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Shirani Rajapakse, Sri Lanka

Por: Shirani Rajapakse
Traductor: Arturo Fuentes para Prometeo

Se da por seguro


Bebo agua del grifo 
y sopeso la suposición de Fishman;
el tiranosaurio Rex pudo haber tomado de la misma.
Millones de años después,
a miles de kilómetros de distancia, sentada en mi
cocina la observo fluir,
salir y caer en la jarra como el río
desviado en el siglo pasado.

Les ayudó a
vivir, a aquella gente allí
donde la vida era dura, caminando al sol,
mirando absortos los cielos azules, buscando lluvias que a veces
se olvidaban de caer. Ahora sus cultivos crecen altos
e imponentes. Pero hay peligro
en las aguas ocultas en lo profundo de la tierra
a unos pueblos de distancia.
Escuché decir a alguien que
están contaminadas con veneno.
Pozos de agua profunda en zonas secas donde ningún
líquido brota de la tierra por el calor; evaporado,
vuelve a las nubes.

Luchan
por ella en otro país, demasiado lejos
para molestarme, pero son mujeres las que sufren
y sigo leyendo
que tienen que encontrar agua
para sus familias y protegerla con sus vidas
mientras hombres se paran en esquinas
buscando oficio.

Las mujeres trabajan duro en todo el mundo.
Caminan arduamente largas
distancias sobre arenas ardientes para encontrar pozos
en medio del desierto. Viejas y jóvenes
balancean ollas sobre sus cabezas, en sus brazos,
las colocan sobre caderas que menean en el viento.
Pero el riesgo no es sólo a lo largo del camino.
Defenderse de fieras salvajes que vienen a juguetear
en abrevaderos, hombres que afirman su derecho
a exigir. Luchando por sobrevivir, conservan
su dignidad, que recobran cada día.
El peligro acecha en lugares extraños.

Niños mueren en otros lugares.
Resecos, sus huesos sobresalen como leña
envuelta en tela.

El agua sabe a vino,
precioso también, pero el vino rancio se 
deshecha en algunos sitios.
Las lluvias se pierden en los océanos,
Medito en ello, mientras la jarra en el grifo se desborda.

 


Alta majestad


Se interpuso en el camino.

Eso dijeron. Necesitaban 
espacio en la calle para
movilizar grandes vehículos.
Mi cocotero tuvo que ser eliminado, demasiado pronto,
demasiado joven. Cayó
a tierra un majestuoso
árbol, que no perjudicó un alma.

Un día ya no estuvo.

Vinieron a cortarlo. Yo lloraba
con el árbol mientras se quejaba
calladamente. El estruendo de sus hojas 
desplomándose a tierra para formar
una corona en la base. Luego vino
el tronco. Cayó directo partiendo en dos
el muro del vecino y luego
el árbol ya no estaba. Yacía allí, acostado,
sobre la tierra, tan indefenso y triste.

El árbol fue plantado en mi cuarto
cumpleaños. Un cocotero. Pero aquel día
era sólo un viejo coco 
con una hoja sobresaliente. Un brote;
una sola hoja, doblada y esforzándose
en desplegar aquel tallo
salido del coco tan viejo
y nudoso. Toqué la hojita
oculta en el interior,
tímida de ser vista. La hoja se esforzaba por  
salir y atrapar algo de sol.
Afuera, buscó afuera hasta que logró 

sonreír con el sol.

 

Esperanza 


Dame un sorbo de agua
que mis labios están resecos, mi garganta demasiado seca
para hablar y te cantaré una canción
del Sahel, tal como la recuerdo. Una canción suave
y dulce como el viento en los árboles
mientras susurra en su camino.
Una canción tan bella que las nubes
la arrebatarán, enviándola directo a ti, sentado
en tu habitación, lejos
en un distante rincón del mundo.

Dame un trago de agua tan dulce,
tan fría, que pueda contarte historias del Sahel
como era antes de volverse esto. Historias
sobre las aventuras de los tuaregs a través de los
territorios, o los Fulani buscando pastizales
para su ganado, historias que te harán abrir
los ojos de par en par en asombro
y te dejarán sediento de más.

Dame un balde de agua para lavar
el polvo de mi cuerpo
ya marrón rojizo como la tierra
a mi alrededor. Un poco de agua para lavarme
y alejar las moscas que se ciernen sobre mí,
todo el tiempo,
llamando, llamando a otros a venir
a unirse al banquete que soy. Quiero purificarme
una vez más, para recordar
el tacto sedoso de las aguas
mientras acarician mi piel.

Arrójame un chaparrón de agua, no,
mejor un diluvio, para coser las grietas de la tierra
debajo de mí, mientras yazgo aquí preguntándome
si se abrirán y me tragarán un día.
Un chaparrón tan intenso
que haga crecer altos y fuertes los cultivos 
y así tendremos alimento que comer. Por fin.

Miro hacia arriba con esperanza y espero las lluvias
que se olvidan de venir. Espero a la gente que me dejó
aquí, a solas.
Te espero bajo este árbol
que no ofrece sombra alguna del sol mientras
me mira fijamente desde arriba. Mi mente se desvía

a lugares lejanos como el ganado pastando
en alguna tierra lejana buscando, siempre buscando
pero sin encontrar. ¿Esto cuándo terminará?



Conversaciones en la oscuridad


Él le habla en su sueño al
niño que perdió aquel día sobre las olas.

Las aguas crecientes no pudieron contenerlo.
Lo alzaron como un pedazo
de periódico viejo
en el viento y se lo llevaron.

Él jamás vio ni escuchó,
nunca comprendió hasta que fue demasiado tarde.
En el destello de un segundo 
su hijo ya no estaba.
Pero él no quiere creer lo que dicen.
No le agrada pensar que fue el fin.
Una parte suya le grita en la noche a los fantasmas
que sobrevuelan, exigiendo respuestas
en la quietud de la noche,
cuando todos duermen.

Él cree que fue rescatado.
Que alguna persona amable lo acogió
pero ¿por qué no lo enviaron de vuelta adonde
pertenecía?

Él sabe
que aún vive, luchando
por escapar, pero ¿cómo encontrar una pequeña vida perdida
que pudo haber sido salvada,
sólo para quedar presa en una red de mentiras?

Él llama a quienes pasan, envía
mensajes en el viento adonde sea que vayan los vientos 
y espera cada día la esperanza
destrozada de noche sólo para ser reavivada
en el amanecer de otro día, mientras 
la vida continúa.


Shirani Rajapakse es una poeta y escritora de cuentos de Sri Lanka, ganadora de premios y publicada internacionalmente. Ganó el Concurso de Poesía Cha “Betrayal” en 2013 y fue finalista en el Premio de Poesía Anna Davidson Rosenberg, también en 2013. Es autora de tres colecciones de cuentos, Noticia de última hora (2011, 2018) finalista del Premio Gratiaen; Existo. Por lo tanto, soy, 2018, ganador del Premio Literario del Estado 2019 y preseleccionado para el Premio Rubery al Libro; y Dioses, misiles y un montón de disparates, 2021. También publicó dos libros de poesía, Canto de un millón de mujeres, 2017 y Hojas caídas, 2019. Canto de un millón de mujeres ganó el Premio Kindle al Libro en 2018, y fue elegido como “Selección oficial” en el Premio New Apple Summer al libro, en 2018 a la excelencia en la publicación independiente y recibió una mención de honor en el Premio a los Favoritos de Los Lectores, 2018. La obra de Rajapakse aparece en muchas revistas literarias y antologías de todo el mundo, incluidas Flash: The International Short-Short Story Magazine, Litro, Silver Birch, Linnet's Wings, Deep Water, Mascara, Moving Worlds, Berfrois, Cyclamens & Swords, Dove Tales, Buddhist Poetry, Counterpunch, About Place, Voices Israel, Poems for Freedom, Flash Fiction International y otras. Rajapakse obtuvo una licenciatura en Literatura Inglesa de la Universidad de Kelaniya, Sri Lanka y tiene una Maestría en Relaciones Internacionales de la Jawaharlal Nehru University, India. 

Última actualización: 27/05/2023