La tierra prometida
Por: Melissa Merlo
Las guerras, las pandemias y los fenómenos naturales han marcado la existencia del ser humano a través de los siglos en los que hemos tenido el privilegio de habitar este planeta. Privilegio que podría estar por terminarse. De hecho, hemos sido nosotros, los homo sapiens, quienes en nuestra limitada y poco desarrollada sabiduría en la convivencia con la naturaleza, hemos desencadenado la mayoría de los más fuertes acontecimientos que destruyen la casa común. El filósofo y escritor israelí, Yuval Harari, en su libro Breve historia de la humanidad (2011), reflexiona sobre cómo nosotros, los sapiens, a diferencia de los demás homos, que son muchos en el correr de la historia y no solo los neandertales y dos o tres más que nos enseñaron en nuestras escuelas, seremos el homo que menos tiempo estará sobre la faz de la tierra. El genus homo se ubica en África hace 2.5 millones de años, y hace apenas 70,000 años sucedió la revolución cognitiva del homo sapiens que dio paso al surgimiento del lenguaje y con él, al comienzo de la historia de la humanidad. ¿Por qué la ciencia y la filosofía piensan que estaremos en este planeta menos que todos los otros homos? Nosotros, los homos pensantes, científicos, académicos, intelectuales, tecnólogos, economistas, maestros, agrónomos, ingenieros, narcotraficantes, criminales, creadores del bien y del mal, y de todas las demás carreras, oficios y desoficios, aprendimos de todo, menos a convivir en armonía con el planeta, y yo agregaría, tampoco con el espacio sideral que nos corresponde como globo terráqueo. Somos indignos guardianes de la tierra, actuamos con egoísmo en el barrio, en la residencial, en el trabajo, en la cárcel, en la calle, en el campo, en las aguas, en el espacio; todo lo convertimos en recipiente de la basura que desechamos producto de nuestro consumismo absoluto y cruel. El que tiene, exagera, y el que no tiene, quiere para exagerar. La construcción o reconstrucción de nuestra filosofía, como decía Roberto Castillo, escritor y filósofo hondureño, depende de nosotros mismos. Las carreras de Filosofía en nuestras universidades cada vez tienen menos adeptos, estamos en peligro de extinguir la conciencia y el sentido común. En Centroamérica, el vecino país de Costa Rica tiene equipos de filósofos, pensando y reflexionando sobre el destino del país, escribiendo libros para encarrilar a la población sobre la forma de vida que más les conviene. Ellos apostaron por la educación y el medio ambiente. En Honduras, Jorge Zelaya, Irma Becerra, Raúl Arechavala y algunos cuantos más, escriben sobre ello, filosofan, no encuentran mucho eco, pero no se cansan de hacerlo. Necesitamos más. Naciones enteras hemos crecido por generaciones sin filosofía, ahora enfrentamos las consecuencias y aducimos ignorar las causas. Mencionó la Profesora Elizabeth Espinoza (UPNFM, 2020), durante el ciclo de conferencias “Gestionar el riesgo de hoy y para la prevención de la resiliencia mañana”, que el planeta no necesita que lo ayudemos, él se encargará de desechar lo que no puede vivir en sus límites, en coherencia con lo demás, y nosotros, que nos creemos el centro del universo, pensamos que estamos aquí para salvar lo que nosotros mismos hemos destruido, nada más iluso.
Pero como la esperanza surge de entre las piedras, desde las raíces de los árboles antiguos, desde las estrellas más altas, desde los corazones y las buenas razones, podemos hacer un nuevo pacto con la madre natura, la Qanan Ulew, la Pachamama, la cuna, la casa común, esa que, a pesar de todo, nos permite andar el más hermoso de los caminos, la vida. Hagamos un pacto común, un abrazo profundo, una hoja en blanco en la que escribamos la paz ansiada, la esperanza, los colores maravillosos de las miradas, de los besos, de las flores. Una página en la que se borre la violencia, y se cuenten historias felices de las niñas, en donde los aromas de la cocina común de las abuelas reescriban nuestros recuerdos. Firmemos un pacto de sangre, de amor, de paz, que permita que los pueblos reconstruyan su propia filosofía de vida, que no es más que el valor que le damos a la belleza de lo intangible, a la forma de llevar esto que llamamos cotidiano y que fluye en nuestro reloj de arena.
Tsunami, pandemia, terremoto, espejos de la fuerza incontrolable, y muchas veces impredecible, del planeta, nos borrarán de su faz cuando él decida que hemos cumplido nuestro corto ciclo sobre su faz, entonces, mientras ese día llega para cada uno, en su momento y en su hora, aprendamos a ser agradecidos con una madre tierra que nos ofreció el paraíso, el edén, y que por supuesto, no sabe de tierras prometidas.
Melissa Merlo nació en la ciudad de Danlí, El Paraíso, Honduras, en 1969. Es poeta, narradora y ensayista. Es gestora cultural y especialista en literatura y didáctica del español. Se desempeña como catedrática de la Carrera de Profesorado en la enseñanza del español en la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán de Honduras. Ha incursionado en teatro, radio, televisión y cine. Su obra ha sido publicada en Honduras, Francia, Puerto Rico, Uruguay, México, El Salvador, y Guatemala, entre otros. Es miembro de número de la Academia Hondureña de la Lengua, y de la Asociación Nacional de Escritoras Hondureñas ANDEH. Algunas de sus obras son: Poesía hondureña en resistencia (poesía), Para amarte la palabra (poesía), Haikus de la montaña (poesía), Casa de poetas (novela), El arte de esconderse (cuento), Honduras, sendero en resistencia (ensayos), Color Cristal (poesía).