Héctor Collado (Panamá)
Por: Héctor Collado
Introito
América fue un planeta inagotable
poblado por desconocidas raíces
e innombrados caminos
donde pirámides y selvas
grillos y chubascos
pululan errantes
libres
inviolables
entre enigmáticas tribus
y venenosas flechas
atravesando bestias y poblados
naturaleza y muerte
luz y sangre
- los ríos del alba -
Era un mar intranquilo
de horas desmayadas
y ardientes playas
era un valle
de inmóviles rocas
eternas
sin odios
sin fronteras
sin temores.
Era la tierra despierta:
Bondadosa calle del barro
por donde transitaron
sus hombres de bronce
brotados desde el fondo
de su sal
y de su azúcar
los hijos del maíz
y de los dioses descubiertos
los hermanos de la luz
y los metales
los propietarios del agua
y las praderas
desnudos
como ramo de flechas
eternos
como sílabas de arcilla.
Era la tierra de ritos callados
y rigurosos dioses
proclamando
la vida
la muerte
la lluvia
la desesperación
el miedo
las lunas puras
sin profanaciones.
Y luego
fue atravesado el cielo
el mar
el filo del horizonte
fue una espada verde
mordida de presagios
y piras
y crucifixiones
y desde entonces
no hubo tregua:
rodaron por el barro
las cabezas de los dioses derrocados
y el crepúsculo
ya no fue el anuncio
del nuevo día
cuando el arcabuz
despertó la sangre
en el vientre de la vida
y la muerte proclamó
su imperio de sombras degradadas
y la armadura reluciente
detuvo el tiempo
en una hora sin nombre
y el silencio se postró
a los pies
de las vasijas de barro
lamidas de cadenas
y prisiones...
mientras se modelaba el epitafio.
Y la vida fue determinada por decreto real
y los días
regidos por gobernadores grises
y la tierra fue separada
de su vastedad
y los calendarios
traídos del imperio del asco
impusieron jornadas laborales
y castigos
y prohibiciones
y la distancia fue poblada
por trenes y naciones
por banderas y canales
y todo siguió creciendo
como un árbol
de profundas raíces
buscando el fondo de la tierra
su identidad
los muertos de su herencia
que hoy esperan
embalsamados
con las iras acumuladas
en la omnisciente soledad
de los museos.
Construyamos un puente
Un paso obligado
para ir y venir
sin miedos,
ni restricciones
Levantemos un puerto
un sitio donde regresar
donde quedarse si hay sed
o hace frío
o faltan abrazos,
por si sobra soledad.
Instalemos una puerta
- para salir -
para no quedarse;
para salir a volar
de cuando en cuando.
Construyamos un puente
para que en la despedida
- eternoretorno -
todo se vuelva camino.
Trashumancias (i)
Al borde de la tarde
cuando el silencio crece
y limita la libertad
que habita en la garganta
te encontré
-alternativa de la angustia-
pálida como la bandera
de todas las aspiraciones humanas.
Introito
América fue un planeta inagotable
poblado por desconocidas raíces
e innombrados caminos
donde pirámides y selvas
grillos y chubascos
pululan errantes
libres
inviolables
entre enigmáticas tribus
y venenosas flechas
atravesando bestias y poblados
naturaleza y muerte
luz y sangre
- los ríos del alba -
Era un mar intranquilo
de horas desmayadas
y ardientes playas
era un valle
de inmóviles rocas
eternas
sin odios
sin fronteras
sin temores.
Era la tierra despierta:
Bondadosa calle del barro
por donde transitaron
sus hombres de bronce
brotados desde el fondo
de su sal
y de su azúcar
los hijos del maíz
y de los dioses descubiertos
los hermanos de la luz
y los metales
los propietarios del agua
y las praderas
desnudos
como ramo de flechas
eternos
como sílabas de arcilla.
Era la tierra de ritos callados
y rigurosos dioses
proclamando
la vida
la muerte
la lluvia
la desesperación
el miedo
las lunas puras
sin profanaciones.
Y luego
fue atravesado el cielo
el mar
el filo del horizonte
fue una espada verde
mordida de presagios
y piras
y crucifixiones
y desde entonces
no hubo tregua:
rodaron por el barro
las cabezas de los dioses derrocados
y el crepúsculo
ya no fue el anuncio
del nuevo día
cuando el arcabuz
despertó la sangre
en el vientre de la vida
y la muerte proclamó
su imperio de sombras degradadas
y la armadura reluciente
detuvo el tiempo
en una hora sin nombre
y el silencio se postró
al los pies
de las vasijas de barro
lamidas de cadenas
y prisiones...
mientras se modelaba el epitafio.
Y la vida fue determinada por decreto real
y los días
regidos por gobernadores grises
y la tierra fue separada
de su vastedad
y los calendarios
traídos del imperio del asco
impusieron jornadas laborales
y castigos
y prohibiciones
y la distancia fue poblada
por trenes y naciones
por banderas y canales
y todo siguió creciendo
como un árbol
de profundas raíces
buscando el fondo de la tierra
su identidad
los muertos de su herencia
que hoy esperan
embalsamados
con las iras acumuladas
en la omnisciente soledad
de los museos.
Video: Porque la muerte no tiene autoridad
Héctor Collados nace el 28 de agosto de 1960 en la ciudad de Panamá. Es licenciado en Humanidades con especialización en Español por la Universidad de Panamá. En 1990 y en 2004 el Instituto Nacional de Cultura de Panamá le otorgó el Premio Nacional de Literatura Ricardo Miró en la sección poesía. También recibió el Premio Nacional de Cuento José María Sánchez en 2008. En 2018 recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil Carlos Francisco Changmarín de poesía. Libros de poesía: Trashumancias (1982); El genio de la tormenta (1983); En casa de la madre (1990); Poemas abstractos para una mujer concreta (1993); Entre mártires y poetas (1999); Toque de diana (2001); Estaciones del agua —libro de Camila—(2003); Artefactos (2005); Memorial de Diciembre (2018). Cuento: Cuentos de precaristas, indigentes y damnificados (2004); Fábulas cotidianas (2004); Contiendas (2008); Ni cortos ni perezosos (2012).