Eduardo Peláez (Colombia)
Por: Eduardo Peláez
Tiempo, Visión
(Fragmento) Todo nuestro tiempo
es una sóla visión
Voces nos albergan y un vacío
es todo lo que dicen
Aderezos, adjetivos
marchan conjuntos con nuestro
cuerpo. ¿Qué pregunta hace el río
a las arenas. Qué interrogante puede
marchar en nuestro ojos? Todo extendido,
clareado y desecho. Unidos
en el sueño, el aire y la visión.
El día abre puertas sobre
los afanes y quedamos
confundidos, enemigos.
Gasta el hombre su vida
contra una piedra de amolar
pájaros.
Gasta y pierde y nada o todo
lo esperan al final.
Es árbol y bestia debajo
del árbol. Río y playa que se
hunde. Es la bruma mas los astros.
La luz encerrada y la espada que
parte los cerrojos. Es la mano
que acarica las cuerdas y las
rompe; es la voz que no cesa de
aparecer en los desiertos.
El que toca
Qué mundo toca a mi puerta
Que golpea secreto, inaudible:
El lugar donde corre la soledad
Las lágrimas, la tarde
Y el olor fresco de la casa
Con sus ruidos primordiales
Salidos del más allá y la madera.
O quizá la bruma que seré
En cada instante que traspase
En esta ebullición que apenas contengo.
O este mundo, paisaje apenas recordado
Diálogo de mi carne con el tiempo
Abrigo de un orden que desconozco
Tarde, luz repetida y única,
Donde ofrezco un pan al hambre
Que me devora.
O es otro, el sueño de ser
De hundir las raíces en lo que no se ha sembrado
Obteniendo un fuego en los huesos
Que corren detrás de la piel
Confundidos en la sangre
Leyendo el mapa atroz de la ceniza
Mezclando el grito y la plegaria
Aunando leños para hacer un hogar
Un viento tibio que penetre un mundo lejano
Perdido ante los ojos fijos
O quizá el repetido dolor
"de siempre fue así y así es"
y nada queda por ver
sino el desierto de los poderes
engendrando poder
el punto de partida de mi secreto vecino
que huele a transeúnte y pena
Qué mundo espera, allí,
Donde siento el viento aterido
Que aguarda mis brazos
Mi amable decir: "pase
Estoy hambriento pero hay una mesa de viandas
Un vaso del color del invisible"
No puedo escucharlo
Pero vendrá un año que nos sentemos juntos
Y contemos la fábula
Del que toca
Y del que abre
Y así por fin callemos un poco
Semejando la noche
Esa bella carroza donde viajamos
Siempre juntos sin reconocernos.
Solo
Yo no fui capaz de retener
ningún instante
ni la frágil tempestad de tus manos
ni el profundo beso
ni tus labios diciendo "Quédate".
Ciego en la pugna de los días
amasaba la doctrina de ancha levadura
y me negaba al incenciario
del silencio
al leve paso que se adentra allá
junto a la muerte
que baila presto la música
entonada por los pájaros.
Yo no fui capaz de nada
y ahora desnudo entre la noche
Mirando los cristales
esperando el sol eterno.
Dar
Y al dar el cielo se habita
Regresan las estrellas a su origen
a su semilla
a la luz que nos une
Y gira una esfera perfecta, sonora
Sin palabras
atravesada del sonido
único, nacedor.
Mano a mano
como labio a labio
goce
total indistinción
Inicio hacia lo que se sabe
que termina en lo otro
en la plena confianza
en el único abandono: El amor.
Eduardo Peláez nació en Medellín, Colombia, en 1957. Fue Premio Latinoamericano de Ensayo Manuel Cofiño y Premio Nacional de Poesía Awasca, Nariño (1979), Premio Departamental de Relatos (1991). Primer Premio en la Convocatoria de Autores Antioqueños con El sistema poético de José Lezama Lima (1995). Cofundador de la desaparecida revista literaria Siglótica. Sus poemas han sido incluidos en revistas y suplementos literarios en el país y en el exterior.