Cantaremos poesía del Sur del mundo al Sur del mundo

Por:
Mohammed Al-Attabi
Traductor:
Abdul Hadi Sadoun
(1)
«La poesía nos asegura que lloramos porque no nos hemos acostumbrado a la humillación, sangramos porque no hemos muerto y nos enojamos porque no nos hemos adaptado a la injusticia. Nos recuerda que somos humanos».
Así decía el poeta árabe fallecido, Mamduh Adwan.
La poesía es un estado de cuestionamiento contigo mismo, una visión del otro a través de ti mismo, una nueva nominación de las cosas, un descubrimiento de relaciones que no vemos. Todo esto le otorga al poeta una visión del mundo, una postura ante toda fealdad y humillación a su alrededor, y también ante toda belleza. Cuando hablo de una postura, no me refiero necesariamente a una ideología o a un sistema político, social o económico... sino a una posición frente a uno mismo, frente al otro y frente a la existencia, sin que necesariamente haya contradicción entre ellos.
Un crítico conocido lanzó una feroz crítica contra Sohrab Sepehri, el célebre poeta iraní: «Mientras Estados Unidos bombardeaba Vietnam y mataba gente, ¿te preocupabas por dar de beber a una paloma?». Sepehri le respondió: «El problema fundamental es que quien no se preocupa por la paloma, quien no lleva en su corazón compasión y en su alma amor, tampoco se preocupará por los seres humanos». La poesía, aunque no pueda detener materialmente estas guerras, asesinatos y destrucción, sin duda puede decir «no», gritar con la voz de los desplazados, llorar por aquellos cuyo único funeral es una breve y pasajera noticia.
(2)
¿Por qué amas la poesía?, me pregunta un amigo…
Amamos la poesía porque vivimos a través de ella y nos heredará después de la muerte.
Creemos en la poesía porque es una salvación de toda esta fealdad en el mundo. Creemos en la poesía porque es una palabra de fe y un acto de resistencia. Creemos en la poesía porque la poesía es otra profecía.
En su esencia más pura, la poesía es la palabra «no».
«No» a la monotonía de las palabras, «no» a la imitación en la escritura, «no» al silencio cuando se necesita un grito, y «no» a la racionalidad y a las soluciones a medias cuando la frente sudorosa brilla y el fuego de las revoluciones late en las venas del pueblo rugiente.
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«Para el poeta, los símbolos son sonidos y palabras al mismo tiempo, historias, mitos, poesía… El trabajo del poeta es eterno, no tiene fin… El poeta nunca puede descansar, trabaja incluso en sus sueños». Así decía Borges.
Relaciono esta cita con una frase querida por nosotros: «Dios tiene tantos caminos como los alientos de los humanos». La recuerdo cuando leo las definiciones que a lo largo de la historia han intentado decirnos qué es la poesía. Podría decirse que giran en torno a los conceptos de «renombrar las cosas con nombres distintos» y «romper la barrera del lenguaje ordinario». Ambos requieren el uso del símbolo, ya sea en forma de lenguaje simbólico o de ícono que expresa lo que no se puede explicar. La poesía siempre se apoya en uno de estos dos elementos, o en ambos.
En la poesía, vemos que nuestros símbolos inmortales son los símbolos de la revolución: resistir, aunque estés solo, ser «el triunfo de la sangre sobre la espada», luchar como si fueras el mundo entero, aunque todo el mundo sea tu enemigo.
Vengo a ustedes, compañeros, desde mi tierra árabe… Desde esa tierra donde Jesús caminó el sendero del Gólgota, como lo hace hoy el palestino desde hace tres cuartos de siglo, crucificado para vivir/resistir sin ofrecer la otra mejilla. Resiste con la piedra y la bala, así como celebra el olivo y las canciones.
Vengo a ustedes, compañeros, desde mi tierra árabe. Soy el iraquí que vive en las orillas del Golfo, en Kuwait, y llevo en mi corazón la sangre de Husein, el rebelde que, cuando se le dio a elegir entre rendirse ante los tiranos o morir, clamó con un grito poético inmortal: «¡Lejos de nosotros la humillación!» y cayó mártir, solo, salvo por unos pocos seguidores, pero permaneció vivo en la historia.
Vengo a ustedes, compañeros, desde mi tierra árabe. Oh, tierras de América del Sur… Veo en nuestros símbolos los suyos, y en los suyos los nuestros. Veo a Guevara, el revolucionario de «Patria o muerte», compañeros… Oh, tierras del coronel Aureliano Buendía, a quien lloro como lloro a nuestros héroes.
Vengo a ustedes del Sur del mundo al Sur del mundo… Y como dijo un poeta en la victoria sobre el enemigo sionista: «Todas las direcciones son sur… las cuatro direcciones hoy son sur». En este sur, que compartimos con pan, libertad, sueños y poemas, nuestros corazones oran hacia el sur… y hacia todo aquel que en el norte de nuestro mundo lleve en su corazón el eterno sur.
Alguien podría preguntar: ¿qué tiene que ver todo esto con la poesía? Y yo respondería que no hay momento más poético que la revolución, ni metáfora más real que la muerte.
Y porque la poesía es otra profecía, diferente de todas las demás, los poetas dicen: «Líbranos de la repetición y haz que entremos en la experiencia».
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El gran poeta fallecido Saadi Youssef decía:
«¿Quién encendió el fuego?
¿Quién me dijo: no hay cielo para que batan tus alas? ¿Quién?
¿Es tu culpa haber nacido un día en esa tierra?
Tres cuartos de siglo y sigues pagando con tu sangre esa mísera deuda:
haber nacido un día en esa tierra».
Cantaremos poesía, hoy, aquí…
En honor a los perdedores victoriosos, al indio rojo y su última danza, a los cantos de los mayas que nos saludan y flotan en el Amazonas y abrazan los Andes, al palestino que lleva su alma en sus manos y «se para en la esquina del sueño y combate».
Cantaremos poesía, hoy, aquí…
Por ustedes, los que sostienen la brasa en sus manos, por los mártires y los revolucionarios, el primer verso de la historia y el último verso del poema.
(5)
Concluyo mis palabras con un fragmento de mi primer libro poético:
«Tu bala,
que te fue entregada como regalo…
es un pincel
que dibuja la brasa de tus ojos ensangrentados;
en tu mundo rojo,
escribe en el muro de los tiranos
tu sueño,
tus palabras,
(Guevara)…».
Tras el asesinato de Ghassan Kanafani, Golda Meir dijo:
«Hoy nos hemos librado de una brigada intelectual armada. Ghassan, con su pluma, era más peligroso para Israel que mil combatientes armados».
Febrero 2025.
Mohammed Al-Attabi es un poeta y escritor iraquí nacido en 1989, que ha vivido la mayor parte de su vida en Kuwait, donde ha residido durante más de 20 años. Trabaja como editor jefe en la editorial Takween. Este contexto geográfico y cultural particular lo convierte en un puente importante para comprender la interacción cultural entre Irak y Kuwait, representando la experiencia de toda una generación árabe influenciada por la vida en el exilio o en la diáspora dentro de una misma región. Publicó en 2015 su primer poemario titulado Una puerta que mira en mis ojos, marcando su entrada al panorama poético árabe. Y en 2019 Lanzó su libro de poesía El escape del viento de las ciudades de piedra. Ese mismo año publicó también su colección de cuentos infantiles titulada Todo estará bien, editada en Beirut.
La experiencia de Mohamed Al-Attabi se distingue por su diversidad entre la poesía y la literatura infantil, reflejando un interés por expresar la condición humana desde múltiples perspectivas. Sus poemas entrelazan la dualidad entre el exilio y la pertenencia, entre la patria en la memoria y la realidad vivida, lo que otorga a sus textos un carácter profundamente existencial y emocional. Al-Attabi ha logrado ofrecer una voz poética diferente al plantear preguntas sobre la identidad y el desarraigo, consolidándose como una de las voces poéticas árabes que merecen ser exploradas para entender las experiencias de interacción cultural entre el exilio y el hogar.