Edmundo Aray (Venezuela)
Por: Edmundo Aray
¡Que la vida amanezca!
I
Sólo el cielo en suspenso.
Callada su vasta extensión.
Sólo el agua en reposo.
El mar solo y tranquilo.
Ni pájaros ni peces,
ni árboles ni piedras.
Sólo el corazón del cielo,
rodeado de noche.
¡Que amanezca el día!
¡Que la vida amanezca!
II
-Se desparramó el maíz.
-Creció del agua y de la tierra.
-De mis manos, de mis brazos,
de mi sudor creció.
-Su cabeza alcé para mirar
al corazón del cielo.
- ¡Se envanece con el sol
como metal precioso!
- Si de maíz amarillo y de maíz
blanco se hizo mi carne
. De masa de maíz hicieron
mis brazos y mis piernas.
Unicamente masa de maíz entró
en la carne de nuestros padres.
-Le abro surcos. Cuido su planta.
Le llamó sol y le llamó luna.
-Es mi boca su portal.
Canción
Digo,
por boca de Francisco Madariaga,
amigo,
y poeta por demás,
lo tierno espesado y te hace llegar hasta el aullido,
el amor es continuo y el viento lo despierta.
Comprensión en el coraje del país:
País, oh visita de la suerte, en el aire rodando con un alcor
celeste de amor.
Nadie pregunta nada, pero los mandingas del paisaje
preguntan por tus ojos.
Coraje y calor para la vida que germina en la
aurora más roja.
La tierra es un torbellino de la carne, una invasión
del hervidero del corazón.
Reminiscencias
Recuerdo una mañana
de la primavera de 1942,
las alamedas y el color violeta.
Un olor blanco de cebollas fritas.
Escucho cantar a lo lejos
y pienso en Lilí.
Lilí tenía unas largas trenzas
que discrepaban con sus ojos.
Guardo el sabor de su dulzura,
el aroma del verano en su camisón azul,
los arrugados zapatos del invierno.
Conservo su pañuelo de secarnos el cuello
después de mucho amor.
Deseo olvidar,
pero siempre vuelvo a verla ante mí.
Doblen campanas
¡Oh, muerte sagrada y saludable!
Hace tiempo que queria dedicarte
un canto tan fresco como el alba.
Walt Whitman
Con el alba se deshojaron, Walt,
Las rosas que en mis manos
Llevaba para volcarlas
En los ataúdes de la muerte,
Cuánto queria ponder en tus brazos
Las primeras lilas, los tempranos lirios,
el ramillete de rosas de la señora Stein.
Doblan campanas.
Murmuren el canto fúnebre
De la negra noche.
Ismael
¡Todos a popa!
¡El cachalote blanco arroja sangre espessa!
Herman Melville
Por el océano navega un barco
Que alguna vez llamaron Raquel,
Llorando su duelo universal.
Por mar y aire flota,
Con un ataúd como boya,
Alguien para contar el cuento
Y cavar en nuestras almas.
Pico agudo redentor, que barrerá
Los juramentos de violencia
Y de venganza.
— ¿Sobre mí, monarca universal,
Echarás el trapo rojo de la vida,
Como las perlas del rocío
El lienzo transparente?
¡Ay! No renunciarás a mi persecución.
No más, dirás, la monumental mortaja.
No más. Por siempre jamás.
Vocero del capital
I
¡Que loucura!
¿Adónde queda nuestra
Integridad moral?
Bastante concedimoa,
Bastante, y mal
Nos salió.
Aunque los negros,
No muchos, pero tantos
como suficientes aprendieron
la lección del capital.
II
Cuidemos de nuestros interesses,
Que si mal nos va, es cuestión
Nuestra que el estado benefactor
Resuelva,
Que los ciudadanos del país
Aporten
Para preservar el capital.
O la democracia cuida de nosotros
O no lo es.
Mucho menos la libertad.
Edmundo Aray (noviembre 16, 1936-26 de junio de 2019) cuentista, editor, cineasta, historiador, ensayista. Estudió Ciencias Económicas en la Universidad Central de Venezuela, donde ejerció después como profesor universitario hasta su jubilación. Fue Director de Publicaciones del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales de la U.C.V. Publicó, entre otros, los libros de poesía: La hija de Raghú (1957), Nadie quiere descansar (1961), Tierra Roja, Tierra Negra (1968), Cambio de soles (1969), Libro de héroes (1971), Cantata del Monte Sagrado (1983).