Takako Arai, Japón
Por:
Takako Arai
Traductor:
Aurelio Asiain
Cuando surge la luna
Es el turno de noche en la hilandería abandonada
en la que solo hay una bombilla
y los tornos de hilar giran solos
cachán, era el sonido
de las bobinas cuando las cambiaban
el lugar fue clausurado
hace ya una década
pero el trabajo empieza cuando sale la luna
su extraña automatización
dicen que poco después de la guerra
quedó atrapado en una máquina el cabello
de una obrera que así perdió la vida,
pero este no es trabajo de fantasmas
no,
aunque esas cosas flotan en el aire
aquí en la fábrica
donde hay hábitos peculiares
lo que quiero decir
es que quedan costumbres peculiares
la anciana que aquí hiló cuarenta y cuatro años
se moja aún la punta del índice y enrolla
ni en su lecho de muerte
pudo huir de ese gesto
y así en el otro mundo ha de seguir
pues son tan infinitamente delgados esos hilos
que se introducen en el cuerpo del operario
y lo poseen
y así
desde los dedos de la obrera
el hilo de seda cruda
jalado suavemente
danza luego sin fin
la fábrica es así también
el eje de la rueda cuando hila
recuerda
las moléculas de acero
cuelgan sus cabezas en la
dirección en que hilan
luego son atrapadas
garang,
se echan a andar,
cuando la luz de luna se derrama
no es la pleamar lo único colmado
garang,
garang
los tornos de hilar giran
los hilos nadan
en la fábrica abandonada ~
Traducido por Aurelio Asiain
Wheels
¡Que llega el fuego! ¡Pronto va a llegar el fuego!
Advertía la serpiente hembra, ¿la recuerdas?
Vivía en la parte alta del armario
Para meterse en nuestros futones,
Crecimos escuchando esa voz, no solo yo, también mi hermana mayor,
Al final, no aguantábamos más,
Vlan, vlan, palpitaban las sienes,
¡Parece que será esta noche! ¡Como que va a ser esta noche!
¿Apagaste? ¿Cortaste?
¿Cerraste? Por las fisuras puede entrar una pavesa, ¿no?
Los ojos bien abiertos, hasta que duelan, hay que revisar,
La serpiente es la reencarnación de aquella joven obrera, tres generaciones atrás,
Era tan bella que atraía la mirada de los hombres que pasaban
Pero el que ella amaba, la engañó,
Empezó a consumir anfetaminas con tanta frecuencia,
Que ya no podía dejar el dormitorio de obreras,
Empezaron las visiones,
¡Que llega el fuego! ¡Pronto va a llegar hasta acá el fuego!
Aparece el fantasma del incendio, lo ve,
Allí, allí puede empezar, tal vez lo deseaba,
Solo había mujeres en la fábrica,
Toma agua de una boquilla y la mantiene en la boca, cobra fuerzas de nuevo,
La joven obrera se recupera por un instante,
Aunque un lado de su rostro sonreía
Y el mechón de la frente como un bello Monte Fuji la hacía hermosa,
Su expresión era melancólica,
¡Que llega el fuego! ¡Caliente, eh! ¡Caliente!
Ardía, convulsionaba, murió entre horribles pesadillas,
Que sus funerales fueron aquí, decían,
Que su hermano no vino a reclamar el cuerpo, decían,
Los mechones de cabello que sus colegas guardaron de recuerdo
Quedaron en un estante del armario,
¡Eso es!
Aquel cabello era el de la algarabía nocturna,
El fuego del hornillo, el fuego de la estufa, el calentador de la mesa, las cenizas del cigarrillo,
El horno de la bañera, el picaporte metálico de la contraventana, la llave de la ventana,
¡Lo revisamos todo al detalle, eh!
Luego de revisar una cosa olvidábamos la anterior,
Cuando doña serpiente decía: ¡cuidado, sin trampas!, teníamos que volver a empezar,
¡Que llega el fuego ¡Pronto va a llegar, les digo!
Huimos arrastrándonos,
Y las pequeñas estufas de carbón del suelo de la fábrica
¿Las revisamos bien? no sé, no estoy segura,
¡La voz no nos dejaba en paz, nos mordía!
Alguna vez, mi hermana, solo por bromear,
Solo por jugar a imitar a la joven obrera,
Apagó la luz del baño dejándolo todo completamente a oscuras
¡Que llega el fuego! ¡Pronto va a llegar el fuego!
¡Caliente, eh! ¡Caliente!, decía remedándola,
Yo arranqué a llorar, agarrada a su cuerpo, lloré
Solo porque me había sorprendido, lloré,
Pero aun enfriándose en el vapor de agua caliente
El rostro infantil de mi hermana brillaba,
Su juego era cada vez más creíble
¡Que llega el fuego! ¡Que va a llegar el fuego! ¡Va a llegar, va a llegar…!
¡La fábrica está a punto de arder!
La voz, esa voz, mano que atrapa,
Llega
Se devuelve, se acerca de nuevo
Aprieta GRRRR
Nos devoraba a las dos, completamente desnudas,
Acurrucadas, tratábamos de soportar el miedo bajo el futón,
De cualquier forma, nos arrastrábamos,
A nuestras espaldas, todo el tiempo
La obrera de pie,
Juntas mirando cómo empezaba el fuego
Se arrastra, se arrastra, se arrastra,
El techo escupía polvo, los picaportes de los armarios crujían,
Pero, ¡cómo no sabes!,
Lo hicimos muchas veces
Revisamos, lo encontramos
Nosotras
Las recelosas al extremo,
Apagado el gas de la hornilla,
Las colillas del cenicero apagadas,
Apagadas las cenizas del brasero,
El fuego sospechoso,
Alumbra,
Lo vemos,
Yo perseguía a la obrera que perseguía a mi hermana que me perseguía,
Yo me perseguía persiguiendo a la obrera que perseguía a mi hermana
Nosotras
Éramos ratoncillos formando una espiral en ascenso
Éramos ratoncillos domésticos, con el pecho batiendo de miedo
¡No lo alcanzamos!
Al fuego que corre
El torno de hilar ríe,
Cuántas veces encendimos fuegos artificiales cerca de la cuneta de la fábrica,
Traíamos los candelabros de cobre del altar para los difuntos que había en casa
Y acercábamos papeles de colores a la llama de la vela,
La pólvora los consumía
Luego de que la llama se ahogaba un poco,
Crepitaba,
Daba vueltas, golpeaba la grava,
Furtiva, trataba de atrapar los tobillos de los niños,
Se reflejaba en el agua,
Se prendían las correas de las sandalias y estallaban, ¡pum!
Nos mordía,
El fuego,
Los fantasmas, no tienen pies, ¿verdad?
Por eso, intenta devorarnos,
El fuego nos perseguía,
Éramos nosotras las perseguidas, te digo,
El torno de hilar ríe
Había un edredón muy rojo
Cosido con la tela del kimono interior de la obrera,
Y si te escondes,
Hace calor, el viento atraviesa la garganta
Y si te escondes más,
El sol poniente penetraba, resplandecía,
La gruesa serpiente parecía querer salir de la parte alta del armario
Quería aproximarse a los dos ratoncillos:
Sus pupilas transparentaban el ardor de la llama
La llama
Flamea,
Huye arrastrándose,
La obrera
Estaba en llamas,
Su cabello suelto, se hizo bruma
Ardió,
Mi hermana
De sus dientes desalineados sacó un poco la lengua
Yo
Me quedé de pie al borde de la cuneta
Los tobillos,
Se destrozan,
El torno de hilar gira. Gira en el viento caliente. Gira agarrando las manos calientes de la llama. Obstinado, gira. Gira envolviendo. Gira contemplando el mundo de acá. La fábrica textil, un torno de fuego. El torno gira. Hasta dónde va a dar vueltas. Hasta cuándo va a dar vueltas.
Está dando vueltas.
Está hilando con una fibra al rojo vivo.
Traducido por Sandra Morales Muñoz
Camas y telares
Mi trabajo de novata era anunciar las llamadas,
dejar los auriculares, atravesar la fábrica,
cla clan, cla clan, cla clan, entre bullicio de telares,
me estiro todo lo que puedo, y al oído:
“¡Sat-chan! ¡Teléfono!”
Aquella vez, era para Yai-chan.
Pasé la sala de perforación,
el sector de la urdimbre,
el taller de hilado
Y vislumbré en el camino
la foto porno pegada al calendario.
En una fábrica sólo de mujeres (salvo dos mecánicos),
como en un baño público,
se desnudan los pechos, sí, como en la foto,
Y derraman leche:
si los bebés lloran, hay que alimentarlos.
Llevándolos en brazos, las trabajadoras
se ganaban la vida de los telares a las cunas.
Aceite de máquina y para el pelo, hedor a pecho,
Es el olor de la fábrica, me asquea respirarlo,
cunas y telares,
en las cunas los telares,
cunas como telares
cla clan, cla clan, cla clan, cla clan.
Aquella vez, era para Yai-chan.
Tenía prestigio en el trabajo.
Tejer el hábito rojo de un sacerdote
exige buenas manos, ojos, cabeza, ser buena entre las piernas,
“si no es una mujer genuina, no funciona”
así siempre dice la patrona
lo que hace alcanzar el nirvana
a un monje que no conoce a las muchachas
no son las recitaciones
son las tejedoras,
el roce de la ropa sobre la piel es su consuelo
la mano de Yai-chan es la barca que navega hacia los tres infiernos,
el brocado para el abad (cuatrocientos mil yenes el metro)
era el sustento
de la vida diaria de la fábrica:
las veintidós trabajadoras,
el alcohol de sus maridos, el incienso de sus suegras,
la excursión de sus hijos.
También Yai-chan tuvo un hijo
con el muchacho de la bici del delivery
Pero en las afueras, él escondía una esposa,
que cuando se enteró, no digirió el asunto:
como fideos pasados en el hervor de la ira
disolvió la cosa e hizo suyo al niño,
y por eso
aunque Yai-chan ya pasaba los treinta, sus pechos hinchados
sin derramar una gota quedaron firmemente sellados,
cunas y telares,
de las cunas a los telares,
cunas como telares, junto a
la foto porno de la fábrica femenina:
un ícono de Yai-chan, cuyos pechos, llenos de leche sin destinatario
eran como una fruta demasiado madura
qué horror ¿no? la patrona que decía
“las inquietudes
que le arrugan el entrecejo
la hacen trabajar de noche,
la hacen una mujer genuina
¿entienden? oremos, agradeciendo a Yai.”
Mi trabajo era anunciar las llamadas.
Yo estaba atrás del todo,
si el impaciente corta, hay que llamarlo de vuelta,
por eso es el ábaco quien marca mi paso:
corro, corro
me atropello,
en el depósito, entre montañas de hilo
parece que hay algo, algo plano,
cla clan, cla clan, se movía la máquina sola
No está,
la María-Kannon de la fábrica de tejedoras no está allí de pie,
está durmiendo, está en la cama
¡se metió en la cama doble!
¡Yai-chan
estuvo haciéndolo!
al mediodía, con Shō-yan, el reparador de máquinas
cri cri cri cri cri cric
sus fémures son
las puertas de Kannon.
(¿alguien puede decir acaso
la cuna está bien, la cama doble no?
en una fábrica que rinde culto a la habilidad
si en una mujer genuina
hay un buda oculto
¿alguien puede decir acaso
“no abras tus puertas”?)
Termina de tejer el hábito
cla clan, cla clan,
los fénix de oro puro
tintinean sus crestas como esterillas al viento, afilan sus espolones
se elevan bailando
en el diseño de la espalda y las mangas del hábito de raso
el dragón-nube de ojos hendidos
el dragón-ascendente de bigotes largos
el dragón-misterioso de escamas bruñidas
en el lugar del nacimiento donde los hilos se entrelazan
los dragones, los fénix, los abades que se relamen
descienden bailando,
a la cama doble
a respirar el sudor de las bulliciosas sábanas
cla clan, cla clan, cla clan, cla clan
la cama doble es el telar,
en la cama doble está el telar,
de la cama doble al telar,
la patrona
mientras escupía espuma por la boca
recitaba el Sutra del Corazón en el altar de sus ancestros
cla clan, cla clan, cla clan, cla clan
la forma es vacío, el vacío es forma
El llamado
las llamas
las mujeres atienden al llamado
Traducción de Julieta Marina Herrera
Takako Arai es una poeta de vanguardia nacida en 1966 en Kiryū, Japón, un área históricamente conocida por su magnífico tejido. Es autora de tres libros de poesía en japonés y es conocida por sus descripciones de la vida de las mujeres que observó en la pequeña fábrica de propiedad de su padre.
Con su libro Danza del alma, obtuvo el Premio Oguma Hideo en 2008. Participó en el Programa Internacional de Escritura de Iowa 2019. Vive en Yokohama y es profesora asociada en la Universidad de Saitama. Su colección de poemas en inglés: Factory Girls, editada por Jeffrey Angles, Action Books, 2019, fue finalista del Premio Sarah Maguire 2020.