Pequeño gesto de luz
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Por: Diana Villa López
Cuando el mundo que conocemos se desmorona ante nuestros ojos, nos enfrentamos a nuestra desnudez existencial, a la fragilidad del ser y a la desesperada necesidad de encontrar un asidero, un propósito. Uno de los mayores y más aterradores y trágicos abismos del alma humana es la ausencia de propósito, es decir, el sin-sentido de la propia existencia. En nuestro fuero más íntimo, vivimos permanentemente tras la búsqueda del sentido, y en esa búsqueda, el hallazgo de la poesía nos devuelve por un instante toda la fuerza y toda la claridad.
Este pequeño instante de revelación se nos ofrece como un refugio y un respiro en medio de la tormenta existencial. En ese breve destello de comprensión, encontramos la chispa que nos impulsa a seguir hacia la vida.
¿Por qué la poesía?
Porque la poesía se embarra, se mete toda ella en el pantano, no se limpia el traje, no se lustra los zapatos, no lleva servilletas. Porque la poesía, como en una cesárea, se abre en dos y lo muestra todo. ¿Y no es acaso verlo todo lo que ha de perseguirse?
La poesía se entrega, se desnuda, y nos invita a hacer lo mismo, a confrontar nuestras propias oscuridades sin temor.
Después de la poesía, nos queda un puente reparatorio. Un puente de significación capaz de salvarnos de la angustia ante el vacío generado por la falta de sentido. Este puente no es una construcción tangible, sino un lazo etéreo que nos conecta con nuestra propia humanidad y con todo lo que existe. Faro en la oscuridad, guía hacia la verdad y la autenticidad.
Escribimos poesía para expandir el espíritu y rebelarnos contra el statu quo. El ritmo lo marcan las sílabas, los acentos, la anatomía de cada palabra, su respiración, las pausas que entre ellas ha de hacerse, las elevaciones y los descensos melódicos de la voz que nombra lo ya escrito, o lo por escribir. Quien escribe poesía se guía por su razón, sí, pero le da un lugar importante, quizás más de lo habitual, a sus propias intuiciones, a sus presentimientos, a los movimientos de su propia anatomía que también es otro cuerpo que habla: el cuerpo del poeta. La poesía es un acto de valentía, un enfrentamiento con lo desconocido y lo incierto, y a través de ella, encontramos nuestra voz auténtica.
Yo escribo poesía porque creo en la libertad que tiene el propio lenguaje para decirse a sí mismo, para asociar lo incompatible. Por eso la poesía es rebelde frente al lenguaje del que ella se nutre, pero una vez satisfecha abandona todo lenguaje para ir más allá.
Emociones, sensaciones y palabras han quedado atrás cuando aparece el hecho poético, que puede durar solo un instante o bien permanecer un poco más. En cualquier caso, nos deja una marca. Cuando aparece el hecho poético se modifica algo en nuestros afectos. Algo adquiere sentido. Aparece el vehículo para la transformación personal y social, un medio para desafiar las normas establecidas y crear nuevas realidades.
La anatomía del alma
Toda anatomía es una expresión de otra cosa aparentemente incierta, pero que desea ser conocida. Desea ser descubierta. Escribir poemas es enfrentarse a la perplejidad de lo incierto.
¿Cómo permanecer en lo que desde su nacimiento se plantea como muerte? La impermanencia es una ley universal. No hay que cargar sobre las manos, ni sobre los hombros otra cosa que no sea amor, es decir, lo ilimitado. Pero queremos conocer. Conocer es amar. Es otra forma de llenar el vacío. Todo lo que sucede con alguna importancia sucede a nivel íntimo, casi secreto, y no se sabe nunca si esta intimidad resulta satisfactoria. La infancia está perdida. Fuimos lo que fuimos. ¿Y ahora qué? No podemos repetir el día ni saber si nuestros actos fueron los correctos, si fuimos justos y bondadosos. Si yo no hubiese tenido tanto miedo, estaría muerta, o loca. O tendría hijos y un perro, y una casa con alarmas y cámaras vigilándolo todo, pero me quedé con el miedo, intentando sostener un garabateo a lo largo de todos estos años. Un garabateo, sí, eso que otros han osado llamar poemas me ha permitido extender el amor hacia dentro mientras afuera las bocinas se levantan todas sobre la autopista.
La desesperación y la búsqueda del sentido
La desesperación me ha enseñado que lo que deseo no existe. No se puede tener todo el amor y toda la libertad. A veces nos toca alguna buena porción de uno o de la otra. Y a veces ni migajas de amor y en vez de amor desprecio. Y ni migajas de libertad y en vez de libertad la esclavitud.
¿Dónde se encuentra el ser realmente libre? No hay duda: en el pensamiento. La voz de Stacey Kent es preciosa, capaz de relajar los músculos, como si no fuese una canción o una voz sino una masajista. Vamos detrás de las sensaciones. Mientras más nos acercamos a la naturaleza, más bello es el mundo. La desesperación nos obliga a reevaluar nuestras prioridades y a buscar un sentido más profundo en lo cotidiano.
La intuición como brújula
Nuestra intuición ¿De qué está hecha nuestra intuición? Está hecha de experiencias pasadas, de memorias pasadas, de contenidos y de procesos inconscientes, es decir, de cosas que sabemos, pero que no sabemos que sabemos. Con la intuición ahorramos tiempo y energía en nuestras decisiones. Las cotidianas y, a veces, también, las más importantes. La intuición nos guía en los momentos de incertidumbre, cuando la razón se queda corta y necesitamos una luz interna que nos indique el camino.
La poesía como un faro en la oscuridad
La poesía, expansiva en tanto nos regala imágenes nuevas, viene a otorgar sentido al vacío, como si pudiésemos con ella crear un mundo que, al instante, se desvanece. Su fugacidad nos deja perplejas, pero nos encanta. Hay en ese instante un pequeño gesto de luz. Este pequeño gesto de luz es lo que ilumina nuestros días más oscuros y nos recuerda que, a pesar de la impermanencia y la incertidumbre, siempre hay belleza por descubrir y por crear. Se convierte en un faro en la oscuridad, una guía que nos muestra el camino hacia una existencia con más significado, donde cada palabra tiene el enorme e incuestionable poder de la transformación.
Diana Villa López se formó como Administradora de Empresas y posteriormente como Psicóloga. En 2014 realiza un intercambio académico con la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla. Finalmente, en enero de 2017 se radica en Madrid, donde se forma como Especialista en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica.
En Madrid publica su primer libro de poemas: Reguero de calcita (2017), Danzar en el abismo, BajAmar Editores (2018); La ilusión de los ahogados (2019); Palabras Primitivas (2020) y Amanece (2022 ). Sus cinco libros son un relato emocional de la forma en que la poeta vive, siente, percibe y se relaciona con el mundo y sus habitantes.
Hace parte d ela muestra poética La Generación del 22: una muestra de 10 mujeres poetas que se erige como una nueva corriente artística. En 2024 se radica nuevamente en Medellín, su lugar de origen y cofunda el pluricultural, plurinacional, y plurivivencial proyecto Madreletra. Actualmente imparte clases de psicología en la U. de A.