Antonio Conte (Cuba)
Por: Antonio Conte
Camino de Harar
Arthur Rimbaud, con su cabeza de caballo loco
no visita su puesto comercial en las húmedas tardes.
No se le ven las greñas cerca de la mezquita
ni se ha visto su sombra trasnochar en las piedras.
Camino de Harar sólo se ven las cumbres nebulosas
y el frío negro de la tierra, donde no hay ilusiones
ni el fuego de las grandes capitales.
Camino de Harar los niños desolados pastorean la inmensidad
como si no tuvieran otra cosa que hacer.
Arthur Rimbaud habrá visto las cavernas del mundo
en los ojos de un ángel pequeñito.
Pero él no está en Harar, iluminado y loco
para estrechar mi mano cuando paso.
Es otra luz, otros caminos muertos
los que salen a flote después de recorrer los años
de humana incertidumbre que anuncian la prehistoria
por la gran carretera
mientras el almuhecín convoca a los fieles difuntos
y a los fieles devotos de su congregación
elevando las manos hacia el cielo vacío.
¿Qué canta? ¿Qué cantamos los hombres
después que la memoria concurre a estas paredes
donde se multiplican la orfandad y la ruina?
Arthur Rimbaud, con su cabeza de caballo loco
ya no está aquí. Y a veces, en los huertos cercados
contra el viento y las hienas
mil voces rugen como espíritus sueltos de lejanas prisiones
para poblar las noches, camino de Harar.
Salmo No.1
Viéndome ahora con sesenta años
Y más canas que sueños en la testa,
Siento que el corazón no me molesta
Pero no alberga muchos desengaños.
No soy ni melancólico ni huraño,
Y tengo el alma lista, bien dispuesta,
Voy lo mismo a un entierro que a una fiesta
Y con agua dietética me baño.
Me adoró una mujer que ya ni nombro,
Y en general, he amado a mi manera
Sin demasiado peso sobre el hombro.
Voy a morir de infarto un día cualquiera,
Sin lluvias, sin caminos, sin asombro,
Con tus ojos, muchacha, en la cartera.
Amores, conflictos, reconocimientos, enemistades, exilio, y sobre todo, hijos que quiso como a nadie, nietos que conoció y amó por fotos, amigos a tutiplén, conforman las quince mil vidas de un caminante que las vivió todas en una sola, y que hoy se multiplica.
Contíbiri: Ayer me divertí y lloré con tu mensaje. Como cada martes, aquí te envió el mío. Espero tu respuesta.
Abrazos.
Retablo para Wichy
Los amigos
acuden al convite de un muerto
en su único estado posible,
entre solemne y solo, entre profundo y místico,
aromado para siempre
por un mar de palabras tan hermosas
como su mano en el aire,
despidiéndome bajo un cielo que había que ver,
mientras dos muchachas se aferraban a nuestros ojos,
temerosas de que escapáramos
bajo aquel cielo cruelmente azul de mayo.
Aquí quedamos los amigos
para llorar o hacer cuentos, o recordar
cada quien a su modo,
cada cual a su abismo, porque el muerto era ubicuo
como una ráfaga de amor e ironía,
con su manera envolvente de mentir,
hacer planes, y casi siempre
contagiarnos de su ingenio;
ahora nos convida a los amigos
a los eternos deudores
de su enorme cabeza de zanahoria,
nos invita el poeta a que estemos con él,
no en su extensa morada de tierra y frío,
sino en la feria grande de la vida
que modeló su verso
porque nunca sabremos
la cantidad exacta de yerbabuena y de ternura
que nos lega un poeta cuando muere.
Excluyo, por inútil,
toda evolución filosófica,
todo intento de veivindicar
o explicar su muerte.
Sólo que es absurdamente del carajo, y posible,
aunque el muerto haya sido un gran muchacho
que siempre supo el santo y seña del problema;
que amó,
que jodió mucho,
a veces lo jodieron,
y escribió durante años
con el espectro de John Donne
y otro mundo de espíritus que rodeaba a su casa
a la santísima hora de encontrar
la palabra definitiva.
Aún puedo ver el sol encendido
tras los alambres del teléfono;
la ciudad es un canto coral
de luces y aparejos
que no repara en tu silencio,
mientras el mar se escapa a otros países
donde fuiste un transeúnte anónimo
junto a la nieve y el deseo,
un ignorado comensal de hoteles
y espantosos caminos
rociados con amores y desgracias.
Aquí están, los amigos,
estas líneas espesas son para ellos,
para hacer más humano el convite
del muerto, del poeta
que nos deja, justo a la edad
en que la confradía
ya comienza a morir
de ausencia y aguaceros.
Antonio Conte (La Habana, 1944, Miami, 2012) Poeta, narrador, periodista, profesor universitario, guionista cinematográfico. Obra publicada en poesía: Afiche rojo (1969), Con la prisa del fuego (1978), En el tronco de un árbol (1983), Ausencias y peldaños (1986). Publicó los libros de cuentos: Agua del recuerdo (1985), Y vendrá la mañana (1986).