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Claude Esteban, Francia

Festival Internacional de Poesía de Medellín

Por: Claude Esteban
Traductor: Guillermo Ruiz Plaza

1.

Un pétalo que cae
y el dulzor de la palabra sol
están ahí sobre la mesa,
todo ha recomenzado sin mí,
sin que yo sepa
donde ha brotado la sangre, como
si despuntara el día
muy lejos, más allá

2.

La vida se escribía duda y desespero
y esa vida
devoraba el cuerpo y el secreto
del cuerpo
como desde siempre
y el tiempo no era más que su minuto multiplicado
sobre la misma página del libro
abierto, oscuro.

4.

Como era preciso allá
en la urgencia y en las palabras bajo la lengua, las palabras
duras, pensar en lo que fue
una noche, una sola,
el tiempo que cede, el instante
nulo, ese grito y yo no estaba
allí, como
era preciso hacerse uno
con el camino
y los guijarros contra la frente.

5.

No sabiendo, tomé el libro
de la mano del ángel y no sabiendo leerlo
lo devoré
y se hizo primero en mi lengua
como un gusto de miel
y toda palabra al fin dulce, después
cuando lo hube consumido
hasta la última frase, mi corazón
se colmó de amargura
y el ángel dejó de sonreír para siempre.

6.

A la vuelta de una frase
tú regresabas, es el alba en un libro, es
un jardín, puedo
ver todo, el rocío, una mariposa
sobre una hoja y eres tú
que te levantas de repente entre las páginas
y el libro deviene más bello
porque eres tíú
y no has envejecido, caminas
lentamente hacia una puerta.

10.

Hermanos, hombres humanos, otro
os llamaba así y lo habéis dejado
morir muy lejos de su amor, hermanos
aún es preciso
que nos dirijamos a ustedes en la premura
en el tormento de los huesos, hermanos, sólo estáis
allí para esa única mirada
sobre los que se alejan, que están
allí, que ya no están
y ustedes delante, hermanos vivientes que amamos todavía.

12.

Detrás de la palizada roja
quisiera vivir y envejecer por
largo tiempo, seré
un hombre sin miedo, casi sin
deseo y solamente los árboles
hablarán de usteds, nombrarán la savia
y el crecimiento, el inmóvil
el paso de las horas y después de la muerte
como una corteza mojada, estaré allí, los ojos
abiertos, justo una vida, detrás de la palizada roja.

13.

Una hoja que se desgarrsa, tres
notas sobre el silencio, casi
nada, es temprano
es la mañana o
la noche, ya no lo
sé, he caminado largo tiempo,
ahora me detengo, reposo, todo
es perfecto, el cielo permanece
apacible, cuento siete estrellas.

 

*

Ya no vuelve el día, dices, sino
solo su herida, la sangre
que deja el sol cuando se hunde
a lo lejos

olvidados todos los cuerpos
desean saber si existe,
bajo la tierra, algo que los una,
una parcela
de substancia o nada
más que la sombra, inmóvil como
una piedra

tal vez la esperanza
no sea sino un tajo en la carne
un destello sin mañana
en la memoria

no digas, al partir, que contigo
muere el día.

 

COYUNTURA DEL CUERPO Y DEL JARDÍN 

I
            Ni bien amanece, bajo. Me acuesto contra una piedra. Lamo el escupitajo de las hojas. ¿Quién se despierta? ¿Es mi cuerpo o soy yo? Nada es seguro. Un milagro puede durar largo tiempo, si respira. Avanzo con los ojos entornados. Dédalos de mi deseo. En una telaraña, hallo un sol que tiembla.

 

XI
            Verde, rosa, verde. Verde otra vez. La mañana entera, a saco, en la pupila. Retrocedo hacia adentro. Me desgarro en el nervio. Grita la córnea. Contra el color, ningún recurso. Tengo que abrir los ojos. Recibir el fuego total. Una hoja, un estallido de escarcha, cada macizo de flores, de espinas.  

 

XII
            Tu lengua, tus senos, tu sexo. Te encuentro más acá de las hojas, bajo el polen. Me deslizo por el arco de los pétalos. Te sorprendo, aún fresco tu gemido, totalmente nueva. Tiemblas, me retienes, me arrancas de raíz. Bebo la sal que esparcen los labios. Huyo.

 

XIX
            Ningún reloj en el camino. Una hortensia azul da la hora sencilla. Esa que yo no sé leer. Dejadme escucharla. Mi cuerpo está lleno de cifras que se borran. Quería ser sin dejar de poseer. Lo he perdido todo.

 

XXX
            Ahuyentad el viento. No dibuja más que en la arena. Le repugnan vuestros jardines. Quiere su nombre, su nombre escrito en todas partes. Todo lo que surge de la tierra le hace sombra.
            Vosotros, ínfimos, ya no lo escuchéis. Creced. Creed en vuestras raíces. En vosotros residen la memoria, el amor, el mañana. Desmantelad el viento, frágiles.

 

XXXIII
            A ti que triunfas en lo rojizo, jardín, jardín de todo el verano, te imagino bajo la nieve. Te quiero coronado de blanco, y que cese, tocada de copos, la arrogancia de tus árboles exactos. Tú te precipitas hacia los frutos perfectos. Yo quiero el gesto disperso, la mano sembrándote de dudas. Camino sin verte. Y el suelo bajo mis pies se convierte en esa región deleznable donde ya no eres, jardín tan pleno, sino un poco de talco.

 

XL
            Y sin embargo, los libros. La palabra tajante, perfecta. Era pan y presencia. Era yo. Crecí lentamente entre páginas certeras. Sin que me tocase la muerte, cautiva en el papel. Cuando el cielo se oscurecía, ¡triunfabas de nuevo, lámpara de los signos! Por saberse escrito y compartido, menos desnudo el cuerpo.
             Crecí lentamente. Como uno de esos jardines sin muros que, en un súbito regreso, deshace el viento.

 

LVIII
            Tres libros sobre la mesa. Desde hace tiempo, duermen las palabras escritas. Han luchado contra la noche de las cosas. Ha vencido el silencio. El cuarto es vasto por no saber ya nada. Una luz, que no proviene del día, resplandece y se pierde.

 

LX
            El invierno y sus miembros muertos. Yo, dentro de mí. Ya no tengo sustancia para decirlo. Amontono un haz de palabras. Le prendo fuego. Nada sino una frase en la que el sol se deshace.

 

LXVII
            Me reconocerán porque, aun muerto, tendré hierba bajo las uñas. El sabor de las glicinas en mi carne. No sana el haber amado las palabras, mas prolonga el día en el cuenco de los signos. Interrogar la mañana es vivir un poco. He vivido. A punto estuve, alguna vez, de abrir el camino. He hablado en la noche.

 


LVIII
            He cerrado mi libro, inconcluso. ¿Qué importan las palabras claras? Todas las frases leídas hablaban de un sol inmóvil. No he visto la sombra alargarse sobre el muro.

 

LXIX
            Este jardín. Pero si no existe. Son frases que lo inventan. Lo necesitaba a él, a sus gérmenes, a sus cosechas. Mi cuerpo deseaba crecer entre sus árboles.
            Lo busqué durante largo tiempo. Lo protegí de la helada y las tormentas. Ahora él, a su vez, me salva. Me guía. Jardín fuera de todos los jardines, vergel del alba.


Claude Esteban nació el 26 de julio de 1935 en Parí, falleció en esa misma ciudad, el 10 de abril de 2006. Algunos de sus libros son: La estación devastada (1968), Aquella que no duerme (1971), Creyendo nombrar (1972), En el vacío que viene (1976), Como un sol más oscuro (1979), Tierras, trabajos, el corazón (1979), Conjunción del cuerpo y el jardín (1983), Doce en el sol (1983), El nombre y la permanencia (1985), Elegía de la muerte violenta (1989), El insomnio periódico (1991). Recibió el Premio Mallarmé, por Conjoncture du corps et du jardin, 1984; Premio de Cultura de Francia, por Soleil dans une pièce vide, 1991; Gran Premio de poesía de la Société des gens de lettres, por toda su obra, 1997; Prix ​​Goncourt de poesía, por toda su obra, 2001.

Última actualización: 13/01/2022