Vi un obrero leyendo

Por: Michael Benítez Ortiz
Vi un obrero leyendo un libro de Pasolini acostado en el pasto a la hora del almuerzo y me pareció que eso era la poesía
I
Quién sabe si la pobreza no nos salve de tantas otras miserias
Por andar diciendo «yo voy donde me inviten», he terminado metido en tremendos rotos. Estaba en una fiestica suave, porque farra no era, en un apartamento en el barrio Santa Ana en Bogotá. Ese sector de la ciudad tiene un ambiente muy cerrado y denso: se siente la «exclusividad» por todo lado. Las casas son enormes, la gente vive medio aislada; entre Estados Unidos, Europa y estas diez cuadras. Hay vigilancia privada en cada esquina, que protege la fragilidad de la burbuja. Unos sayayines legales. En el apartamento de la reunión, una señora afrodescendiente estaba recibiendo a los invitados que iban llegando sin saludarla. Ella parecía como disfrazada con un vestido de servidumbre que me recordó las telenovelas mexicanas dosmileras. Se sentía un aire muy colonial, en todo caso. Hablaban en inglés y a ratos, cuando sonaba un vallenato, se acordaban —creo que con cierta vergüenza— de que eran colombianos. Yo me azaré. Salí a fumarme un cigarrillo al balcón. Estaba mirando pa’rriba, cuando se me acercó una muchacha y comenzó a interrogarme:
—Hola, ¿qué se siente?
—Hola, ¿qué se siente qué?
—Estar acá.
—Acá, ¿dónde?
—Pues estar acá, en esta casa, con estas personas.
—Bien.
—¿Te imaginaste alguna vez estar en un lugar como este? ¿Con una vista tan privilegiada?
¿Esa vieja qué putas? Pensé en ese momento. ¿Por qué me dice eso si yo estoy sano? Entonces, saqué mi celular y le mostré una foto de un atardecer en el que se veía el sol metiéndose por entre la nuca de las montañas. Abajo unas casas.
—¿Qué tal te parece esa vista? —Le dije.
—Está muy lindo, ¿dónde es? —Me responde ella, como nerviosa por la pregunta.
—Es en Usme. Así miro la vida desde mi ventana en la casa de mi mamá.
Ella se quedó en silencio, no supo qué decir. Me dejó fumando solo de nuevo. La poesía debe ser eso. Recordé un fragmento de un poema de Eduardo Escobar:
quién sabe si la pobreza no nos salve
de tantas otras miserias.
II
El largo y peligroso camino de emborracharse con Bretaña
En las farras, además de encontrarme en algunas ocasiones con gente clasista, también la paso bueno, aunque hace cinco años que dejé de emborracharme. La gente a veces no me cree que estoy «sobrio» y como que piensan que me escondo en el baño a tomar y me piden de mi tarrito de agua a ver qué es lo que estoy jartando. Se sorprenden de que sea solo agua. Y cuando estoy denso, porque a veces me pongo denso, tomo bretaña. Yo siempre ando un poco delirando, y esto tiene que ver con una relación poética que intento tener con la vida. De ahí la embriaguez. Yo sé que ustedes se acuerdan del poeta maldito Charles Baudelaire y su poema Embriagaos: «hay que estar siempre ebrio… de vino, de poesía o de virtud». Para mí este poema, que antes podría haberme servido para alcahuetearme la borrachera, habla de otra cosa: de la posibilidad poética de que la vida en sí misma pueda desbordarse de presencia y conectarse con esa alegría y desparpajo de la embriaguez. Por amor a la farra dejé el chorro. Yo sé que eso suena raro, pero es la verdad, y la poesía me ayudó. La poesía para mí también tiene que ver con esa claridad, con la vida ardiendo en el cuerpo como una paradoja, como un cuestionamiento. Por eso les voy a contar una historia de Dragon Ball:
Gokú sube a la torre del maestro Karin y bebe el Agua Sagrada
Cuando Gokú era niño, uno de sus enemigos se llamaba Tao Pai Pai. Tao Pai Pai era un asesino profesional (un sicario, digamos) que fue contratado por la Patrulla Roja para matarlo. Voy a contar la historia evitando algunos detalles porque solo me dieron tres páginas para hablar de esto. El hecho es que Tao Pai Pai fue a donde estaba Gokú, en la Tierra Sagrada de Karin, y tuvieron una pelea. Tao Pai Pai le dio una paliza, lo dejó tirado en el suelo y se fue pensando que estaba muerto. Cuando Gokú se despertó estaba a su lado un niño, Upa, quien vivía con su padre (que fue asesinado por Tao Pai Pai) en ese territorio. Upa le contó una leyenda en la que quien fuera capaz de subir a la Torre de Karin y tomar el Agua Sagrada se volvería más fuerte. Gokú sabía que Tao Pai Pai iba a regresar a matarlo y por eso decidió ir en busca de esta agua. Comenzó a escalar la torre de 8.000 metros de altura. Mientras iba subiendo pensaba en por qué quería llegar a la cima, recordaba a Upa y a su padre muerto. Eso le daba fuerzas para seguir. Tuvo que dormir en la mitad del camino porque la torre era demasiado larga para escalarla toda de una. Le costó mucho esfuerzo. Cuando llegó a la cima se encontró con Karin, un gato ermitaño, que cuidaba el Agua Sagrada. Gokú ahora tenía que quitarle el agua al gato para poder tomársela y ser más fuerte. Karin siempre era más rápido que él, le decía a Gokú que no era capaz de adelantarse a sus movimientos. Gokú comenzó a actuar, a imitar al gato, a entender su cuerpo desde adentro. En un momento Karin estaba durmiendo y Gokú pensó por un segundo en coger el agua a escondidas. Pero se dio cuenta de que no podía hacer trampa. Karin se estaba haciendo el dormido. Duró dos días en esas. Cuando por fin Gokú le pudo quitar el agua al maestro Karin, se la tomó pero no sintió nada en especial, creyó que todo había sido un engaño. Entonces el maestro Karin le dijo: «el Agua Sagrada no es agua sagrada, es solamente agua». Y le explicó a Gokú que lo que lo había fortalecido era el esfuerzo que había hecho escalando la torre y tratando de quitarle el agua, no tomándosela. Cuando Tao Pai Pai regresó Gokú lo derrotó.
Si alguien me pregunta que para qué sirve la poesía, yo digo que para esto. Para comprender ese esfuerzo. El del largo y peligroso camino de emborracharse con Bretaña. O con agua, porque toda el agua es sagrada.
Michael Benítez Ortiz ha trabajado como editor y periodista musical. Es autor de los libros: Bogotrash (Cuentos, 2014), Lo que quería decir era otra cosa (Poesía, 2019) y Papeles (Poesía, 2020). Compiló y editó las obras: Cumpleaños del tiempo de María de las Estrellas y El Gigoló de los dioses de Luis Ernesto Valencia. Ha ganado, entre otros, el Premio Internacional de Poesía Andrés García Madrid (España, 2020) y el Primer premio en la modalidad de narrativa en el Concurso Literario Nacional e Internacional de Relato y Poesía “Palabras sin fronteras” (Argentina, 2013). Textos suyos aparecen en diversas revistas y antologías de poesía y narrativa. Es cofundador y codirector de la editorial independiente Ruido Ediciones.