“A mí que me tumben”
Por: Jotamario Arbeláez
Me llamo Sebastián Moyano, nacido en Belalcázar, España, de donde hui, acompañando a Colón en su tercer viaje,
para escurrirme del juicio que se me haría por haber matado un cerdo, así como lo oyen, un cerdo, no hablo en metáforas,
y participé con toda mi garra en la conquista española.
Pese a haber sido considerado históricamente un villano, cosa que no tengo por qué negar, pues a ello me conllevaron las circunstancias,
la municipalidad de Cali me consagró el 25 de julio de 1937, en el cuarto centenario de su fundación, una estatua en bronce fundido, ejecutada por el maestro Víctor Macho,
con una mano afirmándose en mi espada Tizona, como la del Cid Campeador, y la otra señalando hacia atrás, hacia el occidente, y una placa con honrosa dedicatoria.
Fue puesta mi efigie en un sitio alto y privilegiado desde donde se divisa la ciudad y a mis pies una vasta zona de pastizales, donde no faltaban los indecentes que se detenían allí a hacer sus necesidades.
No faltó tampoco el gracioso que en algún momento cambió la dedicatoria por la leyenda “A cagar atrás”, aprovechando la dirección de mi dedo,
la cual fue obedecida por los transeúntes diarreicos y a cambio se convirtió en un jardín de apasionados amantes nocturnos camuflados por los arbustos.
A pesar de haber sido honrado por la corona como gobernador y dueño de Popayán de por vida, debido a mis servicios, excluidos los atropellos contra las tribus y las matanzas de indígenas,
fui condenado a muerte debido a la ejecución del usurpador “mariscal” Jorge Robledo, quien quería ser peor que yo, cosa que no podía permitirle.
Jorge Robledo, qué personaje más incómodo para quien domina el terreno.
Terminé muriendo en Cartagena como cualquier apestado, luego de abusar del poder como se estilaba, y mientras me preparaba para zarpar hacia España a apelar mi condena.
Pero mi memoria permaneció en esa estatua caleña, entre otras, como también en la que derribaron días atrás en mi ciudad consagrada.
Vengativos los recalcitrantes aborígenes, al lograr confirmar que los hideputas fuimos nosotros,
y lo fuimos a mucho honor cumpliendo nuestro destino, y si se nos viene encima la historia y nos toca caer celebramos nuestra caída.
La de Cali fue derribada, qué le vamos a hacer, el pasado 28 de abril, por los indígenas del pueblo Misak,
aprovechando el alzamiento de la población contra los impuestos que les iba a clavar el gobierno, insurrección que estaba cantada y que hasta el más intonso veía venir.
Pero viéndolo bien, a mí que me tumben. Me importa un soberano culo, después de haber sido testigo de tanto culeo.
El escritor William Ospina ha publicado una sugestiva página titulada “No caerán sólo las estatuas”.
El novelista Álvarez Gardeazábal le pide la renuncia al presidente por haber provocado con su soberbia la ola de desastres.
Los jóvenes enardecidos, herederos de aquellos que pregonaban que “todo lo que está consagrado como adorable por el orden imperante en Colombia será examinado y revisado”,
han instaurado en mi reemplazo, en lo que ahora llaman las redes sociales desde donde el descontento martilla,
la efigie del escritor caleño Andrés Caicedo con la mano en las huevas en condena de la estatuaria.
En Santafé de Bogotá los Misak de visita derribaron en su propia avenida y al pie de la Universidad El Rosario el monumento del fundador Jiménez de Quesada,
de quien se suponía era un conquistador humanista y ecuánime pero que tal vez por el irrespeto en Tunja al zaque Quemuenchatocha y el incendio del Templo del Sol en Sogamoso, corrió la misma suerte de este depredador.
Y en Nariño, en lo que parece un chiste pastuso, tumbaron la efigie de don Antonio, lo que indica que el aluvión ya no solo va en contra de los conquistadores sino de los libertadores, de lo que no se salvarán ni Bolívar ni Santander, que también se las traían.
Y para seguir con los políticos, que ya era hora, en Manizales derribaron la estatua del “mariscal” Gilberto Alzate Avendaño,
y así se continuará con las placas conmemorativas y con los bautizos de los departamentos de Córdoba, Sucre, Nariño y los dos Santanderes, barrios y avenidas,
y si la iconoclastia prospera terminará por desaparecer el nombre de Colombia, derivado de Colón, y hasta el de América, de Vespucio,
cumpliéndose así el manifiesto de esos poetas que proponían “no dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio”.
De entre los vivos cayó el muy arrogante Ministro de Hacienda, de culo con su Reforma Tributaria, que terminó siendo el florero de Llorente de la revuelta.
Y los que tienen que caer caerán, porque de lo que sucede se termina siendo responsable por acción, por omisión, por imprevisión o provocación.
La tal reforma estaba condenada por casi todos los partidos antes de pasar al Congreso. Y por los gremios laborales y por la ciudadanía.
Cómo es posible que con tantos asesores de imagen y de tacto político el Gobierno se empecinara en no retirarla mientras se buscaba otra alternativa.
Afirma el Ministro de Defensa que detrás de los actos vandálicos están la organización Mamba negra, Los Capuchos M-B, JM-19, disidencias farquianas y células del ELN. Más Maduro.
Si los tenían detectados como detonantes posibles, ¿por qué les dieron papaya, como se dice en Cali, para que tomándose el paro ejercieran sus desafueros?
Uno es responsable por lo que hace y por lo que permite que le hagan.
Tan o más responsable que yo –que ahora estoy en el piso, dadas las fechorías que cometí, así hayan pasado cinco siglos–, es el gobernante que cocina la protesta de un pueblo desesperado.
Responsable de los casos de violencia policial y carnal y también de la violencia contra la policía,
contabilizados todos los muertos, heridos y desaparecidos;
responsable de las posibles condenas que puedan sufrir los uniformados en cumplimiento de las órdenes superiores y los civiles a quienes se acuse de los excesos;
responsable de los saqueos a supermercados, almacenes y residencias; de los incendios en estaciones de policía, establecimientos y en el transporte público;
responsable de los asaltos a bancos de los que se llevaron, además del dinero, los celulares de los vigilantes y de los cajeros físicos, los cajeros automáticos arrastrados, los computadores y hasta las cámaras de seguridad;
responsable del bloqueo de carreteras que impiden la circulación ciudadana y el transporte de los alimentos, drogas y mercancías;
responsable de un país paralizado y de lo que pueda seguir pasando.
Qué espectáculo para el mundo y para la historia.
Un presidente que casi acaba con su país por su incuria, su imprevisión, su impericia y su desafío a la población
y al que me vienen a tumbar es a mí. Va la madre.
Acudo al dicho caleño: “El que la caga la paga”. Y gracias al poeta por permitirme utilizar su espacio de prensa para descargarme.
Mayo 5-2021
Jotamario Arbeláez nació en Cali, Colombia, en 1940. Destacado representante y cofundador del movimiento nadaísta colombiano. Desde su primer libro, El profeta en su casa (1966), Jotamario demostró la ironía, el humor negro, la irreverencia y la mordacidad que había asimilado a través de sus lecturas de los creadores surrealistas. En 1980 obtuvo el Premio Nacional de Poesía Oveja Negra y Golpe de Dados, con Mi reino por este mundo (1981). Otros libros publicados: El libro rojo de Rojas (1970), en colaboración con Elmo Valencia; la antología Doce poetas nadaístas de los últimos días (1986) y El espíritu erótico (1990), antología poética y pictórica realizada junto con Fernando Guinard. En 1985 mereció el Premio Nacional de Poesía Colcultura por su libro La casa de la memoria. Obtuvo el Primer lugar en el premio Víctor Valera Mora, el más destacado premio poético latinoamericano.