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Ricardo Castillo, México

Fotografía de Tere Tenorio

Por: Ricardo Castillo

Borrar los nombres (1)


El jueves a las seis de la tarde, desde lo alto del cañon, observo el verdadero nacimiento de la Judea: centenares de jóvenes medio desnudos aparecen como una reunión de duendes, sorprendidos por el amanecer. Se están borrando, lo cual significa que están tratando de de borrar su apariencia humana para tomar la figura diabólica. Han elegido una lengua de piedra rojiza donde el agua se remansa y el doble rito de la purificación y la demonización se realiza con lentitud.
    Habiéndose establecido el tiempo sagrado, los demonios deben llevarlo hasta sus últimas consecuencias, no sólo haciendo todos los horrores prohibidos durante el tiempo cotidiano, sino extremando su irracionalidad. A partir del miércoles, los judíos hablan al revés, y este lenguaje del absurdo se ha de mantener hasta el sábado.

Fernando Benitez
Los indios de México


1. Los Cora viven en la Sierra Madre Occidental (México), son el grupo indígena que mayor resistencia opuso a las armas del imperio de la razón española. En la hostilidad de la sierra del estado Nayarit dieron fiera batalla hasta llegar a ser el último territorio indígena sometido por la corona, más de dos sig1os después de la caída de Tenochtitlán. Doscientos cincuenta años de sometimiento posterior no han impedido a la resistencia cora encontrar pausa y modo para vivir su propio tiempo y pensamiento. Al igual que otras etnias, durante la Semana Santa, a través de la representación de la Pasión de Cristo, los guerreros coras perviven, convocan y reviven su historia, magia y religión en un acto de sagrada imaginería, donde la alusión indirecta, el tomarle el pelo a todo (a la razón práctica, al sempiterno sentido de la individualidad), parece ser el eje de ese ojo de tormenta que es la Borrada. Ancianos, hombres y adolescentes se tiznan a la orilla del río para desaparecer y surgir en la piel de un demonio, en un borrado, en un soldado de la Judea cora. Durante el Jueves Santo y el Viernes de Sangre todos habrán de resistir la disciplina en el vértigo de la carrera y la paciencia dentro del incendio inmóvil: la grave espera del enjuiciamiento de un Cristo niño que morirá en cada punto cardinal. Borrar los nombres es el testimonio de quien se vio, de pronto, en las calles de Jesús María, muy lejos de sí, desnudo y danzando, con los afanes de un corredor ritual.

 

* * *


El jueves y el viernes hay que correr como vértebra de una de las dos serpientes, pero el viernes, además, hay que estar quieto como piedra que ya no llora. El sábado es el baño final, la desborrada en el río prometido. Pero tú no puedes decirlo ni adivinarlo pues tú tan sólo conoces un montón de imágenes rotas donde el sol bate.

 

* * *

 

Sueño indócil
recuerdo ceniciento
de la extravagancia de haber nacido
ser borrado
y ver las alas de la urraca sacudir el viento
por el que te has ido.
El viento y el labio del silencio puesto en la pulpa
del  hechizo
de ser salvaje, pleno de vacío, eterno, negro.

Ser la sombra, lo que no eres,
negro como lo que nunca ha sido,
ser  por dos días lo que nunca será,
sombra  que proyecta sombra
y el tambor y la carrera y la danza cora
embriaga la sangre del que no soy
ni  es
¿De quién son mis antiguos pies?
¿a quién sabe este sudor
que mis labios beben?
aceptemos que el tiempo es una máscara
de múltiples cabellos
y que estamos en otra parte
donde los muertos olvidan sus amores y sus miedos
donde los muertos se acostumbran a la penumbra
donde el corazón es el espacio entero y el mundo gira
al revés.

 

* * *

 

Cuando los bufones me señalan y se ríen
cuando los veo patear perros y cerdos
cuando hacen llorar a los niños
cuando le agarran la verga al turista
cuando el guerrero le enseña el culo
a niños y ancianos
cuando los demonios hacen reír a las mujeres
cuando monto el burro al revés
cuando todos tienen sed
y el río fluye indiferente
cuando pienso en mí y ya no hay
quién responda

 

 

* * *

 

En la sorna del diablo
en sus gritillos
en el machete que remueve lo baldío de la tierra
en el sudor de los ojos que hace grumos de ceniza
en el polvo que encala el paladar
en el sabor del tabaco después de la carrera
en la sombra de los borrados en la pared
en los filos de las piedras que no han de pisar los corredores
en los guamúchiles que mueve el viento y nadie corta
en el río que fluye y se ordena sin ser tocado
en la inmovilidad de la guardia que padece el horror del sol
mientras es más alto y bello
en la sangre de los borrados que se quitan la sed danzando
en los ojos de sombra en las piedras de los ancianos coras
en el secreto que a todo es reacio excepto a las mentiras
en el acto de magia
en el costumbre que nadie entiende
en los hilos de música cuando todos se han ido y ya no toca
la flauta ni el tambor
en los hilos de música que persisten cuando la calle está sola
y conversas con el ausente en un mundo que miras existir sin tí


* * *

 

Al doblar la esquina en la carrera
me siento más en los bufones
que en mi propio cuerpo compañero
corro detrás de sus gritos y sus burlas
y una fuerza involuntaria te socorre el corazón
con su acento primitivo
imán de pluma que regala ritmo en las pisadas
luna llena que te honró como su hijo
eres parte de la mentira que hace recordar el tatuaje sobreviviente
eres un animal que en los nervios lleva al diablo de jinete
muy tranquilo
eres la raíz oscura que ignorará toda la vida cómo es la luz
pero no lo que le pertenece
el tizne de lo que siempre quisiste y ni siquiera sabías
o la luz de esto que no podrías haber sido
si los sucesos sombríos
si los sucesos lumínicos otra red hubieran tejido
eres la mata que creció sin jardinero y te han salido espinas
eres el que no soy de una tribu que ríe en lo peor del tiempo
como si supieran la cifra final de tanto juego
de tanta sed de sol de tanta necesidad de encarar el horror
para conjurarlo
de tanto honor de darse a la causa de la víbora del cielo
Hay que resistir entonces el vértigo de no entender
pero sentir que la carrera no es sobre las piedras
y que la tarde suena como piedras de oro que jamás serán monedas

 

 

* * *

 

Del baño final saldrá un extraño
que mira su propio cuerpo flotar en el río
Retorna a la serpiente que nunca supo lo que hizo
y escucha por última vez al bufón que ofertó valor a los guerreros
y escucha pardamente la respiración de nadie


Ricardo Castillo nació en Guadalajara, Jalisco, México, en 1954. Es poeta y editor. Estudió Letras en la Universidad de Guadalajara. Algunas de sus obras: El pobrecito señor X, 1976; El pobrecito señor X / La oruga, 1980 (Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer); Concierto en vivo, 1981; Como agua al regresar, 1982; Ciempiés tan ciego, 1989; Nicolás el camaleón, 1989 (Premio de Poesía de la Universidad de Querétaro); Borrar los nombres, 1993; Islario, 1995; La máquina del instante, 2000. A través de la expresión oral y experimental de su obra poética, ha interactuado también con coreógrafos, bailarines y músicos. Fue incluido en la Asamblea de poetas jóvenes de México (Gabriel Zaid, Siglo XXI, 1980), y en la antología de Escritores jaliscienses (Sara Velasco, Universidad de Guadalajara, 1985.

Última actualización: 23/05/2022