nuestro adolece de una atención adecuada a la socioemocionalidad de los estudiantes. Actualmente el Ministerio de Educación se ha enfocado en mejorar la infraestructura de los centros educativos que por años llevan en pésimas condiciones, pero de modo superficial debido a que atienden centros aleatorios. En cuanto al área emocional, se le da poca relevancia a los conflictos que presentan los estudiantes que, en su mayoría, vienen de hogares desintegrados por la emigración de los padres. El fenómeno de la emigración también está fuertemente amarrado a la guerra civil salvadoreña pues una de sus olas y hasta el día de hoy es por la falta de empleos y la criminalidad, que ahora se presenta por medio del desplazamiento forzado. Cientos de familias salvadoreñas han perdido sus hogares porque se les exigió que los abandonaran para pasar a ser pertenencias de las pandillas.
Este fenómeno, la literatura salvadoreña ya comenzó a exponerla pues es un secreto a voces y le ha ocurrido incluso, a escritores nuestros, quienes trabajan en los centros escolares y se percatan de la inexistente educación para la paz. Sobre todo, cuando en las principales directrices del país han instrumentalizado la fuerza armada, que no parece estar del lado de la sociedad civil, sino de los intereses del gobierno.
¿Por qué nos dicen que vivimos en paz si salimos a la calle y ésta, llena de soldados, nos genera temor? Se pensaba que este cuadro no se repetiría con la firma de los acuerdos de paz, sin embargo, es una realidad palpable. ¿Por qué nos dicen que vivimos en paz si en las escuelas se intenta adoctrinar a los niños con creencias religiosas, cuando se supone que tenemos un Estado Laico? Las autoridades fueron blandas cuando se supo de los abusos de la iglesia católica en diversos puntos del país y se apeló a la imperfección humana, a la debilidad de la carne y nunca se buscó una vía reparatoria para las víctimas de violencia sexual.
¿Por qué se nos dicen que vivimos en paz con la naturaleza? Si en mi ciudad, mucha gente murió de insuficiencia renal por la contaminación del agua que dejó la extracción de oro en las minas de San Sebastián. Tuve una compañera de escuela cuya hermana menor murió de esta forma, sin llegar siquiera a los quince años. Este sector de la ciudad vive casi en el olvido, enferma por tener sed.
¿Por qué nos dicen que vivimos en paz si se condena el aborto en condiciones de extrema pobreza, pero a un expresidente que se enriqueció ilícitamente, se le da una condena mínima, luego aparece en televisión dando nombres de otros que actuaron sin integridad, como si se tratara de un show en vivo?
No vivimos en paz. A las y los salvadoreños se nos violenta de distintas maneras. Soportamos la criminalidad de la mano de otros ciudadanos y la violencia de las autoridades que nos condenan por nuestros cuerpos, orientaciones sexuales, etnia, nivel económico, educativo y creencias personales. No nos han educado para la paz, sino para la más cruel competencia entre hermanos y hermanas, para ver quién tiene el pellejo más curtido al final del día y se hace acreedor de una miseria. Yo sueño con la paz porque me la han nombrado desde siempre, pero vivo con miedo e inseguridad y según entiendo, vivir en paz es lo contrario a ese estado constante de zozobra.
Lourdes Ferrufino nació en Santa Rosa de Lima, La Unión, El Salvador, en 1992. Licenciada en Letras por la Universidad de El Salvador (UES - FMO). Se dio a conocer por el Certamen Literario de Mujeres La flauta de los pétalos (2015) organizado por el Centro de Estudios de Género de la UES. Dirige los ciclos de poesía La Página Desértica. Aparece en el Índice general de poetas salvadoreñas Las muchachas de la última fila (Zeugma editores, San Salvador, 2017) y Poeta Soy. Poesía de mujeres salvadoreñas (MINED, San Salvador, 2019). Parte de su poesía se ha publicado en el Suplemento Tres Mil del Diario Co Latino, Revista Cultura n.º 121 y diversas revistas digitales. Obra publicada: La Espina Etérea (plaquette de poesía, San Miguel, 2016), Diluvio (plaquette de poesía, Quezaltepeque, 2017), Sahumerio (poesía, San Salvador, 2021, Estro Editores). Forma parte del equipo editorial de Claroscuro Editores. Correctora del blog literario Cabezarrota. Se dedica a la docencia universitaria.