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La poesía, compañera de viaje hacia la paz

Por: Pedro Ruiz

Las palabras poesía, paz y pedagogía son hermosas, saben a infancia, pero como duelen. Son las primeras víctimas de una "civilización" constructora de violencia y de una tecnología al servicio de esa violencia.

Es una batalla de siglos la que labran los pueblos por impedir que les quiten su significado humanístico y las conviertan en palabras huecas, muertas. Digamos, entonces, que son heridas de guerra en este escenario trágico que es el mapa mundial. Son disparos certeros al corazón humano, pues de poesía, paz y pedagogía están edificados nuestros pueblos, es decir, el espíritu común que nos hermana.

Poesía y paz son poderosos instrumentos pedagógicos redentores. Es lo que cuenta la historia en nuestros libros, y leemos en los ojos de los niños y niñas de Venezuela y Colombia cuando la utopía toca sus vidas.

Vamos juntos, entonces, como fue hace siglos y tendrá que continuar siendo, a poner cada uno nuestra piedra para edificar la casa de todos que debe ser la tierra, a la cual hay que devolverle su condición de Madre. Hay que quererla, sentirla, escucharla. El método lo tuvieron las primeras culturas de donde provenimos. Vamos a desenterrarlo.

Detengamos la violencia, la destrucción y cultivemos una pedagogía para la vida, con la poesía y la paz como instrumentos liberadores. Somos los convocados al nuevo nacimiento, renaceremos juntos.

La poesía es una escuela natural que está en nosotros, en todos los pueblos de la tierra desde comienzos de la humanidad. Lo he leído en las piedras como una señal de que la primera idea fue comunicarnos. Por eso tengo fe, tengo esperanza en los poetas del mundo, y estoy convencido que no puede haber otro destino sino el de que vendrán seres humanos -como cantó el poeta-  en el verdadero sentido de la palabra, buenos.

Oigamos el testimonio de Ho Chi Minh, llamado por su pueblo El Tío Ho, en Diario de Prisión, 1911 en China, tomado del libro El peor de los oficios, de Gustavo Pereira.

"Con los ojos cerrados todos los rostros parecen puros pero cuando despiertan en unos aparecen la maldad y en otros, la bondad. El hombre no es malo ni bueno, por su nacimiento; la maldad y la bondad no son sino frutos de la educación".

Conmueve la experiencia que tenemos cuando abrimos las páginas de un libro de Poesía indígena. Son cantos plenos de ternura, aunque el dolor sea el tema. Son cantos de resistencia escritos en medio de la batalla que fue cada una de sus vidas. Cantos comunitarios que nos hermanan y fortalecen.

Es inevitable recordar que son siglos de orfandad los que han vivido nuestros pueblos. Junto al asesinato y desplazamiento de millones de seres humanos todas las guerras imperiales apuntan hacia la destrucción de nuestras culturas, de nuestra identidad. Pero allí está, hermosa y transparente esa piedra fundamental para leer, reedificar lo que destruyeron y perpetuar lo que vendrá: la poesía.

Cuenta la filósofa Denisse Levertov en su jibro El poeta en el mundo, Visiones de vida vietnamita, como aquel pueblo bajo el bombardeo norteamericano preservaba su paz interior.

"Anoche sonó en la distancia una sirena de ataque aéreo, pero esta mañana en la quietud, hay sólo sonidos agradables, suaves, vitales. Alguien toca una flauta de bambú bajo un níspero. Esta es la imagen fugaz de la inmemorial vida aldeana que cantan tantos poemas y cuentos vietnamitas, lo que Thi, nuestro amigo poeta de Hanoi esperaba que viéramos y lo llamaba la raíz, la esencia de todas las cosas vietnamitas".

La poesía es el lenguaje que perpetúa la aspiración humana de justicia y paz. Esa que anda por ahí en los rostros de hombres y mujeres de Colombia y Venezuela, y que escucho en los acordeones y arpas que llevan y traen la música del paisaje, del espíritu.

La poesía tiene la particularidad que desanda los siglos sembrada en la memoria de los pueblos.  Es un patrimonio universal que nos encuentra, nos emparenta. Cuando un poeta canta en cualquier aldea del mundo su canto e interrogaciones resume las interrogantes de todos los seres humanos de la tierra frente al misterio, el infortunio, el amor, el destino común.

La comarca de la poesía es el corazón del ser humano; la aldea donde nacen las palabras que construyen y pueblan el mundo de metáforas, leyendas, mitos, cantos, tradiciones, que la oralidad y los libros transportan, transforman y permiten que renazcan donde quiera que la huella humana talle la tierra.

El tejido de la poesía es la aldea, el lugar. Una aldea que todos en el mundo estamos buscando. Ya está poblada de cantos, nos toca preservar su ambiente, su cultura, su identidad y sembrarla de justicia social. Entonces nacerán los nuevos cantos, que morirán y volverán a nacer. Cuánto nos enseñan los poetas cuando son la voz de sus pueblos.

Como expresa Paulo Freire al referirse a la educación liberadora, "si la vocación ontológica del hombre es la de ser sujeto y no objeto, sólo podrá desarrollarla en la medida en que, reflexionando en sus condiciones tiempo-espaciales, se inserte en ellas críticamente. Cuanto más sea llevado a reflexionar sobre su situacionalidad, sobre su enraizamiento tiempo-espacial, más emergerá de ella conscientemente cargado de compromiso con su realidad, de la cual, porque es sujeto, no debe ser mero espectador, sino que debe intervenir cada vez más".

La poesía es diálogo que nos permite encontrarnos en las artes y los oficios que el ser humano ha edificado en su tránsito histórico. ¿No somos cantores de nuestro tiempo y vida?

También la poesía está hecha de "velas de cebo, paciencia, jabón y trabajo", pregón del Maestro Simón Rodríguez mientras fundaba escuelitas para sembrar Luces y Virtudes Americanas. Porque el mejor destino de una Escuela de Poesía no es, precisamente, enseñar a escribir poesía, sino a pensar poéticamente el mundo, y actuar en consecuencia, tal como lo escribió la filósofa Simone Weil "La poesía es un instrumento pedagógico que nos permite pensar y actuar".

 Necesitamos que la poesía sea nuestra compañera de viaje hacia la paz, hacia la vida nueva. La tierra espera por nuestro canto común reverdecido.


Pedro Ruiz nació en Trujillo, República Bolivariana de Venezuela, en 1953. Es poeta, cronista y promotor cultural. Exdirector de Cultura del Gobierno Bolivariano de Trujillo, (2000-2008). Fundó la Bienal Nacional de Literatura Ramón Palomares y el Fondo Editorial Arturo Cardozo. Ha ejercido el periodismo cultural en diarios y revistas. Miembro directivo fundador de la Red Nacional de Escritores de Venezuela. Maestro Honorario de la Universidad Nacional Experimental de Las Artes (Unearte).

Es autor de los libros de poesía: Con el río a la espalda, 1985; Estación posible, 1995; Campesinos. Antología poética, 2009; Ojo de agua, 2022, así como de los libros de crónica: La memoria de Aragua, volúmenes I y II (1990-1992); Palo Negro ayer y hoy. Crónicas de su vivir sencillo, 1992; La mano que talla. Artesanía y arte popular de Aragua, 2000; Otilio Galíndez, un poeta que canta la patria, 2006; Ramón Palomares. Habitando el reino, 2007; Dos poetas cantan la patria: Ramón Palomares y Otilio Galíndez, 2007; Tiempo y tinta. Una lectura de los saberes del pueblo venezolano, 2016.

Integra la Antología Andina, sobre la joven poesía de Los Andes, Julio Miranda, Fundarte, 1988; y la Antología 70 poetas venezolanos en solidaridad con Palestina, Irak y Líbano, coeditada por el MINCI y la Asamblea Nacional, 2006.

Última actualización: 07/03/2024