Paz mundial, pacto con la naturaleza
Por: Regina Ramos
A la obviedad o a lo consabido entro por la ingenuidad de una lectura que quiere saberlo nuevo. Para eso son necesarias las preguntas que pretendan delimitar el universo de las palabras, de nuestras palabras. Algunas parecen manejar rápidamente un consenso como es el caso de paz pero al interrogarlas con frecuencia balbuceamos, entonces leo: Situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países. Relación de armonía entre las personas, sin enfrentamientos ni conflictos. Acuerdo alcanzado entre las naciones por el que se pone fin a una guerra. Ausencia de ruido o ajetreo en un lugar o en un momento. Estado de quien no está perturbado por ningún conflicto o inquietud. Sentimiento de armonía interior que reciben de Dios los fieles. En la misa, saludo que los fieles se dan mutuamente como signo de paz y reconciliación.
Y sin embargo tenemos una acepción dirigida a una acción. No bastaría con una que comprendiera a todas las demás, en la explicitación Paz Mundial damos por hecho de que podría existir una sin las otras.
Hay afirmaciones en torno a por qué en determinados contextos y naciones no es posible pensar en paz ni tampoco pensar en paz pero: ¿Somos capaces también de reconocer cuando lo estamos? ¿Alguna vez lo estuvimos? ¿La mayor parte del tiempo estamos en paz?
Lo fundamental parece que puede ser frágil y descuidamos eso, siendo paradójico porque somos nosotros mismos quienes necesitamos y buscamos esa paz que nos hace plenos en plural, contemplando la diversidad de definiciones, modos, formas, sentires, cuerpos o lecturas.
La naturaleza también tiene su diversidad: ¿Ella es muchas o es una? ¿Perfecta? ¿Hostil? ¿Bella? ¿Amenazadora? ¿Nuestra? ¿De otro o de otros? ¿Cómo vemos a ese cuerpo que somos y que no somos? ¿Ella tiene su paz? ¿Cómo leemos a la naturaleza? ¿Y cómo la escribimos?
Un pacto es definido como un concierto o tratado entre dos o más partes que se comprometen a cumplir lo estipulado. En eso estipulado está la palabra pretenciosa de armonías y desarmes, de logros en base a aproximaciones y conclusiones, pero: ¿de cuál acuerdo partimos?
El pacto con la madre naturaleza puede estar no solo en lo que ya sabemos que no venimos cumpliendo (con énfasis en los últimos 80 años) en su cuidado y preservación, también en un ejercicio telúrico y cosmogónico de nuestra propia identidad. De las geografías a las que hemos cargado de angustias, de deseos, de reproches, de monotonías, siendo el reclamo y la lejanía sin perspectiva una forma que abre a las laceraciones de la belleza que nos hemos negado y también a esa tierra (la nuestra) como extensión de nosotros mismos. El pacto nace de aceptar nuestra naturaleza persona sitiada en una región en mi caso pampeana, llana, extensa, áspera, rumiante, agreste pero generosa que requiere de un ojo que se detenga en las pequeñas cosas para ver lo vasto.
En el año 2000 cursaba el tercer año de la escuela primaria. Cada año nos prestaban unos libros que servirían de respaldo para algunos temas del curso. En ese año uno de esos libros trabajaba la identidad latinoamericana brindando conocimientos de lengua y literatura. Me fascinaban las narraciones, esos mitos que calmaron a tantas mujeres y hombres ante la angustia de no saber o no conformarse con la vivencia de una maravilla natural. Las palabras consuelan y ordenan nuestro transitorio caos. Siendo ellas también insuficientes tienen la pretensión de ser nobles si se las busca en pedido de armonía volviéndose sustancia, hecho, emoción, música, placer, pero siempre conservan su imprecisión. En ese punto se abre una nueva palabra y así surge un léxico silvestre que es lo dicho, lo escuchado, lo escrito y lo leído.
Volviendo al libro, recuerdo el asombro de encontrar en su última página un proverbio indígena que me impactó y siempre lo recordé. Una sentencia paciente y resignada que me asustó y predijo un futuro olvidado de lo fundamental:
“Cuando el último árbol sea cortado, el último río envenenado, el último pez pescado, solo entonces el hombre descubrirá que el dinero no se come”
La tristeza me invadía cada vez que se hacían presentes esas palabras en ese viejo libro que aún mi generación usó. Donde el origen y un futuro incierto se unían en la maravilla de las palabras, de los relatos y poesías, de los colores de la fauna y flora, de nuestras vidas. ¿están las palabras paz y naturaleza en nuestras poesías?
Tal vez las ensayamos para desesperadamente hacer nuestro intento de equilibrio:
Escribe porque no le alcanza con rezar.
Regina Ramos nació en San José de Mayo, Uruguay, en 1992. Poeta y profesora de Literatura. Publicó el poemario 23 veces Out (2017), Premio Ópera Prima, MEC y Señuelo (2020), Primera Mención en los Premios Nacionales de Literatura, MEC. Obtuvo diversas menciones honoríficas en poesía joven en su país.
Participa del grupo de investigación (GILFU) sobre el cuento fantástico uruguayo publicando trabajos sobre Adolfo Montiel Ballesteros y Armonía Somers y es coeditora de Antología de poesía ultrajoven, En el camino de los perros (2016-2021). Ha realizado diversos talleres de escritura creativa para adolescentes y adultos como Pulso (MEC, 2017), ECO (Casa Dominga, 2019 y 2020) y Orientación Poesía (2021).
También se desempeñó como curadora y gestora de los eventos culturales Otro miércoles (Ciclo de poesía en San José, 2017), festival Mundial Poético (desde el 2018) y Jam de Literatura, Cine y Psicoanálisis (ciclo desde el 2018).
Publicado 02.02.2022.