Los signos vigilantes
Por: Osvaldo Sauma
Si yo pudiera hablar con los pájaros, los alertaría sobre el festín del desastre, que irreverente, prepara el Homo Sapiens, Sapiens. Su avaricia insaciable le empuja a edificar un mañana macabro; por eso, les aconsejaría que recogieran muchas semillas de trópico húmedo o seco y emigrarán a otras tierras, a otros cielos lejanos de este sistema solar. Un sitio donde no prospere la cizaña, ni aquel que devora la raíz del árbol que lo alimenta; pues aquí parece que ya es tarde para todos. No hemos aprendido a palpitar al unísono con este planeta itinerante. Día con día quemamos sus orillas, maldecimos sus montañas, envilecemos sus valles, decoloramos los atardeceres, entristecemos el aire, contaminamos los ríos y el mar.
Amparados en la guerra, como único derrotero; somos culpables de que se haya marchado la bondad, de que este manchada la esperanza y vayamos, así, en nuestro desamor, odiándonos, odiando al otro y a todo cuanto de noble haya en derredor. Jamás aprendimos del viejo maestro Lao-Tse, que: “quien se conforma con lo que tiene, es rico”. Más bien avanzamos ligados a un ciego progreso que nos priva del sueño y la libertad. Un progreso que justifica a los estrategas del absurdo en su obcecación por perfeccionar el rigor de las bombas, a los asesinos que limpian a balazos a los niños negros que, según ellos, afean las blancas playas de Copacabana, a los que trafican órganos sanos para los enfermos ricos de las ciudades opulentas, a los que sellan sobre las fosas comunes, el último terror de los desaparecidos, a los que hacen que la tortura quiebre en mil astillas la noche de los insensibles.
Un progreso que permite, año con año, que miles y miles de delfines perturben, con su muerte, el corazón de los insectos, que embarra las alas perfectas de las gaviotas con el oro negro de la degradación. Un progreso que, bajo luces de neón, nos hace caminar dolidos, erráticos, extranjeros, sujetos a esa antigua maldición de vivir inmersos en una época interesante, donde Dios no asoma sus sueños y los niños se están muriendo, y las flores se están muriendo, y los pájaros también mueren entre estas ciudades, casi sin árboles.
Habría que convocar, con Ionesco, a todas las: Conciencias aisladas para que se levanten a favor de la conciencia universal y abdicar de ese otro: que no tiene tiempo, que es prisionero de la necesidad, que no podría entender que una cosa podría no tener utilidad ni comprende que, en el fondo, lo útil es lo que sea una carga inútil y abrumadora. Si uno no entiende la inutilidad de lo útil no puede entender el arte. Y un país donde no se entiende el arte es un país de esclavos y robots.
Osvaldo Sauma nació en Costa Rica, en 1949. Poeta. Profesor del Taller de Expresión Literaria en el Conservatorio Castella, San José, Costa Rica desde 1981 a 2010. Autor de: Las huellas del desencanto (1983), Retrato en familia (Premio Latinoamericano EDUCA, 1985), Asabis (1993), Madre nuestra fértil tierra (1997), Bitácora del iluso (2000), El libro del adiós (2006), Bitácora del iluso (Chronicle of the Decived), edición bilingüe, inglés-español (2009), traducción de Ricardo Ulloa. En el 2013 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aquileo J. Echeverría con el libro ontológico, La canción del oficio.
Utopía del solitario es un libro bilingüe, (italiano–español), publicado en Milán, Italia (2014), traducción de Zingonia Zingone. Doble fondo XIV, (antologías) en coautoría con Manuel Pachón, Biblioteca Libanense de Cultura (2018). Su obra ha sido traducida al inglés, al italiano, al francés, al portugués, al árabe, y al hindi. Ha participado a numerosos festivales de poesía.