English

La ecología, como la poesía, debe ser hecha por todos

Por: Homero Aridjis

Tenía diez años cuando estuve al borde de la muerte tras sufrir un accidente de escopeta, porque no quise tirar sobre una bandada de pájaros que pasaba por el cielo de mi casa.  El accidente me llevó a los libros y a escribir, mi experiencia cercana a la muerte dominó mi vida e impregnó mi sensibilidad como escritor, y los pájaros suscitaron una preocupación apasionada por el medio ambiente.  Entendí que de algún modo mi supervivencia estaba ligada a la suya.

La lectura remplazó al futbol-soccer, demasiado peligroso para mi, y pronto estaba devorando a Shakespeare, Julio Verne, Cervantes y el otro Homero, y empecé a escribir, usando la mesa del comedor como escritorio.

El pueblo de Contepec, al este de Michoacán, está rodeado de cerros. El más alto es el Cerro Altamirano y cada año la mariposa monarca, Danaus plexippus, llega desde Canadá y los Estados Unidos al Llano de la Mula, en su cima. Atraída por el microclima de los bosques de pino y oyamel en el centro de México, se cree que la monarca ha existido desde hace dos millones de años. Cuando empecé a escribir poemas, solía dar largos paseos en el Cerro Altamirano, con sus búhos y colibríes, sus coyotes y víboras de cascabel, sus zorrillos y alicantes, y así el cerro se convirtió en el paisaje y en la memoria de mi infancia. 

Contepec estaba lejos del mar y de la selva, a una altura de casi tres mil metros sobre el nivel del mar. Yo nunca había visto ballenas ni delfines, tigres ni leones, guacamayas escarlatas ni tortugas marinas, pero esos animales empezaron a formar parte de mi imaginación de niño, a conformar una mitología infantil.

No sospechaba que a los animales se les mataba para despojarlos de su piel, su carne, sus órganos y sus huevos, o por el puro placer de quitarles la vida, pero ya había aprendido en carne propia que en esta Tierra, en la esfera de la vida, no hay mayor riqueza que la existencia misma, tanto para los hombres como para los animales y las plantas, y para los pájaros que un día quise matar cuando estuve a punto de matarme a mí mismo.

Un día terriblemente contaminado de febrero de 1985 el filósofo Ramón Xirau envió una carta al periódico Unomásuno protestando por la contaminación. Al leerla supe que nadie haría caso de una voz perdida, pero me dije que si los escritores de México se unieran para hacer una declaración conjunta sobre el estado desastroso del aire en el valle de México, habría una posibilidad de que nos escucharan. Escribí el texto, amigos hicieron llamadas telefónicas para pedir firmas, y el 1° de marzo de 1985 dimos a conocer en los medios nacionales e internacionales una declaración firmada por 100 destacados intelectuales y artistas, afirmando que “esta contaminación nos está matando a todos”. Había nacido el Grupo de los Cien.  Entre los 100 firmantes había 34 poetas.  Como en México, donde los intelectuales son figuras públicas cuyas opiniones se respetan a veces más que las de las celebridades o las de los políticos, nunca dudé que los escritores deberían jugar un papel en las cuestiones que afectaban al país, como defender los derechos humanos y la justicia social, luchar contra la corrupción y defender el medio ambiente. Este activismo se podía realizar a través de la literatura o con acciones. Yo tomé los dos caminos.

Los esfuerzos del Grupo de los Cien han llevado a la publicación diaria de los reportes de los niveles de contaminación en la Ciudad de México, a  la reducción de la circulación de vehículos y  a la eliminación del plomo en la gasolina, en los alimentos enlatados y en la pintura. En abril de 1986, le pedí al presidente Miguel de la Madrid la creación de la Reserva de la Biosfera Mariposa Monarca, la cual fue decretada en octubre de este año, dando protección oficial de cinco santuarios de la mariposa monarca. Logramos  la devolución a Irlanda de toneladas de leche en polvo contaminadas por la radiación emitida en Chernobyl, antes de que pudiesen ser distribuidas en México.  Convencimos al gobierno de declarar la veda total a la captura y comercialización de la tortuga marina en México Dos veces el Grupo detuvo la construcción de presas hidroeléctricas sobre el río Usumacinta que inundaría 500 km. cuadrados de selva Lacandona y de ruinas mayas. A partir de febrero de 1995, el Grupo de los Cien encabezó una campaña internacional contra el proyecto de Exportadora de Sal (Mitsubishi y el gobierno de México) de construir la salinera más grande del mundo en Laguna San Ignacio, el último santuario prístino de la ballena gris, en Baja California Sur. El 2 de marzo de 2000,  el presidente de México  anunció la cancelación definitiva del proyecto.

Como presidente del Grupo me he sentido a menudo como Sísifo, pues los problemas ambientales que creemos resueltos retornan una y otra vez; como Casandra, profetizando desastres; y como Don Quijote, porque a veces parecemos locos luchando contra molinos de viento. No obstante que las especies de flora y fauna, los ríos y los bosques que defendemos no sabrán nunca que las defendimos, aun a costa de nuestra vida, “en los sueños comienza la responsabilidad”, como decía William Butler Yeats, y para mí no hay nada más tiránico que un sueño.

Estamos en un momento crítico para la Tierra.  El cambio climático, el declive de los recursos hídricos, forestales y pesqueros amenazan la sobrevivencia de la vida tal como la conocemos. Algunos pretextan que para combatir la pobreza hay que sacrificar los recursos, pero esto sería malgastar el presente para que no haya futuro.

La ola global de extinciones sigue en aumento.  Las actividades depredadoras del hombre, su despiadada destrucción de bosques y selvas, su pesca desmesurada, su ganadería extensiva, y su afán de consumir más allá de la satisfacción de sus necesidades, están llevando a un sinnúmero de especies animales y plantas hacia su desaparición de la Tierra.  Muchas van a desaparecer antes de que las hayamos podido conocer o nombrar.  Tan brutal es nuestro desatino.

Soy un ser humano y soy un poeta. Como poeta, un compromiso hacia la naturaleza, hacia la defensa del entorno, es espiritual, es material. Yo crecí en una localidad donde había muchos indígenas que estaban unidos a las raíces como árboles. Vengo de este activismo, en el que esta vida es nuestra relación con la naturaleza. Y no necesito ir a la universidad para estudiar cómo defender a la naturaleza, porque lo tengo en mi diario vivir.

Los estoicos griegos creían que el hombre tenía su lugar en el universo y formaba parte de él. El universo para ellos era un organismo vivo con un alma, una deidad materializada. La deidad era “la ley universal de la naturaleza”. El logos individual era el logos universal de la naturaleza. Ahora más que nunca, es importante que el ser humano observe las pérdidas que ocurren en la naturaleza como pérdidas propias, que reflexione sobre la vida desnaturalizada que lo amenaza, pues está orgánicamente incorporado al mundo natural.

La Naturaleza ha dado imaginación a mi obra, esa Naturaleza que, como decía Breyten Breytenbach citando a William Blake, es la imaginación misma. El hombre del año mil veía las perturbaciones a la Naturaleza, y a la vida humana, como la acción del demonio, envidioso de la obra de Dios. Ahora, esas perturbaciones las vemos como la acción del hombre, inconsciente de la obra de Dios. El mismo concepto judeo cristiano del Apocalipsis ha cambiado, el que viene de Ezequiel y Pablo hasta el Beato de Liébana y otros visionarios medievales, cuya cifra es El libro de la Revelacion de Juan de Patmos. Ahora podemos decir que el Apocalipsis será la obra del hombre, no de Dios.

El concepto de naturaleza entre los poetas y artistas se ha modificado. Ya no se ve al mundo natural como en el “Himno a la Tierra” homérico, Las Églogas de Virgilio, o un libro de horas medieval, ni bajo la óptica de los poetas románticos del siglo XIX. La manera de ver el agua, el aire y el suelo es diferente. La hermandad señalada en el hermoso poema El cántico de las criaturas de San Francisco de Asís se ha roto. Hemos pasado de un espíritu contemplativo a uno activo o alarmado. Los jardines, los parques y los bosques que han deleitado al hombre están enfermos o se mueren de cáncer, exactamente como les sucede a los seres humanos. El hombre de nuestro tiempo se ha vuelto contra la idea del árbol y ha destruido, por añadidura, el bosque encantado de los cuentos infantiles. Martin Heidegger decía que  "llegamos demasiado tarde para los dioses y demasiado pronto para el Ser". Creo que el hombre ecológico, en su relación con la Naturaleza, en su dimensión poética, puede encontrarse cerca de esos dos tiempos, el de los dioses y el del ser.

Novalis, en su "Leyenda del poeta", evocó las épocas lejanas en que había poetas que con el sonido extraño de instrumentos maravillosos podían despertar la vida secreta de los bosques y reanimar en las tierras desiertas los gérmenes muertos de las plantas. Yo conmino aquí a los seres humanos, para que juntos hagamos posible que el Orfeo mítico cante de nuevo entre nosotros.

La ecología, como la poesía, debe ser hecha por todos.

 BALLENA GRIS

Ballena gris,
cuando no quede de tí más que la imagen
de un cuerpo oscuro que iba por las aguas
del paraíso de los animales;
cuando no haya memoria de tu paso
ni leyenda que registre tu vida,
porque no hay mar donde quepa tu muerte,
quiero poner sobre tu tumba de agua
estas cuantas palabras:

‘Ballena gris,
danos la dirección de otro destino.’


Homero Aridjis nació en Contepec, Michoacán, México, el 6 de abril de 1940. Es poeta, novelista, periodista, profesor universitario, gestor cultural, diplomático, y ambientalista. Ha publicado 51 libros de poesía y prosa, muchos de ellos traducidos a quince idiomas. Dirigió los festivales internacionales de poesía de Michoacán, Morelia y Ciudad de México. Fue durante varios años presidente internacional del Pen Club. En 1985 fundó el Grupo de los Cien, constituido por distinguidas personalidades, y que está integrado por artistas e intelectuales comprometidos en la lucha contra la contaminación y en favor del medio ambiente.

Reconocido por Henri Michaux como “un gran viajero del continente de la poesía”, su obra ha merecido igualmente comentarios elogiosos por parte de Luis Buñuel, Juan Rulfo, Yves Bonnefoy, J. M. G. Le Clézio y Alejandro Jodorowski, entre otros, y ha recibido diversos múltiples y diversos reconocimientos, entre ellos, el Premio Xavier Villaurrutia, 1964; el Premio Roger Callois, 1997, por el conjunto de su obra poética y novelística; el Premio Camaiore Internazionale di Poesía, 2013; el Premio Elena Violani Landi de Poesía, 2016; el Premio Milenio Cruz Verde al Liderazgo Internacional, otorgado a él y a su esposa Betty Ferger, por Mijail Gorbachov y Global Green, en 2002, y más recientemente el Premio Paz con la Naturaleza, otorgado por la Fundación Pax Natura, en 2022.

Libros de poesía publicados: La musa roja, 1958; Los ojos desdoblados, 1960; Antes del reino, 1963; Mirándola dormir, 1964; Perséfone, 1967; Ajedrez-Navegaciones, 1969; Los espacios azules, 1969; Quemar las naves, 1975; Vivir para ver, 1977; Construir la muerte, 1982; Imágenes para el fin del milenio & Nueva expulsión del paraíso, 1990; El poeta en peligro de extinción, 1992; Tiempo de ángeles, 1994; Ojos de otro mirar, 1998; El ojo de la ballena, 2001; Los poemas solares, 2005; Diario de sueños, 2011; Del cielo y sus maravillas, de la tierra y sus miserias, 2014; y, La poesía llama, 2018.

Última actualización: 26/02/2025