El ocaso de los pájaros blancos
Por: Sebastián Tobón
Nací en una generación para quienes el discurso de la paz suponía un extraño; más emparentado con utopías y promesas mesiánicas, que con formas prácticas de vivir en este país. Desde pequeño este concepto nos lo enseñaron como la ausencia de formas violentas en la solución de conflictos; y nuestras manos (libres de las ampollas del tiempo) aprendieron a reconocer en pájaros blancos, como palomas, la imagen que asociábamos con la paz. Durante la última década del siglo pasado, la identidad que desarrollaba como colombiano creía adivinarla en una fe ciega en las vías de hecho, como determinantes de discusión; y una total desconfianza del andamiaje legal, reservado para quienes detentaban el poder manifiesto en su brazo político. De allí que optara por estudiar Derecho, guiado por la convicción que la razón que subyace en las leyes también es propia de un país; que desde su creación, hace un par de siglos, ha estado inmerso en guerras civiles, partidarias, de subversión y avivadas por el flagelo mutable del narcotráfico.
En los años que llevamos de este siglo, que han coincido con una remarcada fe en el cambio de las dinámicas sociales, la paz se ha asociado con la vuelta del autoritarismo estatal. Ahora, por intermedio de un ensanchamiento del poder efectivo del Gobierno, vivimos con un impulso a que la obediencia de todos los actores sociales nos llevará a un ambiente pacífico y de convivencia. Lo anterior ha dado pie a que sectores tradicionalmente conservadores (en el sentido amplio del término, no haciendo referencia directa al partido) sigan entorpeciendo la promesa de igualdad y libre discurso que nos atesoraba la Constitución de 1991.
Por suerte los discursos guerreristas y autoritarios caen con el tiempo por su propio peso. Aprendemos, que en parte causa de los anteriores, en Colombia aún se sigue hablando de racismo, violencia contra la mujer, intolerancia de género y orientación sexual… entre otros factores. ¿Qué papel toma la poesía en un escenario así? La Poesía es la forma de expresión de la disonancia y el inconformismo. No invita a seguir un patrón, sino a explorarlo hasta poder reconfigurarlo. La paz no debe ser la instigación a pensar igual, en un clima donde el miedo al uso de la legalidad nos calle. No debe representarse como pájaros blancos en las solapas de los trajes de políticos y periodistas. La paz nace del respeto hacia el otro. Del querer defender una opinión, igual que se defiende el Derecho a que el otro tenga la oportunidad de opinar.
Estamos en una coyuntura social y política que nos invita a alzar la voz, donde el arte sea visto como generador de escenarios de reflexión y discusión, y no como un lujo de clases altas o de intelectuales de cafetería. La paz, es ahora, un sueño posible. La idea de una paz, que nos cobije a todos en nuestras diferencias, es ahora realizable. La Poesía no debe casarse, sin embargo, con ningún discurso. Debe ser grito y desgarro, debe ser palabras intemporales acudiendo a la siempre perenne necesidad humana de reconocer lo bello, aún en lo que no pareciera serlo.
Nació en Medellín, Antioquia, Colombia, el 21 de enero de 1987. Abogado de profesión. Ha publicado con los colectivos “la Buerta de los poetas” y “Álgebra de Estrellas”. Escribe porque “algo que escapó al lenguaje cosió dos vientres en sus ojos”.